jueves, 19 de junio de 2008

Un negrito no ¡Un negrón! (cuento), Juan González Febles

Uno sabe para lo que está. El hombre debe luchar en la calle. Eso define que es un hombre y quien puede reclamar serlo. Bárbaro es un hombre. Un tipo completo. Respetado en todos los ambientes, por los hombres, por las mujeres y ‘maceta’. Bárbaro es lo que dice ser: ‘internacional, práctico y eminente, conoce bien el ambiente y nadie lo puede igualar’. Tiene muchos socios blancos y a su blanca. ¿Qué negro exitoso no? Pero por eso nunca ha dejado de atender a Rosa Iris y a Barbarito. Su fiñe primero y ella, es la madre de su hijo. Eso es sagrado.

Entró en el negocio de la leche en polvo y le fue bien. Nunca tuvo suerte con ‘esta gente’. Sabía que no lo querían. No es fácil cuando se es negro. Aunque hables inglés y francés y hasta alemán, si eres niche, eso es un defecto físico. Jamás te colocarán en la carpeta de un hotel de turismo. Muchísimo menos si tienes antecedentes penales o ‘record criminal’, como dicen los yumas. ‘Pa templarte a la francesa o a la española si, pero pa lo otro no’.

A Bárbaro lo conocí en el penal Kilo 7, en la etapa final de una larga condena. Estaba acusado de un delito mayor, grandísimo y cumplía 15 años. Nada político. Un asunto de ‘mente’. Tenía un status. Lo ganó gracias a su delito, a su inteligencia, pero además, a su estatura y a su corpulencia.

En Cuba existen cinco categorías para definir las causas potenciales de ingreso en prisión. Se puede estar preso por mariconá. Esto implica por citar ejemplos, ese peculiar delito conocido como ‘peligrosidad social’. También por mente, esto es grandes estafas al gobierno que nunca se aclaran del todo, asaltos ‘limpios’, etc. Por moral, esto es deudas que no se pagan y hay que cobrar y se cobran con violencia. Por sangre, una puñalada, un trastazo, etc., regularmente casuales y emocionales. Legal, cuando se trata de asuntos que llevan a prisión en cualquier parte del mundo y la última por política, que no requiere aclaraciones, al menos en Cuba.

Se decía que participó en el asalto a un camión blindado lleno de verdes. La policía capturó a todos los presuntos implicados. Se logró recuperar gran parte del botín, pero quedaron perdidos por ahí unos 250 mil dólares.

La Policía Nacional Revolucionaria, una de las policías más apretadoras entre las que hay por el mundo, lo apretó todo lo que naturalmente requieren 250 mil fulas. Hizo más de lo que pudo y lo que sabía apretar. Pero no sacaron nada del negro, era de ley. Lo condenaron como suele hacerse por acá, porque nos da la gana y porque ‘nosotros sabemos que es culpable’. Lo de las pruebas y lo demás, es para la película del sábado. Con que lo sepamos ‘nosotros’ basta. ¿Para qué más?

No obstante, cada cierto tiempo lo entrevistaba un oficial del Departamento Técnico de Investigaciones (DTI) de la policía. Insistían en que dijera donde estaba el dinero. Entonces, Bárbaro juraba por todos los santos que no sabía. Repetía invariablemente que le dieron la mala y que en el camión no había tanto dinero y si lo hubo, no lo vio.

En los finales de su condena, el negro andaba por Kilo 7 como un sultán. Disponía de su espacio comprado a guardias que recibían una mensualidad en fulas, que Bárbaro les pagaba.
Hicimos una buena relación. Me advertía que ‘esto’ no tenía arreglo. Pero decía respetarme mucho porque yo era ‘político’. “El que tiene cojones para ponérsele frente a ‘esta gente’, -decía- merece toda mi consideración. Habana (así me llamaban) usted estará loco, pero es un hombre de respeto”

El tiempo que compartimos, nos llevamos muy bien. Él era un lector voraz de viejas y ajadas novelitas de Corín Tellado y de Marcial Lafuente Estefanía. Le fascinaban las historias de amor, de gángster, de indios y bandidos del Oeste. Todo lo norteamericano le encandilaba. Me pidió que le enseñara inglés. Le dije que consiguiera el Spektrum, un método de aprendizaje de esa lengua en boga en Cuba allá por los 80 y los 90 del pasado siglo. Lo hizo y me sorprendió su velocidad para aprender y repetir esa lengua ajena y desconocida para él hasta ese momento.

Una prisión cubana es realmente algo para impresionar a cualquiera. El sistema está diseñado para triturar. Para horrorizar a los hombres y que el terror les haga pensar las cosas muchas veces antes que regresar al infierno. La alimentación es pésima e insuficiente. Los médicos y demás personal paramédico, están ocupados en calcular cuantas patadas y cuanto maltrato puedes resistir. Los casos de Sida o de tuberculosis, son analizados, les toman los esputos y las pruebas de sangre. Sólo Dios sabe qué hacen con eso… A los enfermos se les da aspirina o algún jarabito hasta que se mueren y ya.

Bárbaro lo resistió todo y esperaba el momento en que lo liberaran. Así lo dijeron los santos y él creía en ellos. Pero primero fue difícil, mucho. Querían saber donde estaba el dinero. Lo presionaron duro, gente muy dura venida desde La Habana para ello. Habían robado la recaudación de Cayo Largo. Hubo dudas hasta sobre la cantidad real que fue robada. Los funcionarios vinculados con la instalación turística, argumentaron que lo robado rebasaba el millón y tantos, casi los dos millones de dólares estadounidenses. Bárbaro y los otros implicados negaban que fuese tanto. La policía consiguió recuperar menos de 100 mil dólares. Quedaba la duda sobre cuanto robaron en el asalto y cuanto tomaron para sí los honestos y revolucionarios funcionarios del turismo. Esta duda pretendieron despejarla torturando a Bárbaro que a fin de cuentas, no había dejado de ser negro, y al resto de los presuntos implicados, entre los que por supuesto, también había algún que otro negro. Nunca lograron conseguir datos significativos que les condujeran al resto del jugoso botín. Los presuntos implicados habían sellado sus labios y no hubo mucho que hacer.

Durante la etapa compartida hablamos mucho. Bárbaro siempre dijo que quería vivir en los Estados Unidos. Con creciente amargura repetía que cuando lo consiguiera jamás volvería a Cuba. Cuando le recordaba que tenía su madre, parientes y amigos en la Isla, respondía luego de meditarlo, que mandaría buscar a su madre para que lo visitara y si así lo quería se quedara a vivir con ellos allá. Nunca más volvería cuando consiguiera salir. Era una decisión.
Para provocarlo le dije en una ocasión, que allá también había racistas y que era posible que hasta les echaran perros.
-¡A ver!-le dije- ¿Qué podría hacer un negrito en el Yuma, cuando le echen los perros? ¡Eh! Di…
Me miró con mucha seriedad y me dijo:
-Habana, un negrito no, ¡Un negrón! ¡Carajo! ¡Un negrón…! Si eso pasa, cierro la ventanilla del Cadillac y al carajo… los perros y lo demás.
Bárbaro era amante de los carros grandes y ostentosos. Detestaba lo pequeño. Decía que en un automóvil chiquito, no podría estirar las piernas. Tampoco le gustaba escuchar la música en volumen bajo. Disponía de una radiograbadora de pilas que los guardias le permitían mantener consigo. Cuando llegaba una visita o una inspección se la retenían hasta que concluía. Luego se la devolvían. Escuchaba la peor música del mundo con audífonos. Era un reggaeton de pésimo gusto. Tuvo la deferencia de pedir un audífono para mí, para que lo escucháramos juntos. Decliné la oferta y la sustituí por la de escuchar estaciones de onda corta. Aceptó, aunque no le interesaba la política ni las cosas de lugares desconocidos.
Tenía ideas preconcebidas sobre los sexos, la raza y las relaciones entre estas. En una oportunidad le acusé de racista para provocarlo. Le dije:
-A ver… Si eres tan defensor de lo tuyo, dime: ¿Por qué abandonaste a la madre de tu hijo, una negra muy decente y te empataste con una blanquita? Dime…
-Habana, yo quiero lo mío. Pero la situación es que las negras son del carajo. Mire consorte, usted le hace una trastada a una negra y tiene que dormir una semana con un ojo abierto. La negra te quiere echar agua caliente, cortarte los guevos o cualquier otra cosa, monina. Una blanca e diferente… Usted le hace una trastada, ¡coño! Hasta le puedes dar una bofetada que se te vaya ofuscao y entonces, la blanca se echa a llorar. A ti se te parte el alma y te sientes el tipo más mierda que pisa la tierra. Entonces tú le compra flores, un perfume y te pasas el tiempo mejor de la vida tratando de conciliar y arreglar lo que hiciste. E así…

Cuando le hice ver que eso era racismo y del peor, se quedó pensando y respondió que su racismo, no perjudicaba a nadie. Concluyó afirmando: -Por fin es, que yo soy negro, y ya…

Nos vimos con alguna frecuencia cuando coincidimos en la calle, luego de ser excarcelados. Hizo muchísimo dinero con la bolita y con rápidas transacciones que llevaba adelante con la complicidad de gente bien situada en los muelles y algunos almacenes. Me mantuvo informado de todo hasta que consiguió emigrar a los Estados Unidos. En relación con sus informaciones, me explicó que eso no era para hacer ‘periodismo contra esta gente’. -Es ‘pa’ que tengas vista, pa eso na má- me dijo- No se pue hablar má de la cuenta porque perjudica…

Han pasado los años. Bárbaro el Negrón, vive libre y feliz del otro lado del charco. Tiene un negocio de arreglar jardines. No ha vuelto. Dice que no lo hará mientras esta gente mande. No quiere saber nada de los que califica o descalifica como: ‘Banda de blancos hijos deputa y egoístas’. Tiene miedo a que si regresa de visita, quieran chantajearlo para quitarle su dinero. Mandó a decir que tiene otro fiñe de cinco años, que no habla español. Un mulatico de lo más lindo.

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