jueves, 19 de junio de 2008

POLÍTICA: El Che cumple 80 años, Luís Cino






Arroyo Naranjo, La Habana, junio 19 de 2008 (SDP) Este 14 de junio, Ernesto Guevara hubiera cumplido los 80 años de edad. La ráfaga de subametralladora de un oficial del ejército boliviano, que previamente se emborrachó para poder ejecutar la orden del general Barrientos, lo desgajó del mundo de los vivos.

Apenas un año después, los manifestantes del mayo del 68 convirtieron la imagen de Guevara según el lente de Korda, en uno de los símbolos errados con que quisieron cambiar el mundo. El otro era Mao. Sólo faltaron Marat, Robespierre y la guillotina. ¿Imaginan un mundo enmarcado en los parámetros de Che Guevara y Mao Tse Tung?

Hoy, Che Guevara, con estatua de bronce en su natal Rosario y mausoleo en Santa Clara, es el más poderoso icono de la izquierda mundial. Una increíble y exitosa combinación de marketing capitalista e idealismo romántico revolucionario en un mundo hecho a partes iguales de los adoquines del mayo parisino y el muro berlinés.

De no haber sido asesinado en La Higuera en 1967, hoy sería, en lugar del principal símbolo de la revolución cubana, otro de los gerontócratas sucesores de Fidel Castro. Otro comandante histórico en el Buró Político. El más culto, pero también el más de línea dura. Sería probablemente el menos dispuesto a las reformas, ni siquiera y menos que ninguna, a las reformas al estilo chino. Las políticas de Deng Xiao Ping le hubieran repugnado, porque el modelo que a él le gustaba era el del camarada Mao.

Hereje temprano del socialismo real y trotskista por carambola, sabría dios por cual proyecto económico apostaría ahora. Después de todo, el Che (lo confesó en cierta ocasión y lo demostró en los hechos) no era economista, sino comunista. Más que la plusvalía y los planes quinquenales, prefería crear dos, tres, muchos Vietnam…

Che Guevara, ahora que Hugo Chávez y Evo Morales (por los motivos que sea) declararon la lucha guerrillera definitivamente obsoleta, apenas tendría espacio en el socialismo del siglo XXI. Sería, si acaso, otro teórico de paso por Caracas.

De cualquier modo, no es útil ni saludable especular con la historia, imaginar lo que pudo ser y no fue. Lo que sí estoy seguro es que de estar vivo Che Guevara, no andaría su rostro en tantas camisetas ni carteles, ni tatuado en el brazo de tanto cretino sin causa fija. ¿Cuántos de ellos habrán leído en Pasajes de la Guerra Revolucionaria sus descripciones, minuciosas hasta el espanto, de las ejecuciones en la Sierra Maestra?

Che Guevara tenía talento para escribir un cuento impecable, aunque cruel, como “El cachorro asesinado”. Quizás haberse frustrado como escritor inspiró sus prejuicios contra los intelectuales. Les reprochaba su pecado original de no ser suficientemente revolucionarios. Por la UNEAC parecen haber olvidado (o prefieren no recordar) que en la embajada cubana en Argel, Ernesto Guevara se indignó y tiró al cesto de la basura un libro de Virgilio Piñera. Era el sitio que el Che consideró oportuno para los cuentos de un escritor homosexual.

El Che cumple 80 años y vuelven a aflorar sus anécdotas. Todas subrayan sus rasgos más duros, austeros, huraños e inflexibles. Aún las anécdotas que se supone que muestren su lado más humano, consiguen todo lo contrario. Su batalla casi masoquista contra el asma. En el Congo, en 1965, férreo con sus subordinados, tratando de ocultar su dolor mientras su madre agonizaba en un hospital de Buenos Aires.

Las demás anécdotas muestran su arrogancia y su ironía punzante como un puñal. Lo mismo en sus desplantes con periodistas franceses y norteamericanos que con Germán Pinelli ante las cámaras de la TV cubana. El más popular de los locutores cubanos se atrevió a llamarlo Che. “Yo soy Che sólo para mis amigos, para usted soy el Comandante Guevara”, lo corrigió el revolucionario argentino.

Cuentan que poco antes de irse para Bolivia, algunos amigos quisieron despedirlo y lo invitaron a comer. Conocían sus gustos y quisieron halagarlo. Para los postres, encargaron a Coppelia dos tinas de helado del sabor preferido del Che, la fresa. Eso lo molestó. Indagó la procedencia del helado. Consideró que tomar helado de fresa era un lujo superfluo para privilegiados. Se levantó de la mesa y se fue con un portazo. Imagino la reacción de sus amigos.

Los cubanos perdonan cualquier cosa, excepto las pesadeces y las zoquetadas. Pero a los muertos ilustres, algunos le perdonan sus defectos. Es más, a veces los transforman en anécdotas. Como las que ahora se narran sobre Che Guevara, el mito más consistente de la revolución cubana.
luicino2004@yahoo.com




1 comentario:

Anónimo dijo...

Retrato de cuerpo entero. Hijo de puta de pies a cabeza. Como es un trabajo serio, no usaste la palabra cubana que tu usas para describir todo lo malo que puede haber en un hombre: SINGAO.