jueves, 10 de julio de 2008

PRENSA NACIONAL: ESPECIAL VIII CONGRESO DE LA UPEC, Fieles y a la vez eternos inconformes, Rolando Pérez Betancourt



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Somos los inventores de un periodismo que, siempre tratando de perfeccionarse en su sen­tido clasista, no lo practica nadie en el mundo, y que, entre otras cosas, comenzó echando por la borda el esquema aupado por Balzac para su amada prensa burguesa cuando dijo que el Poder y la prensa deben ser antagónicos por esencia y el día en que ambos terminen en bo­da, se acabó la democracia y la libertad de expre­sión.
También somos, si no los inventores abso­lutos, sí los herederos y continuadores de un modelo de sociedad traicionada por algunos partidos y que por saberla la más justa de todas, seguimos echando rodilla en tierra por construirla al precio que sea.

Con el triunfo de la Revolución y la convo­catoria de trabajar todos por una patria nueva y, por suerte, con un enemigo común ya para entonces muy bien definido, la recomendación de Balzac y los liberales —luego desprestigia­da hasta el infinito— no nos servía. Había que inventar otra teniendo en cuenta ciertas expe­riencias: Martí y Patria, Lenin y su definición de la prensa partidista como vehículo para la orga­nización y el aprendizaje. Y también fórmulas que fueron surgiendo por el camino, unas me­jores que otras, algunas francamente erróneas, todas en función de lo más importante: defen­der la Revolución.

Casi cincuenta años después de estar dis­cutiendo sobre el oficio, recalco que la culpa de buena parte de las deficiencias de nuestra pren­sa la tiene el imperialismo. Lo digo de manera tajante y sin sombra alguna de humorada: el imperialismo. ¿Se imaginan ustedes lo que hu­biera sido nuestra prensa —principalmente en lo relativo al orden interno— sin estar los ame­ricanos a 90 millas, siempre dispuestos a de­saparecernos del mapa? Cuánta advertencia, cuánta «cosa mala» atajada, cuánto papel acti­vo jugado por los periodistas en el momento preciso y sin el sempiterno freno —siempre con las mejores intenciones el freno, valga la acla­ración— de «no es el momento», «no le demos armas al enemigo», «somos una plaza sitiada o «aguanta y no te tires que la piscina no tiene agua».

Después de escuchar el último discurso de Fidel en la Universidad, aquel en el que advirtió con una valentía y lucidez extraordinaria que la Revolución podía ser derrotada desde adentro, reafirmé una vieja incertidumbre: ¿No será que de tanto evitar «darle armas al enemigo», de tanto contener los disparos hacia las deficien­cias de nosotros mismos, le hemos hecho un importante favor al enemigo?

De aquel discurso no hace tanto tiempo, co­mo poco tiempo hace también del día en que Raúl llamó al debate público de nuestros problemas nacionales y supimos que cientos de miles de planteamientos se habían realizado en el país con una sinceridad y desenfado que hubiéramos querido para nuestra prensa, dentro de su función de anticipadora, de faro de alertas, de voceadora de peligros y medidas al respecto, que necesariamente ha de madurar nuestra prensa de una manera constructiva, optimista en la lucha, sin caer en esas visiones fatalistas que, ya lo sabemos, nada ayudan.

Y recuerden ustedes que el pueblo, siempre sabio, no dejó de pasarnos la cuenta en esos debates por no reflejar lo que debíamos.

Los periodistas deben luchar por no equivocarse. Pero a la hora de hablar de esos errores, de esgrimirse por algunos como freno para la consecución de nuestra tarea, habría que to­mar en cuenta los beneficios del saldo frente a lo que pudiera obtenerse de la inmovilización o el silencio. Ese «no tirar al blanco como mejor vía para no fallar el blanco». Tampoco puede es­perarse de un periodista que cada vez que es­criba una opinión sobre «algo», tenga el ciento por ciento de la razón establecida sobre ese «algo».

Hablo de periodistas revolucionarios, por su­puesto, porque para los falsos periodistas, esos que aprenden a leer en cartillas editadas en la Oficina de Intereses para luego virarse contra su pueblo y teclear, más que escribir, al dictado del dólar, apiico sin vacilación esta máxima: «para quien quiere robarme la libertad, ninguna libertad».

Pero entre revolucionarios no debe evitarse la confrontación de opiniones que, estoy segu­ro, siempre nos llevaría a mejores soluciones.

La necesidad de protegernos, o mejor, «esa manera de interpretar la protección frente al ene­migo», sin embargo, fue cambiando gradualmen­te el perfil de la profesión y empujándonos ha­cia un periodismo poco vital y activado, en lo fundamental, a partir de las señas recibidas, que, dicho sea de paso, al igual que los errores de los periodistas también han tenido esas «se­ñas» sus propios deslices.

Claro, todo queda entre revolucionarios, revo­lucionarios empujados por una fuerza mayor que nos convoca y nos hace seguir adelante con la esperanza de que mañana tendremos un perio­dismo mejor. Pero en el trayecto hacia ese ma­ñana también ha habido espacio para la mono­tonía, el desencanto en lo que concierne a la fun­ción primordial del oficio, ese fatal «voy tirando» que una vez perdido el sentido critico nos puede llegar como una parálisis en vida.

Y cuando se pierde el sentido crítico en el ofi­cio, si lo sabremos bien, entramos en la mayor de las censuras, la que se produce por uno, con­tra uno mismo.

¿Pero qué sería un periodismo mejor? No du­do que su esbozo, o sus muchos esbozos, se encuentren en las mentes de los aquí presen­tes. Pero mencionamos solo uno imprescindi­ble: un periodismo que cada día nos recordara que es grandiosamente humano no estar nun­ca satisfecho con nosotros mismos y que crear un modelo de sociedad siempre crítica, siem­pre informada, siempre en debate, siempre bus­cando otros limites del perfeccionamiento socialmente- revolucionario, sin que por ello, claro, deje de estar la orientación del Partido junto a nosotros.

Hay cosas mal hechas que las seguimos haciendo per costumbre, aun a sabiendas de que no funcionan. Negamos principios de la psi­cología socia1 y de la necesidad básica de la información, sin tener en cuenta que hoy día la gente se entera de lo que quiere y dentro de la subjetividad de lo incierto, si no tiene referentes nuestros, saca las conclusiones más diversas.

El rosario sería largo y no hay tiempo. Algu­nos de los aspectos aquí planteados pudieran resultarnos viejos ,o algo “demodé”, a tenor con ciertos avances que se han ido manifestando en nuestra prensa en los últimos meses. Pero también avances en la profesión tuvimos en años idos y se perdieron.

¡Ahora no debe ser así! Claro, hay que aprender de los peligros del desequilibrio informativo y de los desboques de la funesta Perestroika y de otros cantos de sirenas que nada tienen que ver con la prensa cubana que necesitamos.

Pero para trazar caminos más firmes, actualizados y modernos, acordes con los días que se viven, están el Partido y la UPEC, que como ente especializado y profesional, debe “meter más cuerpo” a la hora de trazar las estrategias que necesitamos. Y por supuesto, estamos nosotros los periodistas, esos fieles y a la vez eternos inconformes.

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