A Nicolás Lara
Alegre como un ahorcado
que olvidó la soga,
va el poeta por el mundo
silbando en su flauta
cualquier temita kitsch
para espantar alimañas.
Quiere patrocinar a su manera
la sonrisa del prójimo,
para hacerlo creer
en la alegría de vivir
sobre la superficie edénica del verano.
-El poeta se reserva
el acceso al infierno-.
Amante sin llavín, no llora
para no desacreditar la primavera,
(como todo niño tranquilo
sabe sufrir sin que lo vean).
Las pizarras de control
con bombillitos como gotas de sangre no lo
inspiran;
ni pueden tranquilizarlo las medias estadísticas,
-detesta la zorrería de toda frase conceptuosa-.
Porque lo único que el poeta ama,
lo que amará siempre
son las excepciones y los imponderables.
Al poeta le encanta
parecer blanco entre los rojos
y rojo entre los blancos. Siente
una apasionada inclinación por las minorías.
Considera aristocrático
avanzar hacia la derrota.
Aunque respeta escrupulosamente todos los mitos,
el poeta suele estar enterado de algo desagradable
y hasta parece que sería capaz, en un rapto de
candor,
de descubrirle el número a Mandrake.
La ilimitada confianza que necesitaría el poeta
no es de este mundo,
pero cuando la flauta se le atora
y las alimañas lo cercan,
el poeta, como el personaje de una fábula Zen
colgado de cabeza en el abismo
saboreando una cereza
desconcierta a los tigres.
6-16-85
Tomado de: EL POETA ENTRE DOS TIGRES
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