jueves, 15 de mayo de 2008

CULTURALES, En el cielo, con diamantes y piedras rodantes,Luis Cino






No recuerdo si me besaba con alguien la primera vez que escuché a los Beatles. Creo que no. Era niño aún y Lilita e Isabel no me hacían caso. Ni siquiera recuerdo cual fue la primera vez que escuché a Los Beatles. No estoy seguro si fue a través de la WQAM o del viejo tocadiscos Philips de Jorge Félix, mi maestro Makarenko de sexto grado.

En cambio, puedo relatar con lujo detalles donde, cómo y cuando descubrí, un par de años después, los que serían mis dos discos preferidos de siempre: Sergeant Peppers Lonely Heart Club Band y Abbey Road.

¿Para qué negarlo? Soy uno de los tantos escritores cubanos obsesionados con los Beatles que dice Alejandro Ríos (Como una piedra rodante, El Nuevo Herald). En mi caso, comparto esa obsesión, casi a partes iguales, con The Rolling Stones (algo poco frecuente, lo reconozco, entre los beatlemaníacos cubanos). Eso me da cierto derecho a opinar con objetividad.

Atribuyo la fría y sumarísima disección del fenómeno de los Beatles y su impacto en “cierta zona de la literatura cubana” que hace Ríos a que debe ser lo bastante joven para no haber vivido los años 60. Alejandro Ríos se los perdió, pero no debe echarnos a perder el recuerdo de la fiesta que fue aquella década. Vigilada, frugal y harapienta, pero fiesta (¡y qué fiesta!) al fin y al cabo.

No me refiero a la gran pachanga revolucionaria, mucho más trágica que divertida. Tristemente, todos sabemos bien cómo discurrieron los 60 en Cuba. Hablo del jolgorio subterráneo que nos ayudó a resistir tantas prohibiciones, desesperanza y represión. Los Beatles pusieron la música y la magia. Sin ellos, nuestra adolescencia hubiera sido peor.

Tal vez por eso, hallo algo sobrenatural en la música de los Beatles y los Stones, como si hubiera sido enviada por dios o por el diablo. No sé por cual de los dos, ni qué grupo envió cada cual. Si fue para salvarnos o perdernos. Sólo sé que llegaron en el momento preciso.

¿Se imagina los 60 sin “Yesterday”, “As tears goes by”, “Eleonor Rigby”, “Lady Jane”, “While my guitar gently weeps” o “Sympathy for the devil”?

En el plano musical, comparados con los Stones, los Beatles se llevaban las palmas. En lo que superaba con creces la música de Jagger- Richards a la de Lennon-McCartney era en el nivel de lo que por acá denominábamos entonces “enfermedad”. Si a eso se refiere Alejandro Ríos, estamos plenamente de acuerdo.

Pero en los 60, éramos aún lo bastante ingenuos (vamos a llamarlo así). Los Beatles nos ayudaron a capear la monotonía desoladora del paraíso revolucionario. La voz onírica de Lennon, las cintas que corrían al revés en Strawberry Fields y los acordes hindúes de Harrison, inspirados por el Maharishi y Ravi Shankar, nos colgaron del cielo e impidieron la caída en picada.

Los comisarios culturales pudieron haber utilizado en su provecho las veleidades revoltosas de los Beatles (especialmente las de John), pero no lo hicieron. Prefirieron corporizar en ellos las perversiones del “diversionismo ideológico”.

Necesitaron décadas, el naufragio del imperio soviético y un país en la peor crisis de su historia, para sentar a Lennon, como aliado estratégico de bronce, en un parque de El Vedado. Luego, les dio por cantar “Imagine” en las tribunas, con lagrimitas, pancartas y balanceo del corpachón del Ministro de Cultura… A los castigados de entonces, la rehabilitación del compañero John para la Batalla de Ideas nos da ganas de vomitar.

Los comisarios pudieron también haber aprovechado la rebeldía antisistema de los Stones. De hecho, a mediados de los 60, en plena prohibición de los Beatles, cuando regresó la música extranjera a la radio cubana, no ponían reparos a que Mick Jagger, en el programa “Nocturno”, reiterara sus insatisfacciones con el modo de vida burgués.

“Satisfaction” también fue éxito en Cuba, pero no porque los comisarios supieran tanto inglés como para analizar las letras de las canciones o porque aprobaran, tras consultar el manual marxista-leninista, las perretas de Jagger. Para ellos, tan inconveniente y nocivo era “Street fighting man” como “Revolution” en cualquiera de sus dos versiones.

No creo que nuestra obsesión por los Beatles se deba sólo a que estuvieron prohibidos en Cuba. Debe haber algo más. Por estar prohibidos, lo estuvieron hasta Roberto Carlos y José Feliciano…

No tengo ánimo (Alejandro Ríos entenderá) para buscar una respuesta exacta al por qué de la obsesión entre los escombros de la nostalgia y otras peligrosas acechanzas. No sé Senel Paz, pero entre los muchos obsesos que conozco, no hay, no tiene por qué haber, ni el asomo de “simular una artimaña de vanguardia” ni moralejas del tipo “se cometieron errores, es verdad, ¡pero éramos tan jóvenes y felices!”

Por fortuna, no todos los escritores cubanos estamos “atrapados en un mundo de imposiciones, temor y sobrevivencia”. Algunos, además de adorar la música de los Beatles, escribimos libres, aunque Alejandro Ríos nos crea, domesticados y mansos, en las mesitas de la UNEAC.

¿Y los Rolling Stones? Hablaba antes de los discos que prefiero. El tercero de ellos, sin dudas, es “Sticky Fingers”. Amo sin remedio la música de los Stones. Son viejos y pendencieros amigos. No es seguro si te acompañarán en los malos ratos, pero siempre aparecerán para el jolgorio. Saldrás, en el mejor de los casos, con tremenda resaca y sin saber qué hiciste la noche anterior…Los Beatles son otra historia.

Alejandro Ríos, ahora que vio “Shine a light” en un cine de New York (los Rolling Stones según Martin Scorcese), sigue sin comprender el por qué de nuestra obsesión manifiesta con “un legado pop, libre de riesgos, decorativo, casi pequeño burgués”.

Alejandro, aquí en confianza, ¿de veras te crees el cuento de que los Stones son mucho más que eso? ¡Vamos, colega, que ya somos adultos!
Arroyo Naranjo, 2008-05-03
luicino2004@yahoo.com


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