jueves, 26 de junio de 2008

Crónica de tres amigos (poesía), Rogelio Fabio Hurtado

PARQUE DEL RÍO ALMENDARES
nuestro coto de caza sábados y domingos.
Rafael era el más grande de los tres,
todavía aficionado a las corbatas
contrario a usar camisa de trabajo
y el peinado Accatone.
Paquito, becado en 12 y Malecón, estudiaba
por “necesidad del país” apáticamente Ciencias
Agropecuarias.
Era, entonces, un joven comunista sancionado
temporalmente.
Yo, mediano, miope, licenciado de la DAAFAR*
por psiquiatría
con mis 18 años intentando derrocar
con un poco de locura la dictadura de la timidez.
Todos teníamos una novela autobiográfica en la
mente,
ninguna novia bajo el brazo
y entre los tres, menos de cinco pesos en los
bolsillos,
(y ése era el per cápita justo para los hamburguers
Inolvidables y raquíticos de la Cocinita de Paseo).
Definitivamente éramos unos pobres amantes sin
amadas.
Políticamente, habíamos abandonado los bailes de
quince.
-¿Acaso alguien cumplió, en los sesenta, quince
años?-
y espiritualmente, los prostíbulos.
-Excepto el mesurado Rafael, quien debutó
como pudo, en “Pajarito”-
De hecho cazábamos con balas de salva.
Castos fanáticos materialistas de la pureza
atendíamos más a la cara
que a las nalgas de las muchachas
-¡Y hubo caras
preciosas!-
Resultábamos platónicos criollos –aun conociendo
el manual de Politzer-.
Nuestro único pecado regularmente practicado
acontecía
en solitario santuario del inodoro.
Bajo los árboles buscábamos los grupos de
muchachas
(sentadas en los bancos pintados de blanco)
y, entre fracaso y semi-fracaso
diálogos de literatura y de pelota;
Poe era el descubrimiento de Rafael,
Machado el mío. Desconocíamos la poesía de
Lowell
Y nada de Cavafis.
Críticamente desenmascarábamos a las princesas
de Darío.
Paquito hablaba de Alarcón, de Carneado
-también de Sandy Koufax y de Tony Oliva-.
Cuando no había ambiente para empatar
remábamos torpemente río adentro
(hacia la desembocadura estaba prohibido)
o jugábamos al Golfito.
Ninguno de los tres era, entonces, creyente.
Yo no simpatizaba con los T. de J. **
Paquito no portaba el carnet rojo.
Rafael no era católico en Miami.
De las pocas muchachas que atrapamos
es curioso que sólo recuerde esta noche del 81
aquella bandada de rubiecitas flacas
asiduas como nosotros a sentarse
con sus pobres vestiditos planchados debajo del
puente
a la cruda luz de la gran bola de foquitos.

Luego fuimos casándonos con muchachas
conocidas en otra parte
dejando atrás las “Largas noches del 68”
-que solían terminar tomando café solos
En la estación de trenes, repantigados en los
bancos
esperando el amanecer elogiando el tacto de
Urbano,
los jonrones del novato Marquetti-.
Fuimos teniendo hijos, y descasándonos
-menos Paquito, aferrado a su oriental flaquita-.
También fuimos discrepando en silencio.
Rafael, después de varias temporadas en SAN
JUAN DE DIOS
(uno de sus síntomas fue creerse Súper Agente
CIA)
optó por viajar a USA
y mandó ya su foto paqueando un Dodge gris.
Paquito (que no soñaba con viajar)
se graduó, es militante y viaja con frecuencia.
Yo me he quedado a pie entre ambos,
sin Lada y sin Dodge.
Sin viaje ni libro publicado.
Sin mi viejo amigo Rafael.
Esta noche del 81 estoy
escribiendo esta crónica con alguna locura
tan lejos y tan cerca de los dos.
6-19-81

* Cuerpo de defensa antiaérea del ejército cubano.
** Testigos de Jehová.
El poeta entre dos tigres

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