Residir en una zona suburbana tiene sus inconvenientes, no todo es bucólico. Las obligaciones exigen más tiempo, y es necesario separarse de la cama antes de lo deseado para poder estar a tiempo en el sitio escogido, y a la hora reglamentada en el lugar de empleo.
Pero prefiero mi casa a pesar de esas contrariedades. Alejada más de un centenar de metros de la vivienda vecina, con nocturna tranquilidad ambiental y con brisas que susurran secretos de tiempos lejanos.
Entre mi mundo doméstico tuve un buen perro. Era un animal de grandes orejas, fornido y magnifico guardián. Exceptuando la pata derecha delantera blanca hasta algo más arriba de la mitad, su color era totalmente negro.
Nos entendíamos bien. Ambos estábamos en capacidad de entender lo existente tras los matices de nuestras voces.
Por eso, cuando de madrugada me despertaron sus gruñidos: pausados y agresivos, supe que por el patio estaba merodeando un extraño.
Antes de encender las luces y tomar un cuchillo doméstico como arma defensiva, pude ver por el reflejo de la luna que acechaba a un desconocido. El hombre trataba de ocultarse tras uno de los árboles del patio.
Corrí hacia el lugar, y antes de detenerme grité: “Salga de ahí. ¿Qué hace usted en mi patio?”
No me respondió, pero no avancé. La actitud del perro que sólo se limitaba a amenazar, me desconcertó.
Grito nuevamente: “Vamos, salga. Le prometo que no le haré daño”.
Respondió esa vez. Era una voz alejada, como filtrada. Pero sin embargo, parecía mi propia voz.
“Usted no puede hacerme daño. Nadie puede hacerme daño”, dijo.
Es un loco, pensé. Pero mi perro depuso su actitud hostil. Se acercó, me olfateó y se echó a mi lado.
En ese instante el desconocido volvió a hablar y noté que su voz era más parecida a la mía.
“Soy yo el que puede hacerle daño a muchas cosas, pero también puedo hacer muchas cosas racionales” respondió con una extraña seguridad.
Y ese diálogo en medio de la noche, con alguien que su voz era ya casi idéntica a la mía, me atemorizó.
No me precipité hacia la casa porque supe que eso no me daría ninguna ventaja. Y a pesar del miedo enorme que ya me afectaba, hablé de nuevo para tratar de poner fin a una situación que para mi era única..
“Vamos, salga de ahí y márchese. Le reitero mi promesa de que no le sucederá nada por en entrar sin permiso en mi propiedad.
Dije eso y lancé lejos el cuchillo, y estiré mi mano abierta hacia la oscuridad. En ese momento mi perro se paró en sus dos patas traseras, puso en mi mano su única pata blanca, y entonces escuché mi propia voz que dijo frente a mi.
“Es prestado. Mañana tendré la forma de usted o de cualquier otra persona”.
No pude moverme, lo recuerdo bien. Él echó a andar y enseguida se perdió en la oscuridad. Yo tuve que esperar varios minutos para decidir que ya podía entrar a la casa.
Hoy se cumplen 337 días de ese incidente. Recibí por correo hace unas horas un libro con una dedicatoria del autor. La tengo también grabada en mi mente. La letra es idéntica a la mía.
“Le mando mi primera obra. La literatura me apasiona. Estoy casi convencido que siempre he sido un intelectual. Su amigo, el perro”.
No se de que trata la obra. No me he atrevido siquiera a leer una página. Suficiente hago con tener el libro en mi poder. Lo mantendré en mi casa porque, a pesar de todo, creo que “mi amigo” puede ser cualquiera de ustedes.
Pero prefiero mi casa a pesar de esas contrariedades. Alejada más de un centenar de metros de la vivienda vecina, con nocturna tranquilidad ambiental y con brisas que susurran secretos de tiempos lejanos.
Entre mi mundo doméstico tuve un buen perro. Era un animal de grandes orejas, fornido y magnifico guardián. Exceptuando la pata derecha delantera blanca hasta algo más arriba de la mitad, su color era totalmente negro.
Nos entendíamos bien. Ambos estábamos en capacidad de entender lo existente tras los matices de nuestras voces.
Por eso, cuando de madrugada me despertaron sus gruñidos: pausados y agresivos, supe que por el patio estaba merodeando un extraño.
Antes de encender las luces y tomar un cuchillo doméstico como arma defensiva, pude ver por el reflejo de la luna que acechaba a un desconocido. El hombre trataba de ocultarse tras uno de los árboles del patio.
Corrí hacia el lugar, y antes de detenerme grité: “Salga de ahí. ¿Qué hace usted en mi patio?”
No me respondió, pero no avancé. La actitud del perro que sólo se limitaba a amenazar, me desconcertó.
Grito nuevamente: “Vamos, salga. Le prometo que no le haré daño”.
Respondió esa vez. Era una voz alejada, como filtrada. Pero sin embargo, parecía mi propia voz.
“Usted no puede hacerme daño. Nadie puede hacerme daño”, dijo.
Es un loco, pensé. Pero mi perro depuso su actitud hostil. Se acercó, me olfateó y se echó a mi lado.
En ese instante el desconocido volvió a hablar y noté que su voz era más parecida a la mía.
“Soy yo el que puede hacerle daño a muchas cosas, pero también puedo hacer muchas cosas racionales” respondió con una extraña seguridad.
Y ese diálogo en medio de la noche, con alguien que su voz era ya casi idéntica a la mía, me atemorizó.
No me precipité hacia la casa porque supe que eso no me daría ninguna ventaja. Y a pesar del miedo enorme que ya me afectaba, hablé de nuevo para tratar de poner fin a una situación que para mi era única..
“Vamos, salga de ahí y márchese. Le reitero mi promesa de que no le sucederá nada por en entrar sin permiso en mi propiedad.
Dije eso y lancé lejos el cuchillo, y estiré mi mano abierta hacia la oscuridad. En ese momento mi perro se paró en sus dos patas traseras, puso en mi mano su única pata blanca, y entonces escuché mi propia voz que dijo frente a mi.
“Es prestado. Mañana tendré la forma de usted o de cualquier otra persona”.
No pude moverme, lo recuerdo bien. Él echó a andar y enseguida se perdió en la oscuridad. Yo tuve que esperar varios minutos para decidir que ya podía entrar a la casa.
Hoy se cumplen 337 días de ese incidente. Recibí por correo hace unas horas un libro con una dedicatoria del autor. La tengo también grabada en mi mente. La letra es idéntica a la mía.
“Le mando mi primera obra. La literatura me apasiona. Estoy casi convencido que siempre he sido un intelectual. Su amigo, el perro”.
No se de que trata la obra. No me he atrevido siquiera a leer una página. Suficiente hago con tener el libro en mi poder. Lo mantendré en mi casa porque, a pesar de todo, creo que “mi amigo” puede ser cualquiera de ustedes.
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