jueves, 8 de mayo de 2008

Servimos al Comandante en Jefe, (cuento), Juan González Febles


La decepción y el hastío son mala compañía para una mujer. Mucho más si se trata de una casada. Malo para ella, peor para él. Uno siempre paga los platos rotos. Las mujeres han cogido mucha ala. Pasa igual con los negros. Los negros andan detrás de cada blanca que ven. Se quieren desquitar de toda esa mierda de la esclavitud, el racismo y lo demás.

La revolución llegó para acabar con todo eso, pero suave coño. A fin de cuentas, es para nosotros los revolucionarios, no contra nosotros que nos sacrificamos y la hicimos. A nadie en el núcleo, le gustó la nueva mujer de Orteguita. Un núcleo del PCC de oficiales, es algo más que un núcleo. Para algo uno es guerrero. Comunistas si, pero primero fidelistas y soldados.

Cuando llegó a la unidad, esa blanca le paró el aliento y lo otro a más de uno. Era una trigueña para infartar. Llegó de sicóloga, con grados de teniente y tremendas ínfulas de científica. Con toda esa historia de la igualdad metida adentro. Tuvo papaya para pararse y criticar al coronel Alberto, cuando la mujer le pegó los tarros. Delante de todo el núcleo, dijo que el primer inmoral que tenía querida a la vista de todos era él. Preguntó por qué nunca se nos ocurrió reunirnos con la esposa en aquel momento. Di tú. Sacó hasta al jefe y sus discursos. Al final, el coronel tuvo que irse para una casa de visitas y dejárselo todo a la puta que le pegó los tarros. Eso no se lo perdonamos. En su momento, le pasaríamos la cuenta y lo hicimos. No digo yo si lo hicimos. Lo único que no se perdona entre nosotros es ser contrarrevolucionario, maricón o tortillera, que es lo mismo. Pero tampoco perdonamos a quien se cree cosas. En la mariconería entra el tarrú o eso de dejarse mangonear por la hembra.

Ella se llamaba Reyna y vaya usted a saber por qué, como y para qué, se le ocurrió reinar aquí entre los elegidos. Sin tener con que, quiso imponerse a hombres que tragaban y habían tragado pólvora. Estaba liquidada y no lo sabía. El caso es que jodió a Orteguita y el tipo valía diez veces más que esa puta con diploma. Si señor que sí.

La damita prosperó. La ascendieron a capitana y hasta a organizadora del comité del Partido. Lo de Orteguita con ella no duró. No hubo problemas de ‘moral’, pero así y todo, la teníamos en la mira. Con tipas así, nunca se sabe. Bueno no había pruebas, pero quedó la sospecha…

El caso fue que no la perdonamos. Pero actuamos con inteligencia. La dejamos correr porque sabíamos que no iría muy lejos. Somos de la calle, nos formamos a martillazos. No somos de escuelitas, la conocíamos bien. Las mujeres que son tan liberales y tan singonas acaban mal. Lo único que quedó fue velarla y echarle encima la técnica. Nadie engaña la técnica, ¡nadie!

Ella era una muchachita que creció en la admiración de la institución y que se creyó toda aquella mierda de que éramos héroes y de que nadábamos en aguas de pureza. Cuando se percató que lo que verdaderamente nos interesaba era, la botella, el boyo y la baraja, se decepcionó.
El negocio de la decepción camina lento. Primero duele. Luego se convierte en furia contra aquello o contra aquellos que te decepcionaron.

Contra quien la emprendió primero fue contra su marido. El pobre Orteguita despertó un día con una arpía en su cama. Empezó por decirle que tenía mal aliento. Después, se levantaba de la mesa porque decía que comía como un cerdo. Hasta oír un poco de música con ella se volvió un problema. Las veces que nos reunimos en su casa, nos decía que Reve y su Charangón, eran chabacanos y vulgares y recuerdo como un día, nos llamó a todos nosotros incluyendo al general, “banda de marginales con grado militar”. Ese día, dijo de espaldas mientras entraba en la cocina: “¡Pobre Fidel!”.

Yo decidí que no aguantaba más. Aunque fuera la mujer de Orteguita, era demasiado. La mujercita se pasó de los límites. ¿Qué coño se creyó? ¿Por qué hay que aguantar eso? Aunque fuera una oficial, nadie es en realidad como nosotros. Yo he comido mucha candela para estar donde estoy. A mi me condecoró Ramiro y Raúl. Mis grados me los dio Fidel. No debo ni cojones a putas finas, ni a maricones, ni a ningún comemierda intelectual. Pero por respeto y por hermandad, ni yo ni nadie se atrevió a intervenir, al menos mientras fuera la mujer de Orteguita.

Por si las moscas, le echamos arriba la técnica. Al principio, nada. Mucha Cinemateca y muchas películas de maricones y tarros. Lo de ella eran películas francesas, suecas e italianas. El cine europeo la fascinaba. También el cine latinoamericano, que a mí personalmente no me gusta. Hasta en eso marcó la diferencia.

Para nosotros, el único cine posible es el americano. Lo demás es mentira, muela y justificación. Nosotros vivimos una vida y jugamos al duro. Si no pueden hacer una película que valga la pena como El Padrino, mejor que no hagan cosa alguna. Hacer una mierda y justificarla con que no tienen con qué, es mierda en este y en el otro velorio.

Ella simpatizaba con todos esos ‘intelectuales’, pendejos y maricones. Leía sus libros de poesía y todas sus mariconerías. Se le salían las lágrimas cuando escuchaba las canciones de Silvio y de Pablo. ¡Puah! Pura mierda. Para nosotros existe sólo Serrat. Un tipo directo, jodedor, curda y en todos los puntos, completo. Ese catalán si es un jodedor. Creo que en Serrat, era lo único en que esa cabrona y yo coincidimos. A ella le gustaba mucho el catalán, como a nosotros, en eso estuvimos de acuerdo, lo único.

La otra cosa que a nosotros nos jodía era que la capitana Reina, nunca renunció a sus amigos de la vida civil. Entre ellos, los había hasta contrarrevolucionarios. Eso, a pesar del Ordeno del Comandante. Pero se justificaba con la psicología y hasta esa batalla nos la ganó limpiamente. Ella convenció al mando de que como psicóloga, debía relacionarse con toda clase de mierda. La invitaban a inauguraciones de muestras de pintura y escultura y allá iba la capitana Reina, a beber Mojitos y reír chistes contrarrevolucionarios. A compartir bromas sobre y contra el Comandante. A comparar a un maricón histórico romano con el ministro. A explicarles a sus amigos maricones que Julio César dirigía tropas y se metía una pinga y que por tanto no es gran cosa que Raúl Castro se meta otra pinga para variar y además dirija tropas, tan bien como Julio César.

Ella elaboraba informes sobre toda esa mierda. Pero no eran informes operativos. Se trataba de estudios “científicos”, sobre diversos grupos humanos y su “interacción social”. Se las arregló para quedar limpia, darnos con la puerta en las narices y de camino limpiar a sus investigados, que no debían tocarse porque constituían “fuente de información”. ¡Era una cabrona la capitana!

La capitana dejó a Orteguita, que se puso muy mal. Al pobre tipo, el ministro lo envió a Europa para que refrescara. Existió el temor que le fuera a meter un balazo o que diera un escándalo. La hija de puta, no le pegó los tarros, esperó. Cuando estuvo legal y efectivamente divorciada, comenzó a singar sin pausa con cuanto tipo raro apareció en su camino. Los peluos o los calvos la recogían en el parqueo del Ministerio. Ella los montaba en su auto y a gozar.

Yo la tenía atravesá. Pero la culpa de todo era de Orteguita. El tipo era zurdo al boyo. No sabía tratar con bandoleras. Coño, que si hubiera sido conmigo, no habría pasado lo que pasó. Pero este tipo de mujer sabe mucho y se cuida. Ella no se hubiera empatado conmigo. Yo lo primero que hubiera hecho, después de singármela como manda Dios, es virarla ponerla boca abajo y metérsela toda en el culo. Sin grasa ni ná. Que aprenda quien es el hombre. Que le duela, coño. Después que tú le haces eso a una mujer, te respeta y hasta le gusta que seas tú el que le coja el culo. Uno no se puede andar con poquitas con las mujeres porque pierdes el juego. Personalmente, yo juego para ganar.

Le echamos el KJ arriba. Yo creo que lo sabía y no le importaba. Hay que reconocer que la tipa tenía cojones o mejor: tenía los ovarios en su lugar. Siguió adelante con lo suyo, que no era otra cosa que ponernos en ridículo. Se burlaba de nosotros. Simplemente no nos valoró. No nos calculó como amigos y nos despreció como enemigos.

Lo tomé como algo personal. Para mí todo lo es. Se trata de compromiso. Consagración, como dice el Comandante. Si uno no se involucra, falta sangre y corazón. Cuando falta emoción y sangre, falta todo. Pensé mucho en eso, mientras caminaba de regreso a la casa. A mi me hace bien caminar. Es la forma más fácil del ejercicio y permite pensar. Camino mucho. Cuando puedo, me calzo unas zapatillas y troto por la 5ta Avenida. Me agoto y entonces viene lo bueno. Se trata de regresar caminando. Cuando camino de regreso, cansado y respirando trabajosamente me lleno de belleza. A mí que no me jodan con que uno no creó esta belleza. Vale tanto crearla como conquistarla. De estibador de los muelles a la cima. Que nadie sabe lo que uno ha hecho para disfrutar lo que tiene. Empezó en subir con un ideal apretado en el pecho, a balazos y a cojones. Por todo esto, lo que alcanza mi vista y mi imaginación, me pertenece. Soy un guerrero, no soy como el resto. La gente obedece por disciplina y por miedo. Yo soy el miedo, nosotros somos sus pánicos más íntimos. Porque los otros son pendejos y nada más. No cuentan, al menos no para nosotros. Esto nos lo ganamos. Es así para bien o para mal.

Mientras llenaba mis pulmones con oxígeno, uno de esos días, comprendí que se trataba de algo muy personal. Había algo que solucionar entre aquella mujercita y yo.

Por supuesto que no fue fácil. La puta entró en el Ministerio en 1978, a partir de la trayectoria y los méritos de su padre. Este era miembro del antiguo Partido Socialista Popular. Ella nació en 1955. La formó la revolución, de la cabeza a los pies. Estuvo becada en la Lenin. Allí fue primer expediente. Tuvo una biografía todo lo lineal que se quiera. Cuando empezó con nosotros, acababa de graduarse de psicología. La destacaron en Perfiles y en poco tiempo demostró condiciones excepcionales para el trabajo operativo. Era una bruja y así la apodaron. Su trabajo parecía más el fruto de la magia o la hechicería que la aplicación exacta del manual de procedimiento. Por eso, no había nada que hacer. Como ya dije, era demasiado efectiva y entre nosotros, nada hay más elocuente que el éxito. A nuestro nivel, siempre ha sido así. Pero no nos rendimos. Todo se reducía a tener paciencia.

La capitana se olvidó de nosotros. Cada día se sentía más y más confiada y crecía el archivo fotográfico, de sonido y filmación que le íbamos acumulando. Pero aun no teníamos para terminar con ella. Hasta que pasó.

Comenzó a frecuentar a una loquita que se dedicaba a la pintura, la escultura, la artesanía y otras cosas de ese estilo. Era extrañita. Escribía versos y tenía bola de tortillera. No existían pruebas, sólo sospechas. Para nosotros bastaba. Esa gente son maricones y tortilleras de alma. Llevan la melodía por dentro. Es sólo cuestión de momento. Si se da la oportunidad, caen.

Hubo que andar con mucho cuidado. Una tarde sucedió o casi. Estaban bebiendo algo. No era ron, vino o cerveza. Se trataba de algo adornado con yerbitas, paraguitas, hielo y colores. Un trago de fantasía para putas y maricones. Entonces, de repente se besaron la capitana y la pintora. Un beso de hombre a mujer, en su caso, tortilla flagrante. Pero no era suficiente, había que seguir. Si se hubiera tratado de dos hombres, hubiera sido suficiente. Con las mujeres es distinto.

No nos fue fácil. La capitana seguía singando con cuanto comemierda aparecía. Así nadie podía demostrar taras morales. Entre nosotros se puede ser puta…lo otro no. Una oficial, no. Pero como todo en la vida, no existía un absoluto. A altos niveles teníamos tortilleras y maricones intocables. Estaban pegados al más alto nivel de dirección política. Eran históricos y por ende intocables. ¡Coño! La capitana se nos coló a ese nivel. Esa gente la distinguía, la invitaban a cosas oficiales y no tan oficiales. Pasó por prestación de servicios a la Inteligencia. Un bárbaro de la esfera del cine se la llevó hasta España, para un festival de cine famoso. ¿Qué coño podíamos hacer? Lo más jodido era que la tipa parecía saber en qué andábamos. Se reía de nosotros. A mí me sonreía y me besaba cuando coincidíamos en alguna parte. ¿Qué hacer?

Cuando regresó, lo hizo cambiada en algunos aspectos. Mi olfato me dijo que estaba cansada. Miraba como traidora o como alguien que está a punto de traicionar. Pero todo era subjetivo. Seguíamos sin tener algo concreto. Ni una palabra comprometedora, nada cómplice o incriminador.

Era un ejercicio frustrante, porque se nos escabullía como una anguila. Se nos adelantaba y conseguía ir mas delante de cualquier cosa que tuviéramos entre manos.

Un hermano de los años me llamó porque dijo tener algo para mí. Cuando nos encontramos, me mostró la evaluación que la hija de puta me hizo. Escribió que era burdo y de una inteligencia elemental. Que no estaba a la altura de ninguna sutileza. También que era resentido y estaba lastrado por sentimientos innobles y bajas pasiones. Lo más jodido era que el general, dio su visto bueno a toda esa mierda. La muy puta me sacó de ‘operaciones importantes no violentas en el exterior’. Me calificó de vulgar, emocionalmente inestable y que ‘desentonaría en ambientes intelectuales y de cierto refinamiento’. Yo quería matarla. Lo hubiera hecho, pero inteligentemente, a pesar de ‘ser burdo y de una inteligencia elemental’. Pero esto era impensable. Al menos no por el momento. Ninguno de nosotros se puede mover con tanta independencia. Se puede matar a cualquiera, pero lo que se haga contra alguien del círculo interno, tiene que ser aprobado por el UNO o por el DOS. No es lo mismo un hijo de vecino conocido en su barrio, que uno de nosotros. Los problemas entre la familia, no son la misma cosa que las viditas de los comemierdas que aplauden. Nosotros metemos preso a quien queremos, siempre que no cuenten con respaldo o dolientes entre la gente nuestra. Ella hoy es intocable, al menos por el momento. Lo único que puedo hacer es vigilar y verla singar en todas las posiciones. Con toda esa gente rara que suele frecuentar. Porque se va. La muy hija de puta consiguió que la nombraran algo y se va a París. Promocionará el libro de un maricón amigo suyo y residirá allá. Va a ocuparse de grupos amigos de la revolución. ¡La movieron para el Departamento Especial!

Son muchos los tragos amargos que uno debe tragar. Pero no importa, nosotros servimos al Comandante en Jefe, que hoy, es Raúl…
Lawton, 07/08/2007










1 comentario:

Anónimo dijo...

Gallo, te la comistes cruda y sin masticar. Tremendo cuento. Coño, cuéntame la otra cara de la moneda, el anverso del reverso, el yang del ying, el convexo de lo cóncavo: cuéntame lo que dice la capitana, pero hazlo en primera persona del singular, presente del indicativo. Si lo haces, escribes tu nombre con letras de oro en la literatura cubana. Sigue trabajando y recibe un abrazo que abarque también a todos los cubanos de Lawton.