jueves, 29 de mayo de 2008

Maruchi lucha pa su casa (cuento), Juan González Febles

Con la pintura de la pared fresca aun, se afanan en preparar la casa para la visita. Pancho es de la familia. Es el padre de la criatura o al menos, eso piensa. Maruchi está embarazada y el viejo calabrés se siente orgulloso de haberlo logrado con 67 años. Nadie osará decirle que el verdadero padre del niño por venir, es Manolito. Este era el novio de la niña, pero no tiene futuro. Al menos, no en Cuba: aquí entró a jugar Pancho, el italiano.

Franchessco Alluzo, vino por primera vez a Cuba hace ya algunos años, le gustó y repitió hasta que encontró a Maruchi y se prendó de ella. Es casado y hasta abuelo en su Italia natal, pero Cuba y en especial Maruchi, le concedieron un segundo aire. En la Isla, consigue sentirse pleno y realizado.

Mientras escucha un CD de Ricardo Arjona, Maruchi mira ausente al cielo raso. Las cosas podrían ser distintas, podría ser diferente, pero se tendrá que acomodar. Siempre tendrá que ceder. El es muy bueno y vendrá con regalos para toda la familia. Les contrató televisión por cable y la casa se llenó de gente a todas horas. Resolvieron el problema pasando un cable a los vecinos, pero ni así. Algunos se conformaron, otros, empezaron a pedir tal canal para una película, o novelas, o noticieros, o la pelota, o el boxeo, o Don Francisco. Con la gente siempre se queda mal. Terminaron cerrándose a toda solución y permitiendo a los vecinos un horario limitado cada día. Pancho le contrató a Maruchi, Internet. Se escribían diariamente. Manolito le contestaba los correos a Pancho. Maruchi no entiende la computadora y tampoco le gusta escribir.

-¿Vas a pasar el día en el cuarto? ¿Te sientes mal?- preguntó la madre desde el umbral- ¿Por qué tienes a ese gato asqueroso sobre la cama? Las embarazadas tienen que cuidarse mucho. ¿No tienes fundamento? Verás que…

-Déjame en paz y no te metas con Muso-dijo refiriéndose al gato- ¡Quiero estar sola! ¿Es qué no entiendes qué sólo quiero estar sola? ¡Acabáramos!

La madre levantó los brazos en gesto de impotencia y se marchó rezongando por lo bajo. Maruchi estaba vulnerable producto de su embarazo. Había recogido al gato y lo cuidaba y alimentaba con esmero. Como Franchessco podía aparecer en cualquier momento, Manolito recogió sus cosas y la visitaba sin pernoctar. Franchessco vendría y además de los regalos, traería una carga astronómica de Viagra. Pero Maruchi, sus 24 años y su olor eterno a hembra salvaje, merecen más.

La vitalidad industrial obtenida a partir de Viagra, le provocaba inflamaciones, malestares y poco o ningún placer. Maruchi pensaba que las impetuosidades aisladas de Viagra, jamás superarían la frescura natural del empuje de Manolito, pero eran una familia unida y por encima de todo, debía luchar para sus viejitos y para su casa. Ese era su deber y no pensaba permitirse que los suyos volvieran a pasar hambre. Pero el embarazo la erosionaba y se sentía triste, sola y desdichada. Sólo disponía de un gato y necesitaba mucho que un hombre la abrazara. En momentos así, no quería sexo, sólo las manos fuertes, el olor de un hombre tierno y su pecho para recostar la cabeza, nada más.

Disponía de un mundo bello para compartirlo con los suyos. Un mundo ajeno al de los vecinos y al de los amigos de siempre. Pero andaba ansiosa o deprimida a pesar del teléfono celular, del aire acondicionado, del aparato de DVD, del aparato de video, del TV de pantalla líquida y el resto de las exquisiteces a color que la rodeaban.

Maruchi disponía del auto, regalo de Pancho, que manejaban ella, su padre o Manolito. En un principio, el padre trató de moralizar y ponerle fin a esa molesta relación. Ella prometió hablar con Franchessco a su regreso y la madre sufrió una súbita elevación de su presión arterial. La llamó egoísta e irresponsable. Por último, recordó todo cuanto habían hecho, tanto ella como el padre, para educarla. Le dijo que se fijara como vivían y comían ellos y como lo hacían sus vecinos. Maruchi prometió arrasada en llanto, que jamás pondría en peligro a su familia. Y ciertamente había cumplido.

Ese día estaba sola. Una vecina en la sala se ofreció para cuidarla. Toda la familia se encontraba en el aeropuerto a la espera de Pancho. Alegó sentirse mal para no acompañarlos. Se ocupaba en repasar otra vez la ropita guardada para el nacimiento de la niña. Esta vez, él se quedaría más tiempo. Debía hacer santo y estar con la niña hasta que cumpliera los primeros tres meses. Se iría y regresaría para celebrar el año de la bebita. Entonces se mudarían para Calabria con Pancho. El tenía negocios y muy buenas relaciones allí.

Maruchi lloraba. Cuando comenzó fue como una fiesta. Luego todo se complicó. El padre, la madre, las hermanas y hasta los vecinos, comenzaron a girar en la órbita de Pancho. Todos incluso Manolito. El la consolaba y hasta lloraba con ella, pero nunca pasó de eso. Hasta él se sentía mejor con Pancho. Esperaba que el italiano le consiguiera una carta para viajar a Italia. Una vez allí, si las cosas iban bien, hasta podría ser que consiguieran estar juntos. Pero ni de eso estaba seguro. Alguien le dijo que en Italia, no existía divorcio.

Maruchi se sentía infeliz, organizar la canastilla la calmaba un poco, pero se deprimía al pensar que le escamoteaba a la niña su verdadero padre. Aunque su madre hablaba mal de Manolito y repetía que no servía, no importaba. En una ocasión que discutieron, la madre lo ofendió. Le dijo que los hombres cabales no aceptan situaciones de ese tipo. El le contesto que las madres decentes no ponen a putear a las hijas. La madre decidió no volver sobre ese asunto. No volvieron a discutir, pero se odiaron desde ese día. Se saludaban y sonreían detestándose y culpándose mutuamente por Pancho, por Maruchi y por la miseria que no saben vencer y con la que no saben, ni quieren convivir.

Pancho la exhibirá como su trofeo más preciado. Ella le acompañará a las peleas de gallos y se negará totalmente a hacerlo, cuando se trate de peleas de perros. El se vestirá de Armani para ella y lucirá sus horribles y delgadas piernas, blancas y lampiñas. El sombrero de pajilla de Panamá y las gafas de sol, de oro.
Cuando le ve desnudo, frágil y armado de Viagra, ella piensa en Manolito y su siempre natural y triunfante erección. Recuerda con picardía haber sido cogida en elevadores, esquinas solitarias y en una ocasión en el asiento trasero de un taxi, pero seguirá adelante. Que no se hable más de este asunto. La familia es lo primero y Maruchi, lucha pa’ su casa.
Lawton, 2007-03-05


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