Cada tarde, al terminar su jornada laboral se sienta en un contén a revisar el botín del día. Hace el recuento de lo que la vida y su empeño le regalan. Hoy por ejemplo se fue con:
-Dos bolsas de pan viejo (para las gallinas y para rallar)
-Una pechuga y un muslo de pollo (para la cena) no muy descompuestos
-Varios huesos para el perro
-Un par de mocasines despegados, un calzoncillo sin mucho uso y una toalla, sólo hay que lavarlos bien
-Un vaso plástico y dos botellas, también plásticas, vacías
-Cuatro libros: Fidel y la religión, Poema pedagógico de Makarenko, el tomo II de las Obras Completas de Lenin y Elogio de la locura de Erasmo de Rótterdam
-La mitad de un jabón de lavar de uso
-Un par de calcetines de lana, no muy agujereados
-Una bota rusa del pie derecho, por si un día aparece su acompañante
-Varios periódicos Granma del mes pasado (el papel sanitario es muy caro)
-Un socket con un tramo de cable
-Un cuchillo no muy oxidado sin cabo
-Un pedazo de vela para el apagón
-Un mocho de lápiz y una libreta escolar con algunas hojas en blanco
-Una camiseta roja algo manchada que proclama en letras blancas: ¡Comandante en jefe, ordene!
Hoy fue un día provechoso. No se puede quejar de su suerte. Con su raída y atestada mochila al hombro y con sus jabas, aborda la carreta que lo deja en la parada del M6. Mientras espera por el piafante camello canta, voz en cuello “Niebla del Riachuelo”. Repite: “…aferrado al recuerdo, yo sigo esperando. Nunca más la vi, nunca más volvió…”
Aspira a vivir más de cien años. Lo cree debido a que “la calidad de vida en Cuba es cada día mayor”.
Lo apodan Charangón. Tal vez fue por su estrafalario modo de vestir. O quizás por la algarabía que forma al hablar. Siempre está contento y nunca tiene quejas. Se viste para sentirse bien y no para lucirle a nadie.
Luce una raída chaqueta safari, camiseta de malla amarilla fosforescente, un jean con parches en las rodillas, dos tallas mayor, sujetas con un cinto verdeolivo. Unos tennis Nike recuperados de un basurero y cosidos por el mismo con alambre fino. Lleva a la muñeca el veterano reloj ruso Poljot, que lo acompañó a las Zafras del Pueblo. Cubre su rapada cabeza con una gorra roja del Contingente XX Aniversario del Desembarco del Granma.
Después de irse del ejército, trabajó varios años como bodeguero en Centro Habana. Cuando arreció el Período Especial “por culpa de Gorbachov” , pidió su jubilación. No podía lidiar con las quejas de un público para el que no tenía respuestas.
También entregó “por problemas personales” el carné del Partido. Se lo habían dado en 1966. Las reuniones de su núcleo de militantes, todos jubilados, lo agobiaban. Todo era chisme y chivatería. No era el Partido que él conocía.
Pasa los domingos en casa, bebiendo ron del malo, el único asequible a su bolsillo, apagando y encendiendo un tabaco. Si no hay apagón oye música en una maltrecha radio grabadora rusa, premio de la emulación en 1981. Oye incansable los boleros de Tejedor, Pacho Alonso, Contreras pero sobre todo, lo máximo, el Benny: “y cuando tus labios besé, conocí la paz…”
Es santiaguero, pero vive en La Habana desde 1959. Vino con el Ejército Rebelde. De Santiago, ya no le queda ni el acento.
Estuvo en la Sección Política de las FAR hasta hace poco más de 20 años. Llegó a teniente coronel. Nadie pudo convencerlo para que no renunciara. Después de rodar por unidades militares de todo el país, se cansó sin remedio de la vida en el ejército.
Era un mundo que conocía bien. Demasiado bien. Para él, algunos de los más altos jefes de las FAR son sólo diminutivos y apodos. Con ellos compartió borracheras y comelatas. A más de uno de ellos, alguna vez, en alguna discusión, por esto o por lo otro, mandó para el carajo o para la pinga.
Una de las cosa que lo convencieron de que la disciplina militar no se hizo para él fue el destino de muchos de sus amigos.
¿Quién iba a imaginar cuando se comían el venado en Managua y pedían “otro traguito ahora, cantinerito, que estoy contento” cual sería el fin del Gordo?
El venado lo robaron del centro de recría del Comandante Guillermo García. Había motivos para celebrar, lo que no tenían con qué. El ron abre el apetito. El Gordo negó su culpabilidad ante el Ministro. “Los generales no mienten”, sentenció severo el Número Dos.
El Gordo murió en Angola, con el corazón destrozado por un infarto y sin saber si había reparado su falta.
Charangón necesitaba rehacer su vida familiar. El ejército le impidió dedicarle tiempo. La crianza de sus hijos se le fue de las manos. No pudo estar con los muchachos cuando más lo necesitaban. Una vez tuvo que sacar al mayor de la unidad del Capri. Lo querían tirar para reeducación de menores. Lo agarraron en Miramar, metido en el patio de Dorticós.
Poco después de licenciarse de las FAR, se divorció. Perdió la casa que le dio el Ministro como regalo de boda.
Cuando conoció a su actual mujer, era una negrona muy retocada, contenta y bailadora. Zandunguera, se meneaba como nadie, “ por encima del nivel”. Era viuda, el único problema era que vivía con dos hijos adolescentes. Hoy, ellos y sus hijos, ahora sus nietos, lo adoran. Vuelca en ellos la atención que no pudo dedicar a los suyos.
Su mujer tiene sus majaderías. Le preocupa la salud de Charangón. Es asmático y padece frecuentes diarreas. Según ella, por la metralla que come. Quiere que deje el tabaco y la bebida, pero es inútil, él no tiene otros alicientes.
Tampoco quiere que trabaje, más no hay caso, responde que el ejercicio es necesario a su edad. La vida está muy cara y el dinero de la jubilación no alcanza para nada. Todavía se siente fuerte para trabajar.
Desde que se jubiló, trabaja por contratación en Servicios Comunales. El trabajo es duro, pero para Charangón nada es difícil porque “donde nace un comunista mueren las dificultades”.
Su trabajo tiene sus ventajas. Siempre algo aparece. Todo sirve. Lo que aparezca, va para el jolongo. Si todos fueran como él, no andarían con tantas quejas. Hay que ver el Noticiero y la Mesa Redonda para ver como viven en otros países.
Su fidelidad al Comandante sigue inalterable. Para Charangón, su palabra, como siempre, sigue siendo ley, suprema e inobjetable. Le asusta pensar que pasará el día que no esté.
Charangón piensa que se cometen errores. El vive en Cuba. Está convencido que Fidel no sabe la mitad de las cosas que pasan, lo rodea mucha gente incompetente y corrupta que lo engañan. Ellos son los que tienen esto así.
Pero con quejarse no se resuelve nada. Aquí lo que hay es que “echar pa alante”.
Mañana empezará otro día de trabajo. Se dispone a entrarle con todo su entusiasmo. “¡Ya estamos en combate!” volverá a gritar cuando alce la tapa del primer contenedor de basura de la mañana. A fin de cuentas, Charangón no tiene quejas, él es feliz aquí.
Arroyo Naranjo, La Habana, 2006-07-06
-Dos bolsas de pan viejo (para las gallinas y para rallar)
-Una pechuga y un muslo de pollo (para la cena) no muy descompuestos
-Varios huesos para el perro
-Un par de mocasines despegados, un calzoncillo sin mucho uso y una toalla, sólo hay que lavarlos bien
-Un vaso plástico y dos botellas, también plásticas, vacías
-Cuatro libros: Fidel y la religión, Poema pedagógico de Makarenko, el tomo II de las Obras Completas de Lenin y Elogio de la locura de Erasmo de Rótterdam
-La mitad de un jabón de lavar de uso
-Un par de calcetines de lana, no muy agujereados
-Una bota rusa del pie derecho, por si un día aparece su acompañante
-Varios periódicos Granma del mes pasado (el papel sanitario es muy caro)
-Un socket con un tramo de cable
-Un cuchillo no muy oxidado sin cabo
-Un pedazo de vela para el apagón
-Un mocho de lápiz y una libreta escolar con algunas hojas en blanco
-Una camiseta roja algo manchada que proclama en letras blancas: ¡Comandante en jefe, ordene!
Hoy fue un día provechoso. No se puede quejar de su suerte. Con su raída y atestada mochila al hombro y con sus jabas, aborda la carreta que lo deja en la parada del M6. Mientras espera por el piafante camello canta, voz en cuello “Niebla del Riachuelo”. Repite: “…aferrado al recuerdo, yo sigo esperando. Nunca más la vi, nunca más volvió…”
Aspira a vivir más de cien años. Lo cree debido a que “la calidad de vida en Cuba es cada día mayor”.
Lo apodan Charangón. Tal vez fue por su estrafalario modo de vestir. O quizás por la algarabía que forma al hablar. Siempre está contento y nunca tiene quejas. Se viste para sentirse bien y no para lucirle a nadie.
Luce una raída chaqueta safari, camiseta de malla amarilla fosforescente, un jean con parches en las rodillas, dos tallas mayor, sujetas con un cinto verdeolivo. Unos tennis Nike recuperados de un basurero y cosidos por el mismo con alambre fino. Lleva a la muñeca el veterano reloj ruso Poljot, que lo acompañó a las Zafras del Pueblo. Cubre su rapada cabeza con una gorra roja del Contingente XX Aniversario del Desembarco del Granma.
Después de irse del ejército, trabajó varios años como bodeguero en Centro Habana. Cuando arreció el Período Especial “por culpa de Gorbachov” , pidió su jubilación. No podía lidiar con las quejas de un público para el que no tenía respuestas.
También entregó “por problemas personales” el carné del Partido. Se lo habían dado en 1966. Las reuniones de su núcleo de militantes, todos jubilados, lo agobiaban. Todo era chisme y chivatería. No era el Partido que él conocía.
Pasa los domingos en casa, bebiendo ron del malo, el único asequible a su bolsillo, apagando y encendiendo un tabaco. Si no hay apagón oye música en una maltrecha radio grabadora rusa, premio de la emulación en 1981. Oye incansable los boleros de Tejedor, Pacho Alonso, Contreras pero sobre todo, lo máximo, el Benny: “y cuando tus labios besé, conocí la paz…”
Es santiaguero, pero vive en La Habana desde 1959. Vino con el Ejército Rebelde. De Santiago, ya no le queda ni el acento.
Estuvo en la Sección Política de las FAR hasta hace poco más de 20 años. Llegó a teniente coronel. Nadie pudo convencerlo para que no renunciara. Después de rodar por unidades militares de todo el país, se cansó sin remedio de la vida en el ejército.
Era un mundo que conocía bien. Demasiado bien. Para él, algunos de los más altos jefes de las FAR son sólo diminutivos y apodos. Con ellos compartió borracheras y comelatas. A más de uno de ellos, alguna vez, en alguna discusión, por esto o por lo otro, mandó para el carajo o para la pinga.
Una de las cosa que lo convencieron de que la disciplina militar no se hizo para él fue el destino de muchos de sus amigos.
¿Quién iba a imaginar cuando se comían el venado en Managua y pedían “otro traguito ahora, cantinerito, que estoy contento” cual sería el fin del Gordo?
El venado lo robaron del centro de recría del Comandante Guillermo García. Había motivos para celebrar, lo que no tenían con qué. El ron abre el apetito. El Gordo negó su culpabilidad ante el Ministro. “Los generales no mienten”, sentenció severo el Número Dos.
El Gordo murió en Angola, con el corazón destrozado por un infarto y sin saber si había reparado su falta.
Charangón necesitaba rehacer su vida familiar. El ejército le impidió dedicarle tiempo. La crianza de sus hijos se le fue de las manos. No pudo estar con los muchachos cuando más lo necesitaban. Una vez tuvo que sacar al mayor de la unidad del Capri. Lo querían tirar para reeducación de menores. Lo agarraron en Miramar, metido en el patio de Dorticós.
Poco después de licenciarse de las FAR, se divorció. Perdió la casa que le dio el Ministro como regalo de boda.
Cuando conoció a su actual mujer, era una negrona muy retocada, contenta y bailadora. Zandunguera, se meneaba como nadie, “ por encima del nivel”. Era viuda, el único problema era que vivía con dos hijos adolescentes. Hoy, ellos y sus hijos, ahora sus nietos, lo adoran. Vuelca en ellos la atención que no pudo dedicar a los suyos.
Su mujer tiene sus majaderías. Le preocupa la salud de Charangón. Es asmático y padece frecuentes diarreas. Según ella, por la metralla que come. Quiere que deje el tabaco y la bebida, pero es inútil, él no tiene otros alicientes.
Tampoco quiere que trabaje, más no hay caso, responde que el ejercicio es necesario a su edad. La vida está muy cara y el dinero de la jubilación no alcanza para nada. Todavía se siente fuerte para trabajar.
Desde que se jubiló, trabaja por contratación en Servicios Comunales. El trabajo es duro, pero para Charangón nada es difícil porque “donde nace un comunista mueren las dificultades”.
Su trabajo tiene sus ventajas. Siempre algo aparece. Todo sirve. Lo que aparezca, va para el jolongo. Si todos fueran como él, no andarían con tantas quejas. Hay que ver el Noticiero y la Mesa Redonda para ver como viven en otros países.
Su fidelidad al Comandante sigue inalterable. Para Charangón, su palabra, como siempre, sigue siendo ley, suprema e inobjetable. Le asusta pensar que pasará el día que no esté.
Charangón piensa que se cometen errores. El vive en Cuba. Está convencido que Fidel no sabe la mitad de las cosas que pasan, lo rodea mucha gente incompetente y corrupta que lo engañan. Ellos son los que tienen esto así.
Pero con quejarse no se resuelve nada. Aquí lo que hay es que “echar pa alante”.
Mañana empezará otro día de trabajo. Se dispone a entrarle con todo su entusiasmo. “¡Ya estamos en combate!” volverá a gritar cuando alce la tapa del primer contenedor de basura de la mañana. A fin de cuentas, Charangón no tiene quejas, él es feliz aquí.
Arroyo Naranjo, La Habana, 2006-07-06
1 comentario:
Luis, nagüe, tus cuentos son lo único que me hace reir, pero reir de verdad, como cuando uno siente que le duele el costado, o que se va a mear. Me extraño mucho algo del cuento "Charangón". No usastes la palabra "singao" ni una sola vez. No importa cuantas veces la digas, siempre lo haces apropiadamente. Le das el sentido habanero: el que es nacido y criado en la Habana. Ningún lambiaestacas que no sea habanero puede entender eso. Gracias, gallo, y sigue pa'lante con los faroles.
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