jueves, 22 de mayo de 2008

Memoria ultrajada, Richard Roselló




Batabanó, Habana, 2008-05-20 (Semanario Digital Primavera) Jack González Hernández decidió en el “Día de las Madres”, el pasado domingo 11, tributarle flores a una tía muerta que quiso como a una madre, en el cementerio del municipio Batabanó, a 57 kilómetros de La Habana.

Su tía, Celia Melina García González se le sepultó el 9 de enero presente y a falta de bóveda, le fue asignada por autorizo de la administración de los servicios funerarios del Estado, la gaveta No. 19 del cementerio de esa localidad.

Pero sorpresa. El mismo día, a la misma hora, en el mismo lugar, familiares de Berta Trella (otra fallecida, el pasado agosto del 2007) deciden también llevarle flores a la gaveta No. 19, donde supuestamente guardaba sus restos.

Las hijas de Berta que imaginaban a su madre ya sepultada, estallaron en llantos y gritos, que en difícil situación, pudo consolar el joven González Hernández.

Mayor sorpresa se llevaron las muchachas con el libro de asentamiento del cementerio. Berta en efecto aparece enterrada, pero en una bóveda, no en gaveta como esperaban. Con más razón, ellas sintieron ultrajadas la memoria de su progenitora. Tan fuerte fue la indignación que acudieron a denunciar el caso ante las autoridades para descifrar el enigma.

La policía reunió a los implicados del caso al siguiente día: el médico que dictó el certificado de defunción municipal, la administradora de la funeraria, familiares de ambos fallecidos, el sepulturero y su ayudante. Todos rindieron testimonios que rayaron en lo insólito.

Berta Trella, según declaraciones del sepulturero, fue extraída de su gaveta en fecha imprecisa, poco antes de llegar el cadáver de Celia. Lo peor es que ésta aun no había cumplido los cinco correspondientes años que establece la Ley para casos de enfermedades infecciosas múltiples, las mismas que la llevaron a la muerte, entre ella una hepatitis B.

El ayudante del sepulturero, para colmo un mudo, declara que ayudó a retirar y limpiar el cuerpo, colocó la osamenta en un saco y cremó la caja junto a unas vendas que enmendaban al cadáver.

Pero no todo acabó. Resulta que ninguno recuerda donde se enterró a Berta.

Investigaciones en curso indican que el sepulturero vio junto al mudo y a lo lejos, a dos individuos negros que luego desaparecieron. El mudo atestigua no saber quienes eran, pero que uno llevaba diente de oro.

La profanación de tumbas para extraer partes del esqueleto humano como la cabeza ha estado vinculada a ritos religiosos afrocubanos y no es la primera vez que tales vandalismos han sido denunciados por familias dolientes.

Por ahora, ninguno de los afectados quisiera pensar que se trate de ello.
Fuera de toda sospecha está el medico quien al verse enrolado en tan confuso caso, pidió la renuncia al cargo.
También fuera de sospechas está la nueva administradora de la funeraria. Llevaba casi seis meses en la capital atendiendo al esposo hospitalizado.

Desde luego, la empresa de servicios neurológicos de Batabanó quedó a conciencia de sus empleados. Algunos al parecer, no son tan confiables. No hace mucho, gracias a la empresa se aclaró el enigma del por que el queroseno, no la gasolina, dejaba cada rato paralizado en la vía, al carro fúnebre de esa localidad.

Y aunque la empresa en verdad autorizó sepultar a Celia en la gaveta 19, los registros denuncian que estaba vacía. Pero Berta aflora en bóveda, no en la gaveta 19.

Sin dudas, han puesto a Celia donde decía Berta. En tanto, el olor a tufo descompuesto, no de cadáver, sino de moral, resulta indiferente y un misterio de historias de Agatha Christie.

Y uno se pregunta ¿quien responderá a esa epidemia de irrespeto que se traen contra los difuntos? Lo digo porque si hoy se descuida la correcta falta de controles, mañana faltaran otros cadáveres. Vaya usted a saber a donde irían a parar los suyos.

Lo cierto es que Berta Trella sigue sin aparecer. Mientras, tras del caso, espera la familia.

Los errores no se atemperan a la humillación de quienes se sienten engañados por el enredo y la burla.

No se por que en Batabanó, ese pueblito de ruralías, ocurren a menudo cosas inexplicables. Famoso llegó a convertirse el pueblo con aquella caricatura política del Bobo de Batabanó, allá por los años veinte del pasado siglo. No se sabe si al guajiro, en fin, dejó o se dejó cambiar, una chiva por la vaca.

La pasada semana, un intenso fuego consumió en poco tiempo una vieja casa de madera de la que no pudo salvarse nada. Nadie se explica. Justo al lado, queda el Comando de Bomberos de Batabanó ¿Dónde estaban los matafuegos a esa hora ¿No se imaginan? Veían una novela cubana. Nada menos que: Historias de fuego, que narra las aventuras de un grupo de jóvenes bomberos. Despistados donde abunda la indolencia.


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