LA HABANA, Cuba, junio 11 (www.cubanet.org) - Aunque hayan muerto todas las ilusiones, el régimen no se decide a echarnos en el abandono. Así que nos dedica ahora su versión de Lágrimas negras, nuevo peldaño en los cambios para perfeccionar el socialismo, uno de cuyos fines es situar al alcance del pueblo los avances tecnológicos del mundo real.
Esta vez se trata de cámaras de video para la vigilancia policial.
Ya han sido instaladas en zonas céntricas de La Habana. De modo que podemos verlas como otra promesa cumplida.
Ya la gente bautizó los aparatos con el nombre de Lágrimas negras. Debe ser por su color, negro como el presente, y por su aspecto exterior, quizás en sugerente forma de lágrima.
Digo quizás porque no resulta fácil acercarse a las cámaras para detallarlas. Están situadas en lugares estratégicos, mayormente sobre las azoteas de edificios altos. Algunas pueden verse con dificultad desde la calle, pero no todas. Ello no impide que sepamos con certeza cuándo estamos bajo el acecho de su lente implacable. Ni siquiera se necesita alzar la vista para buscarlas.
A los habaneros les basta ver caminando por las calles, como quien no quiere la cosa, a ciertos policías con micrófono y audífonos igualmente negros, pequeñitos pero con mucha moña, muy parecidos a los de esos superhéroes que salen en las películas de comandos tan violentas que escupe Hollywood.
Quien recorra ahora mismo el boulevard del Barrio Chino o la calle Reina, entre otros sitios de gran concurrencia, se cruzará sin duda con alguno de estos policías que llevan el artefacto permanentemente incrustado al rostro. Por cierto, a todos se les ve orondos. Debe ser por aquello de la onda hollywoodense.
Nuestros transeúntes, pistoleros invencibles, se hacen señas unos a los otros ante el paso del comando heroico, utilizando un lenguaje de dedos y manos, junto a las más diversas muecas con la boca y los ojos, cuyo contenido general podría traducirse en síntesis como “cuídate, que te están velando”. Incluso, no faltan quienes, a espaldas del comando, improvisan algún que otro gesto ligeramente procaz rumbo a la dirección en que, suponen, está situada la cámara.
Pistoleros invencibles para convertir sus reveses en victorias, no al estilo tremendista que pretendió inyectarles El Apocalíptico en jefe, sino a la manera gozadora y nunca desprovista de inocencia que les prodigan los genes, nuestra gente de pie tira a mondongo la novedad. No se gasta neuronas calculando las cantidades de arroz o de leche en polvo que podrían comprarse con el dinero que fue invertido en las susodichas Lágrimas negras.
Tampoco pierde el tiempo preguntando la razón por la cual, en vez de ubicarlas en los palacios, en los búnkers, en las lujosas instalaciones donde radica la mata de la corrupción, las han puesto en la calle para vigilar al pueblo.
Esta vez se trata de cámaras de video para la vigilancia policial.
Ya han sido instaladas en zonas céntricas de La Habana. De modo que podemos verlas como otra promesa cumplida.
Ya la gente bautizó los aparatos con el nombre de Lágrimas negras. Debe ser por su color, negro como el presente, y por su aspecto exterior, quizás en sugerente forma de lágrima.
Digo quizás porque no resulta fácil acercarse a las cámaras para detallarlas. Están situadas en lugares estratégicos, mayormente sobre las azoteas de edificios altos. Algunas pueden verse con dificultad desde la calle, pero no todas. Ello no impide que sepamos con certeza cuándo estamos bajo el acecho de su lente implacable. Ni siquiera se necesita alzar la vista para buscarlas.
A los habaneros les basta ver caminando por las calles, como quien no quiere la cosa, a ciertos policías con micrófono y audífonos igualmente negros, pequeñitos pero con mucha moña, muy parecidos a los de esos superhéroes que salen en las películas de comandos tan violentas que escupe Hollywood.
Quien recorra ahora mismo el boulevard del Barrio Chino o la calle Reina, entre otros sitios de gran concurrencia, se cruzará sin duda con alguno de estos policías que llevan el artefacto permanentemente incrustado al rostro. Por cierto, a todos se les ve orondos. Debe ser por aquello de la onda hollywoodense.
Nuestros transeúntes, pistoleros invencibles, se hacen señas unos a los otros ante el paso del comando heroico, utilizando un lenguaje de dedos y manos, junto a las más diversas muecas con la boca y los ojos, cuyo contenido general podría traducirse en síntesis como “cuídate, que te están velando”. Incluso, no faltan quienes, a espaldas del comando, improvisan algún que otro gesto ligeramente procaz rumbo a la dirección en que, suponen, está situada la cámara.
Pistoleros invencibles para convertir sus reveses en victorias, no al estilo tremendista que pretendió inyectarles El Apocalíptico en jefe, sino a la manera gozadora y nunca desprovista de inocencia que les prodigan los genes, nuestra gente de pie tira a mondongo la novedad. No se gasta neuronas calculando las cantidades de arroz o de leche en polvo que podrían comprarse con el dinero que fue invertido en las susodichas Lágrimas negras.
Tampoco pierde el tiempo preguntando la razón por la cual, en vez de ubicarlas en los palacios, en los búnkers, en las lujosas instalaciones donde radica la mata de la corrupción, las han puesto en la calle para vigilar al pueblo.
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