jueves, 10 de julio de 2008
Obituario (poesía), Rogelio Fabio Hurtado
Por fin ayer murió el Financiero Contreras
tal como había vivido,
rodeado por el bien merecido rencor del
vecindario.
Tres personas lo acompañaron al último negocio.
Una de ellas, mi madre, por caridad cristiana,
las otras dos, por venganza o codicia.
Nunca fue hombre de iglesias
El difunto –Y jamás perdonó a sus deudores-,
Ni masón, ni siquiera romántico.
No fue un bebedor ni un gourmet.
La paternidad tampoco lo afectó.
En vez de hijos hizo dinero.
No ostentó joyas, autos ni fincas de recreo;
Para todos estos vicios humanos, tuvo el gesto
altanero.
El dinero fluía lento de sus manos
y regresaba obediente como un bumerang
-debidamente acrecentado por el interés-.
La compra y venta, ambas en su momento,
la acumulación de cuarterías, de casas, de
edificios,
(nunca arriesgó créditos para inversiones
industriales).
Nunca fue muy letrado, ni elegante
El difunto. Más bien alto, fornido, sin grasa
andaba con las manos a la espalda –el paso lento
del hombre cauteloso pero enérgico.
Hablaba poco, pero sonreía a menudo
-una sonrisa más inteligente que cordial-.
Sabíamos que tenía caja fuerte,
sabíamos que dormía con el revolver en la mano.
Cuando sus coterráneos decidieron
liquidar y volver para España, él se quedó.
No por una toma mágica de conciencia
ni ilusionado con ser de los primeros
en la hipotética Restauración,
sino para impedir que fuese disipada la porción
del dinero que consiguió salvar de la pesquisa
interventora.
Se atrincheró en el respeto
de unas leyes que odiaba. No derrochó
la pensión de Reforma Urbana comiendo en
restaurantes.
Ni se dejó saquear por el Mercado Negro.
Jamás aceptó pagar precios exorbitantes
por los humildes servicios de albañiles,
electricistas,
plomeros.
En balde los nuevos vecinos
hicieron por ganarse su amistad.
Incluso dejó de saludar a los vecinos viejos.
-A lo más un gruñido, un ademán imperceptible-.
Ya la policía no le garantizaba el pago de los
préstamos.
Su paso empezó a ser
menos rotundo (todavía las manos a la espalda).
Encerrado en la casa
-no fue de los que iban bien temprano a La
Concha-.
Pasó años leyendo el periódico, oyendo las
emisiones
diurnas y nocturnas de la VOZ.
Hasta que el Gran Acreedor
-No el policía, ni el funcionario- le presentó la
cuenta.
No pudo detenerlo con candados, ni asustarlo con
la Colt 38
ni sobornarlo con un rollo de billetes,
ni envolverlo discutiendo las cláusulas del
contrato.
Los trámites finales se corrieron
a sus espaldas. Después de años, lo volvimos a
ver
derrumbado en la silla de ruedas.
Lo sacaban al portal –las manos, los ojos muertos
ya no aterrados como ante un nuevo Decreto-.
Ayer lo sepultaron
Y lo peor es que, ahora, la gente empieza a
descreer
de la real existencia del Dinero.
Se comenta que la cocinera y el jardinero
“Iban mucho a comer al Cochinito”.
Otros dicen que una sobrina desconocida fue
sacándolo.
Con los días se van desvaneciendo
el tesoro y el odio que inspiró.
No se encuentra el Dinero –y esa sería su astucia
final.
Ahora la casa será despojada de leyendas
pero con el poco misterio que le queda
me ha legado Contreras el poema.
Octubre/84
El poeta entre dos tigres, editorial La torre de papel, 1996.
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