jueves, 10 de julio de 2008

Igual pero no lo mismo, José Alejandro Rodríguez


SÍ... cierro los ojos y me parece que este debate, casi que forcejeo sobre la política informativa, lo sostuve hace 25 años ali­sándome el pelo que he perdido desde en­tonces a causa de esa misma dama: la po­lítica informativa.

Ah, la política informativa... A veces me parece un Everest difícil, pero conquistable con mis arrestos; a veces se me antoja una entelequia inasible, algo así como la pro­piedad estatal, que somos todos pero a la hora del cuajo no es de nadie, y falta ese expedito sentido de pertenencia que tuvo Luis XIV, cuando plantó con aquello de: El Estado soy yo.

Sí, es cierto que si reuniéramos las pala­bras de los congresos, los plenos, los pasi­llos y las redacciones,' podrían levantarse catedrales de catarsis, y desatarse ríos cau­dalosos de insatisfacciones. Las mismas insatisfacciones.

Y aquí nos vemos rumiando las mismas preguntas sobre el destino de nuestro noble oficio, sus alcances o límites, sus luces y sombras, más sombras que luces. Así nos ve­mos idénticos como en una noria infinita. ¿Qué dirían desde el más allá los que han partido? ¿Qué dirían de todo esto Manuel González Bello, Guillermo Cabrera Álvarez, Elio Constantín, Enrique de la Osa? ¿Qué diría con su ronca voz Nelson Barreras? Lo cierto es que ellos no están y henos aquí con esta gravitación sobre nuestros hombros, o más bien sobre nuestras neuronas inquietas y estos corazones a prue­ba de titanio.

Lo cierto es que puede parecer el mismo soliloquio de siempre, pero no lo es. Ha llovido poco desde entonces, con calentamientos globales y nuestros calentamientos criollos tam­bién. Lo cierto es que estamos en el vía crucis de una Cuba compleja y sutil, como no imagi­nábamos en aquellas adolescencias de tiem­pos candidos.

Estamos en el mismo medio de la aldea global, rodeados de tantos cometas engaño­sos y fuegos fatuos de la comunicación conque persisten en seducirnos los viejos y hábi­les brujos del dios Mercado.

Lo cierto es que se han derribado muchas fronteras y parabanes como hielos árticos, y ya las campanas de cristal no doblan por noso­tros. Lo cierto es que tenemos al enemigo ya no fisgoneando nuestras intimidades; lo tene­mos en casa colado, incitando divisiones en nuestra ciudadela para vencer romanamente.

Lo cierto también es que algún día no leja­no ya no estará la generación histórica. Lo cier­to es el alerta aquel 27 de Noviembre en el Aula Magna de la Universidad, que nos abrió los ojos a una especie autóctona de la autodestrucción, un marabú que nos cubre si no vamos a las raíces de todos nuestros proble­mas y continuamos justificando y camuflando nuestros males con los condicionamientos ex­teriores, de la misma manera que ciertos fun­cionarios esgrimen la sequía o los huracanes para justificar la mesa incompleta.

Lo cierto es que el principal enemigo inter­no es el silencio, y nuestros propios ataúdes
podrían ser los armarios con cerrojos para es­conder las dudas, los quebrantos y los sanos exorcismos con que debiéramos todos los días ejercer el periodismo, sin blasfemar del propio Ángel de la Revolución que nos ha conducido hasta aquí; más bien para salvarlo fortalecien­do sus alas.

Entonces, ¿nos cansamos?¿Nos quedamos a medio camino en la ascensión a nuestro pro­pio Everest, dándole la razón genuflexamente a la mediocridad y la excesiva mediación, espe­rando con lamentaciones las migajas de la infor­mación, el permiso o la bula para poder indagar en las complejidades de nuestra realidad? Y cuando describo el dilema no solo hablo de periodistas de fila, sino también de editores y directores. Y también de cuadros del Partido que nos acompañan. Porque, de la misma ma­nera que hay periodistas... y periodistas; hay editores.... y editores; directores... y directores; funcionarios... y funcionarios.
Cada cual que saque sus propias cuentas, pero sin desconocer que no nos sobra tiempo para despilfarrarlo si queremos que el periodis­mo cubano, ese sin injertos neo coloniales ni transfusiones, pueda contribuir a fortalecer esta Revolución en medio del nudo gordiano de este siglo XXI, sin empequeñecimiento ni temores; yendo hasta donde haya que ir guiados por el coraje de la sinceridad y el amor.

Allá otros que tendrán que vérselas con sus propias cerrazones y torpezas, como avestruces. Allá los que pretendan adminis­trar la prensa como una granja auxiliar o un campamento de segundones, porque a la larga la vida les vencerá. En mi caso podría cansarme y tendría un largo rosario de cuen­tas para absolver mi alma periodística invo­cando las culpas de terceros. Pero no le voy a hacer el juego a la inacción, corno tampo­co asumiré las flagelaciones que sugieren quienes le endilgan el peso de los proble­mas y carencias de nuestra prensa única­mente al mayor o menor talento o eficacia de nuestros profesionales.

Afilando el bisturí, que no es para trucidar, pero sí para diseccionar con forense com­promiso, no me voy a poner el tapabocas, ni voy a cejar en el empeño, que sería flaco pre­mio a la autocomplacencia y la comodidad, los antídotos del pensamiento revoluciona­rio: Abro los ojos y reanudo la marcha e in­tento dejar en el camino el lastre de cursile­ría, ovejuna mansedumbre, orejeras y antifa­ces. No sé si alcance la cima, pero, a fin de cuentas, de los cobardes no se ha escrito nada.
Tomado de Juventud Rebelde

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