jueves, 8 de mayo de 2008

De la vida diaria, Amarilis C. Rey.





A Julita, su madre pretende celebrarle su fiesta de quince años. La jovencita quiere sólo fotos en su onomástico, pero la madre quiere hacer una fiesta, porque no hay que olvidar que antaño –en la Cuba de antes de 1959- esa era la ocasión en que las muchachas eran presentadas en sociedad.

Para la fiesta o las fotos, cuentan, además del entusiasmo para enfrascarse en la aventura, con la ayuda económica de los tíos que residen en Miami, porque sino, ni una cosa ni la otra.

Y hacen planes sentadas sobre una piedra grande en el patio de la casa. “Le vamos a pedir cien dólares a tu tía Margarita y cien a tu tío Alberto”, propone la madre. Pero llegan a la conclusión que es muy poco dinero. Una rápida cuenta, tras enumerar algunos gastos, les dice que con eso no es suficiente.

Julita vuelve entonces a insistir en la idea de “sólo las fotos”. Pero la madre no cede, y opta por agregar cincuenta dólares más, a solicitar a los tíos del otro lado del Estrecho de la Florida.

Los tíos de Miami se fueron en el último éxodo masivo, ocurrido en 1994. Aburridos y exhaustos de vivir sin libertad, unieron unos cuantos tanques metálicos a maderos, y con la ayuda de una vela, y la de Dios, cambiaron sus destinos para siempre.

Ahora no pueden estar juntos en el cumpleaños de su sobrina, a la que conocen muy poco. Pero ella tendrá, es casi seguro, la fiesta. Y eso es gracias a que un día ellos se llenaron de valentía y prefirieron correr la suerte de viajar desafiando muchas cosas, a la esclavitud de quedarse.

Esta práctica de pedir ayuda a los que están fuera de la isla, es algo usual entre las familias cubanas. Si hay que celebrar algún aniversario, reparar un techo, o cambiar la dentadura postiza de la abuela, los dólares de los parientes exiliados resuelven la situación.

Algunos amigos que sólo a la sombra del anonimato se atreven a reflexionar y dar opiniones, me llevaron a las siguientes interrogantes:

¿Qué futuro le espera a una sociedad que no puede costearse muchas de sus necesidades, incluso las más urgentes?
¿En qué nos estamos convirtiendo si la posibilidad de adquirir pequeños bienes materiales que han sido durante toda la vida lo normal en otros países, nos hace pensar que el régimen está haciendo “mejoras”?

El esposo de Mirtha se fue en una balsa hace l0 años. Según dice, nunca ha tenido noticias de él, por lo que piensa que pasó a formar parte de la incógnita cifra de muertos en los mares alrededor de Cuba.

Anita tenía cinco años cuando su papá se fue y ya cumple 15, comentó la madre al tiempo que abríamos un diálogo cotidiano.

-“¿Fiesta? No puedo. Le compraré alguna ropita y que se saque una foto. Con lo que ya gano, no nos da ni para comer. Ahora la que tiene que luchar es ella, que se busque un extranjero para vivir bien las dos”.

Martha reside con su hija en Santiago de las Vegas, un pueblo de la periferia de La Habana. Coincidimos en un ómnibus repleto de personas en que nuestra conversación se hacía muy difícil por los empujones propios de esa situación. Después de un gran frenazo que prácticamente nos lanzó a todos contra todos, enfatizó: “Ella sabe que el mejor camino es irse. Aquí no hay futuro para nadie”.

En aquel infierno quedó Mirtha cuando logré bajarme de ese ómnibus chino, de los cuales se dice por los medios que han mejorado el transporte público.

Me sentí impresionada por la conversación sostenida. Cuando oigo a una madre expresarse de esa manera, no puedo evitar sentir angustia. Y para colmo, todavía escuchaba las expresiones obscenas de algunos pasajeros en respuesta a los empujones para conseguir llegar a la puerta de salida.

En ese momento, mi vista tropezó con un periódico Granma, órgano oficial del Partido Comunista, que doblado y comprimido por el público contra el cristal delantero en el interior del vehículo, expresaba en grandes letras rojas: “Vamos bien”.
La Habana, Managua, La Habana
fornarisjo@yahoo.com

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