digitai@jrebelde.cip.cu
Somos los inventores de un periodismo que, siempre tratando de perfeccionarse en su sentido clasista, no lo practica nadie en el mundo, y que, entre otras cosas, comenzó echando por la borda el esquema aupado por Balzac para su amada prensa burguesa cuando dijo que el Poder y la prensa deben ser antagónicos por esencia y el día en que ambos terminen en boda, se acabó la democracia y la libertad de expresión.
También somos, si no los inventores absolutos, sí los herederos y continuadores de un modelo de sociedad traicionada por algunos partidos y que por saberla la más justa de todas, seguimos echando rodilla en tierra por construirla al precio que sea.
Con el triunfo de la Revolución y la convocatoria de trabajar todos por una patria nueva y, por suerte, con un enemigo común ya para entonces muy bien definido, la recomendación de Balzac y los liberales —luego desprestigiada hasta el infinito— no nos servía. Había que inventar otra teniendo en cuenta ciertas experiencias: Martí y Patria, Lenin y su definición de la prensa partidista como vehículo para la organización y el aprendizaje. Y también fórmulas que fueron surgiendo por el camino, unas mejores que otras, algunas francamente erróneas, todas en función de lo más importante: defender la Revolución.
Casi cincuenta años después de estar discutiendo sobre el oficio, recalco que la culpa de buena parte de las deficiencias de nuestra prensa la tiene el imperialismo. Lo digo de manera tajante y sin sombra alguna de humorada: el imperialismo. ¿Se imaginan ustedes lo que hubiera sido nuestra prensa —principalmente en lo relativo al orden interno— sin estar los americanos a 90 millas, siempre dispuestos a desaparecernos del mapa? Cuánta advertencia, cuánta «cosa mala» atajada, cuánto papel activo jugado por los periodistas en el momento preciso y sin el sempiterno freno —siempre con las mejores intenciones el freno, valga la aclaración— de «no es el momento», «no le demos armas al enemigo», «somos una plaza sitiada o «aguanta y no te tires que la piscina no tiene agua».
Después de escuchar el último discurso de Fidel en la Universidad, aquel en el que advirtió con una valentía y lucidez extraordinaria que la Revolución podía ser derrotada desde adentro, reafirmé una vieja incertidumbre: ¿No será que de tanto evitar «darle armas al enemigo», de tanto contener los disparos hacia las deficiencias de nosotros mismos, le hemos hecho un importante favor al enemigo?
De aquel discurso no hace tanto tiempo, como poco tiempo hace también del día en que Raúl llamó al debate público de nuestros problemas nacionales y supimos que cientos de miles de planteamientos se habían realizado en el país con una sinceridad y desenfado que hubiéramos querido para nuestra prensa, dentro de su función de anticipadora, de faro de alertas, de voceadora de peligros y medidas al respecto, que necesariamente ha de madurar nuestra prensa de una manera constructiva, optimista en la lucha, sin caer en esas visiones fatalistas que, ya lo sabemos, nada ayudan.
Y recuerden ustedes que el pueblo, siempre sabio, no dejó de pasarnos la cuenta en esos debates por no reflejar lo que debíamos.
Los periodistas deben luchar por no equivocarse. Pero a la hora de hablar de esos errores, de esgrimirse por algunos como freno para la consecución de nuestra tarea, habría que tomar en cuenta los beneficios del saldo frente a lo que pudiera obtenerse de la inmovilización o el silencio. Ese «no tirar al blanco como mejor vía para no fallar el blanco». Tampoco puede esperarse de un periodista que cada vez que escriba una opinión sobre «algo», tenga el ciento por ciento de la razón establecida sobre ese «algo».
Hablo de periodistas revolucionarios, por supuesto, porque para los falsos periodistas, esos que aprenden a leer en cartillas editadas en la Oficina de Intereses para luego virarse contra su pueblo y teclear, más que escribir, al dictado del dólar, apiico sin vacilación esta máxima: «para quien quiere robarme la libertad, ninguna libertad».
Pero entre revolucionarios no debe evitarse la confrontación de opiniones que, estoy seguro, siempre nos llevaría a mejores soluciones.
La necesidad de protegernos, o mejor, «esa manera de interpretar la protección frente al enemigo», sin embargo, fue cambiando gradualmente el perfil de la profesión y empujándonos hacia un periodismo poco vital y activado, en lo fundamental, a partir de las señas recibidas, que, dicho sea de paso, al igual que los errores de los periodistas también han tenido esas «señas» sus propios deslices.
Claro, todo queda entre revolucionarios, revolucionarios empujados por una fuerza mayor que nos convoca y nos hace seguir adelante con la esperanza de que mañana tendremos un periodismo mejor. Pero en el trayecto hacia ese mañana también ha habido espacio para la monotonía, el desencanto en lo que concierne a la función primordial del oficio, ese fatal «voy tirando» que una vez perdido el sentido critico nos puede llegar como una parálisis en vida.
Y cuando se pierde el sentido crítico en el oficio, si lo sabremos bien, entramos en la mayor de las censuras, la que se produce por uno, contra uno mismo.
¿Pero qué sería un periodismo mejor? No dudo que su esbozo, o sus muchos esbozos, se encuentren en las mentes de los aquí presentes. Pero mencionamos solo uno imprescindible: un periodismo que cada día nos recordara que es grandiosamente humano no estar nunca satisfecho con nosotros mismos y que crear un modelo de sociedad siempre crítica, siempre informada, siempre en debate, siempre buscando otros limites del perfeccionamiento socialmente- revolucionario, sin que por ello, claro, deje de estar la orientación del Partido junto a nosotros.
Hay cosas mal hechas que las seguimos haciendo per costumbre, aun a sabiendas de que no funcionan. Negamos principios de la psicología socia1 y de la necesidad básica de la información, sin tener en cuenta que hoy día la gente se entera de lo que quiere y dentro de la subjetividad de lo incierto, si no tiene referentes nuestros, saca las conclusiones más diversas.
El rosario sería largo y no hay tiempo. Algunos de los aspectos aquí planteados pudieran resultarnos viejos ,o algo “demodé”, a tenor con ciertos avances que se han ido manifestando en nuestra prensa en los últimos meses. Pero también avances en la profesión tuvimos en años idos y se perdieron.
¡Ahora no debe ser así! Claro, hay que aprender de los peligros del desequilibrio informativo y de los desboques de la funesta Perestroika y de otros cantos de sirenas que nada tienen que ver con la prensa cubana que necesitamos.
Pero para trazar caminos más firmes, actualizados y modernos, acordes con los días que se viven, están el Partido y la UPEC, que como ente especializado y profesional, debe “meter más cuerpo” a la hora de trazar las estrategias que necesitamos. Y por supuesto, estamos nosotros los periodistas, esos fieles y a la vez eternos inconformes.
Somos los inventores de un periodismo que, siempre tratando de perfeccionarse en su sentido clasista, no lo practica nadie en el mundo, y que, entre otras cosas, comenzó echando por la borda el esquema aupado por Balzac para su amada prensa burguesa cuando dijo que el Poder y la prensa deben ser antagónicos por esencia y el día en que ambos terminen en boda, se acabó la democracia y la libertad de expresión.
También somos, si no los inventores absolutos, sí los herederos y continuadores de un modelo de sociedad traicionada por algunos partidos y que por saberla la más justa de todas, seguimos echando rodilla en tierra por construirla al precio que sea.
Con el triunfo de la Revolución y la convocatoria de trabajar todos por una patria nueva y, por suerte, con un enemigo común ya para entonces muy bien definido, la recomendación de Balzac y los liberales —luego desprestigiada hasta el infinito— no nos servía. Había que inventar otra teniendo en cuenta ciertas experiencias: Martí y Patria, Lenin y su definición de la prensa partidista como vehículo para la organización y el aprendizaje. Y también fórmulas que fueron surgiendo por el camino, unas mejores que otras, algunas francamente erróneas, todas en función de lo más importante: defender la Revolución.
Casi cincuenta años después de estar discutiendo sobre el oficio, recalco que la culpa de buena parte de las deficiencias de nuestra prensa la tiene el imperialismo. Lo digo de manera tajante y sin sombra alguna de humorada: el imperialismo. ¿Se imaginan ustedes lo que hubiera sido nuestra prensa —principalmente en lo relativo al orden interno— sin estar los americanos a 90 millas, siempre dispuestos a desaparecernos del mapa? Cuánta advertencia, cuánta «cosa mala» atajada, cuánto papel activo jugado por los periodistas en el momento preciso y sin el sempiterno freno —siempre con las mejores intenciones el freno, valga la aclaración— de «no es el momento», «no le demos armas al enemigo», «somos una plaza sitiada o «aguanta y no te tires que la piscina no tiene agua».
Después de escuchar el último discurso de Fidel en la Universidad, aquel en el que advirtió con una valentía y lucidez extraordinaria que la Revolución podía ser derrotada desde adentro, reafirmé una vieja incertidumbre: ¿No será que de tanto evitar «darle armas al enemigo», de tanto contener los disparos hacia las deficiencias de nosotros mismos, le hemos hecho un importante favor al enemigo?
De aquel discurso no hace tanto tiempo, como poco tiempo hace también del día en que Raúl llamó al debate público de nuestros problemas nacionales y supimos que cientos de miles de planteamientos se habían realizado en el país con una sinceridad y desenfado que hubiéramos querido para nuestra prensa, dentro de su función de anticipadora, de faro de alertas, de voceadora de peligros y medidas al respecto, que necesariamente ha de madurar nuestra prensa de una manera constructiva, optimista en la lucha, sin caer en esas visiones fatalistas que, ya lo sabemos, nada ayudan.
Y recuerden ustedes que el pueblo, siempre sabio, no dejó de pasarnos la cuenta en esos debates por no reflejar lo que debíamos.
Los periodistas deben luchar por no equivocarse. Pero a la hora de hablar de esos errores, de esgrimirse por algunos como freno para la consecución de nuestra tarea, habría que tomar en cuenta los beneficios del saldo frente a lo que pudiera obtenerse de la inmovilización o el silencio. Ese «no tirar al blanco como mejor vía para no fallar el blanco». Tampoco puede esperarse de un periodista que cada vez que escriba una opinión sobre «algo», tenga el ciento por ciento de la razón establecida sobre ese «algo».
Hablo de periodistas revolucionarios, por supuesto, porque para los falsos periodistas, esos que aprenden a leer en cartillas editadas en la Oficina de Intereses para luego virarse contra su pueblo y teclear, más que escribir, al dictado del dólar, apiico sin vacilación esta máxima: «para quien quiere robarme la libertad, ninguna libertad».
Pero entre revolucionarios no debe evitarse la confrontación de opiniones que, estoy seguro, siempre nos llevaría a mejores soluciones.
La necesidad de protegernos, o mejor, «esa manera de interpretar la protección frente al enemigo», sin embargo, fue cambiando gradualmente el perfil de la profesión y empujándonos hacia un periodismo poco vital y activado, en lo fundamental, a partir de las señas recibidas, que, dicho sea de paso, al igual que los errores de los periodistas también han tenido esas «señas» sus propios deslices.
Claro, todo queda entre revolucionarios, revolucionarios empujados por una fuerza mayor que nos convoca y nos hace seguir adelante con la esperanza de que mañana tendremos un periodismo mejor. Pero en el trayecto hacia ese mañana también ha habido espacio para la monotonía, el desencanto en lo que concierne a la función primordial del oficio, ese fatal «voy tirando» que una vez perdido el sentido critico nos puede llegar como una parálisis en vida.
Y cuando se pierde el sentido crítico en el oficio, si lo sabremos bien, entramos en la mayor de las censuras, la que se produce por uno, contra uno mismo.
¿Pero qué sería un periodismo mejor? No dudo que su esbozo, o sus muchos esbozos, se encuentren en las mentes de los aquí presentes. Pero mencionamos solo uno imprescindible: un periodismo que cada día nos recordara que es grandiosamente humano no estar nunca satisfecho con nosotros mismos y que crear un modelo de sociedad siempre crítica, siempre informada, siempre en debate, siempre buscando otros limites del perfeccionamiento socialmente- revolucionario, sin que por ello, claro, deje de estar la orientación del Partido junto a nosotros.
Hay cosas mal hechas que las seguimos haciendo per costumbre, aun a sabiendas de que no funcionan. Negamos principios de la psicología socia1 y de la necesidad básica de la información, sin tener en cuenta que hoy día la gente se entera de lo que quiere y dentro de la subjetividad de lo incierto, si no tiene referentes nuestros, saca las conclusiones más diversas.
El rosario sería largo y no hay tiempo. Algunos de los aspectos aquí planteados pudieran resultarnos viejos ,o algo “demodé”, a tenor con ciertos avances que se han ido manifestando en nuestra prensa en los últimos meses. Pero también avances en la profesión tuvimos en años idos y se perdieron.
¡Ahora no debe ser así! Claro, hay que aprender de los peligros del desequilibrio informativo y de los desboques de la funesta Perestroika y de otros cantos de sirenas que nada tienen que ver con la prensa cubana que necesitamos.
Pero para trazar caminos más firmes, actualizados y modernos, acordes con los días que se viven, están el Partido y la UPEC, que como ente especializado y profesional, debe “meter más cuerpo” a la hora de trazar las estrategias que necesitamos. Y por supuesto, estamos nosotros los periodistas, esos fieles y a la vez eternos inconformes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario