jueves, 15 de mayo de 2008

Moinelo,(cuento), Luís Cino


La mañana era fría, y olía a mierda. Como todas las mañanas en Moinelo. Sólo que no hubo de pie ni matutino antes de salir para el campo. Era domingo y sería mi último día allí. Al menos, eso pensaba.

Nunca esperé tanto un domingo. Mi cuenta regresiva a casa comenzó el mismo día que llegué. Un martes. Faltaba poco para que empezara a oscurecer. El sitio lucía deprimente.
Incluso para un chico de trece años, que gozaba estar lejos de casa por primera vez.

Una larga nave de tablas, techada de guano, rodeada de otras barracas más pequeñas, la cocina, el comedor y las letrinas. Humo de leña y polvo rojizo. Zumbidos de moscas y mosquitos. La vista se perdía en los platanales que rodeaban el campamento. Y tierra colorada por dondequiera. Alquízar, a más de 10 kms, era el lugar habitado más próximo.

En tal sitio se suponía que pasaríamos los próximos 45 días. Forjándonos como hombres nuevos, los constructores de la sociedad socialista. La escuela al campo era nuestro privilegio.

Todavía no había caído la noche, que pintaba fea, y ya había fugados. Se limitaron a tomar posesión de sus literas y empezaron a trazar planes para escapar.

No oyeron el discurso del director. Las condiciones no eran buenas, pero mejorarían. En unos días, ya tendríamos luz eléctrica. Sólo había que esperar. Esta era la oportunidad de demostrar qué eran capaces de resistir los jóvenes revolucionarios…

Que va, había que huir a toda velocidad.

Duquesne, Despaigne y Espuela dejaron sus maletas de madera encargadas a sus socios. Si no volvían, que se las llevaran para La Habana. No esperaron que estuviera la comida. No se perdieron nada bueno. El estómago del hombre nuevo parece que también había que forjarlo.

Regresaron agotados, buscando sus literas a tientas en la oscuridad. Hambrientos, enfangados y con malas noticias. Se cansaron de caminar y ni siquiera dieron con la carretera. Los terraplenes no parecían conducir a ningún lugar, excepto a alambradas de unidades militares. Había que esperar que llegaran los padres al rescate el próximo domingo.

El grito del: de pie fue a las 5 y 30 de la mañana. El director, vestido de verde olivo y tocado con una chaika siberiana calada hasta las orejas, recorrió el albergue dando prisa a los muchachos:

-Arriba, arriba, los hombres no duermen tanto. Vamos, afuera, rápido, ¿que señorita falta por vestirse?

Afuera el frío cortaba. Y el matutino asustaba. Había que espantarse el cuento de la emulación y las brigadas antes del desayuno. Una lasca de pan viejo y un jarro de leche aguada, caliente que pelaba, de sabor indefinido. Y de ahí para el campo. Directo y sin escalas.

Las guatacas eran más grandes que nosotros. Los cabos ásperos comenzaron a hacernos ampollas en las manos. Alguien dijo que meándose las manos se arreglaba el problema. Y empezó la meazón. Ni modo. Las ampollas ahí. Y el sol apretando. Los surcos parecían extenderse hasta el infinito. Y las horas que no pasan. Y el agua de tomar que se calienta y se acaba. Trabajar, que horror, majasear es lo mejor, cantó Marmota, con música presumiblemente arábiga. Y dale que dale, aporcando tierra hasta que el profesor mandó a parar a las 12.

De vuelta al campamento para almorzar. Almorzar. El arroz duro, casi quemado. Los frijoles duros, nadando en un caldo aguado. Pescado espinoso y con sabor a fango. Una cucharada de postre no identificado. Una hora de descanso y de vuelta al campo. Dos de la tarde. Con el vapor subiendo de la tierra y el sol partiéndote el lomo.

La hora del baño era otra tortura. No sólo por el agua siempre puñeteramente fría de las seis de la tarde. Larga fila para bañarse en cualquiera de las 10 duchas. Cinco a cada lado de un estrecho pasillo. Toalla al hombro, sin soltar el jabón para que no se lo robaran. Las chancletas de palo, resbalando en el agua jabonosa y pestilente que corría por el áspero piso de cemento sin pulir. Desnudos todos. El que no se encuere es jeba, los hombres no tienen complejos. Y pobrecito el que se le pare.
-¿Cuál es la miradera, tú?
-Quita para allá las nalgas, gordo, bayoyo, culo apoteósico…
-Ah, pa mí que tu eres cherna.
-Vamos, vamos, que hay cola.
-Oye, que pasó. ¿Cuál es la tortilla?
-Dale, apúrate que ya empezó el comedor.

Otra cola para entrar al comedor. El mismo arroz y los mismos frijoles. Y las mismas moscas, volando entre las bandejas y los jarros. Adivinaron, había carne rusa. ¿O sardinas argelinas?

Todos los días iguales. Con hambre, mugre y peste. La peste a mierda flotaba sobre Moinelo. Venía de las letrinas, de los platanales, de la zanja del fondo del campamento. Sólo alguna bronca traía novedad. Variaciones sobre un mismo tema.

La única mejora fue la llegada de la luz eléctrica. Al tercer día, como en la Biblia. Todo tiene desventajas. Entonces, los de pie fueron con música guajira. Sonaba por los altavoces precediendo la voz del director. Antes que el estruendo de la cabilla golpeando la llanta de camión colocada junto a la puerta. Era un programa de Radio Rebelde, se llamaba Amanecer Cubano.

El viernes, el primer despertar con luz y guateque, fue la controversia. El director terminó la ronda por el albergue más rápido que lo habitual y se fue a la cocina a reclamar el café, seguido por el séquito de profesores. El guiro, el tres y Justo Vega inspiraron a Felipe, que como un almuezin de mezquita, en calzoncillos, desde lo alto de su litera, tronó:
Moinelo, sitio oscuro
Si el mundo tuviera nalgas
Tú fueras el ojo del culo…
Pedrito, tras sonarse los mocos, decidió ripostar cual Adolfo Alfonso:
Ya que tú eres poeta y en el aire las compones
Ponte un farol en el culo
Y alúmbrame los cojones.
Ramoncito se creyó Ramón Veloz y entonó, poniéndose los pantalones:
Valle plateado de putas
Sendero de maricones…
Lo interrumpió el chino, gesticulando desde el pasillo, en pose del Jilguero de Cienfuegos:
Te voy a coser el culo con un alambre bien finito
No te lucirá bonito
Pero sí te quedará seguro...jejejajajá
-Arriba, saliendo a formar, ¿Qué pasa aquí? –irrumpió el director frustrando el derroche de música y poesía campesina.

La otra tortura radial era Información Política. Se suponía dirigido a los miembros de las FAR y el Ministerio del Interior pero nos lo sonaban a la una de la tarde por los altavoces. Como para cortarnos la digestión con las noticias de Viet Nam.

Con Nocturno había consenso. Le gustaba a todos, profesores incluidos. A todos menos al director. Y a Omar y a Robert Campos, que no perdonaban a Roberto Jordán por convertir aquello de “do you remenber when we used to sang, chalala lala” en La muchachita de los ojos café, “uhuh, que linda es”. Ni a Los Mustangs la versión en español de Hey Jude Ahí empezaban las discusiones. Que si los Beatles o los Stones. Que Ringo se había sentado en las piernas de la Reina Isabel, antes de meterse
con sus compañeros en una piscina de champán.
-Con un sorbito de champán, brindando por el nuevo amor…
-Omar, esa reina no será la que baila el danzón, verdad?
-No, es Reina y Carlos III…
-Mira que estos chamas son cheos.
-Vaya, ustedes si son los chicos a go-go. Uy, uy, que onda…
Come back, baby come back…
-Me cago en la resingá de la madre del que se limpió su culo roto con mi toalla…
-Come on, come on baby, baila la rumba, paralítico…twits and shout, come on, come on…
A las 9 y 30, ya los rumberos con maletas habían vencido a los guitarristas. Eran dos los guitarristas. Los tocadores de rumba los triplicaban en número y estruendo.

Mateo cantaba las canciones de Silvio. No sólo la era y su parto de corazón, sino las otras también, las que nadie más que él conocía entonces. Y algunas de los Beatles. Pero la enfermedad estaba en la litera de Robert Country. El otro guitarrista. Eric Clapton era Dios. En Londres, con los Cream. En Moinelo, era Roberto Campos. Omar y Luís terminaban siempre siguiéndolo. Tras el rastro de los cigarros y las canciones de Dylan. No entendían las letras, pero debían ser algo muy grande. Tanto o más, que aquello que aullaban cada noche y los ponía tan nostálgicos por La Habana y la búsqueda de fiestas de los sábados por la noche:
“…and I wonder, still I wonder who will stop the rain…”

Las canciones y las discusiones, estaban en su mejor momento cuando el director, a las 10 de la noche, apagaba la luz. Siempre pasaba igual. A esa hora era que se ponía bueno el ambiente.

Una bota enfangada lanzada contra el mosquitero de Alexis o un galletazo anónimo para despertar a Horqueta podía ser la señal que desatara la confusión de voces. Como en la torre de Babel.

-Me cago en la madre que tiene un hijo artillero y no lo mande a la guerra…
-Cállate, puta.
-Que falsete, coño de tu madre…Metiste pa Frankie Valli.
-Ho, Ho, Ho Chi Minh…
-Carlete, chúpame el tolete…
-Boli, deja las pajas que te van a salir granitos…
-oye, ¿a quien le toca hoy? ¿A la muchacha de La Palma, a la de los Cinco Latinos o a Manuela?
-No, le toca a tu abuela que es tortillera…

Sólo la noche del sábado fue bastante tranquila. No hubo lanzamiento de botas ni latas. Javier pudo dormir sin que le untaran pasta dental en la cara. El Boli se pudo masturbar a costa de Brigitte Bardot sin que lo molestaran. Nadie estaba esa noche para la jodedera. Todos querían madrugar para esperar la llegada de los padres.

Los primeros en aparecer por el terraplén fueron los familiares de Rey. En su Plymouth blanco y rojo, envueltos en una nube de polvo colorado. Él inició el desfile de los que se iban de Moinelo.

A las once, ante la avalancha de deserciones, el director y Diego, el entusiasta profesor de Biología, recorrieron el campamento convocando a alumnos y padres a una reunión urgente en el comedor. Esa situación no podía continuar, la escuela al campo era una tarea de la revolución, las condiciones del campamento iban a mejorar, quienes se fueran verían afectado su expediente escolar…

Mi familia llegó al mediodía. Mi padre, mi abuela y mi hermana. A bordo del jeep verde olivo del flamante marido de mi hermana. Capitán del ejército, veterano de la Sierra Maestra y veinte años mayor que ella.

Abracé primero a mi abuela. Estaba espantada por lo flaco que me había puesto en menos de una semana. Los demás trataban de explicarle que yo lo que estaba creciendo. Mi cuñado aventuró que ya hasta me estaba brotando un bigote que sólo él veía.

´- Es que la comida está muy mala- traté de argumentar.
-Wichy, tu que eres muy majadero para comer –razonó mi hermana- nosotros te trajimos comida para que refuerces.
-Muchacho, que sabes tú lo que es pasar hambre- terció mi cuñado- hambre pasábamos en la Sierra.

Entonces solté la bomba:
-Me siento mal aquí. Yo me quiero ir. Llévenme para La Habana.

-Ni muerto- dijo mi padre- usted se queda a cumplir con la revolución. Tu no puedes ser menos que los demás muchachos.
-Papá, pero si todos se están yendo para La Habana…
-A usted no le interesan los demás, usted tiene que cumplir, ¿es hombre o cucaracha?
-¿Pero tu no estás viendo que flaco está el niño? Oye, son 13 añitos, él no aguanta esto- intervino mi abuela.
-No empieces, vieja, por eso el chiquito está como está. ¿Qué tu quieres sacar de él? Es mi hijo y se queda. Cumpliendo con su deber.
-Abuela, ¿Qué es eso de niño? A los 13 años ya es para que tenga mujer. ¿O quiere criar un cundango o qué?- dijo el cuñado
-Claro, que sí, abuela, está bueno de ñoñerías y malacrianzas- no se quedó atrás mi hermana.

Fue en ese momento que llegó el director, secundado por su escudero Diego, convocando para la segunda reunión. Recabando el apoyo de todos los padres revolucionarios. Esta vez, el mitin sería en la plazoleta frente al albergue, a la sombra de la bandera. La gravedad de la situación así lo requería.

Y de pronto me vi subido a la tarima. De la mano de mi hermana, con el brazo uniformado de mi cuñado sobre los hombros. Flanqueado por el director, Diego y Monomio, el abúlico profesor de Matemáticas.

El director inició la arenga con los mismos argumentos de la primera reunión. Más todos los que se le ocurrieron. Entonces, le tocó el turno al profesor de Biología que gagueó, con la voz quebrada por la emoción:
-Como dijo el Ché, “donde nace un comunista, mueren las dificultades”. Compañeros, aquí no se raja un alumno más. Sólo los cristales se rajan…

Volvió a la carga el director:
-Aquí tenemos un ejemplo que le debía dar pena a tantos zangaletones. El alumno más pequeño del campamento, aquí lo tienen- y me señaló, posando luego su mano en mi cabeza por primera y última vez- decidido a cumplir con su etapa de escuela al campo hasta el último minuto. Y todo el tiempo que sea, si la revolución lo necesita…

Sin levantar la vista, hice un puchero y apreté el culo porque me estaban entrando unas inmensas ganas de cagar.

-Compañeros, lo que se le pide a ustedes no es nada en comparación con los compañeros que cayeron en la Sierra, en Girón, en Bolivia…-discurseó mi cuñado, seguido por la mirada orgullosa y enamorada de mi hermana- El momento es de sacrificios. Yo perdí un ojo en la batalla de Guisa-dijo quitándose las gafas oscuras- y si tengo que dar el otro, el comandante en jefe sólo tiene que pedirlo…

El director, aplaudiendo que daba gusto y sin averiguar a qué ojo se refería, volvió a tomar la batuta:

-Estos no son tiempos para blandenguerías. Frente a las dificultades, lo que hay es que empinarse y crecer. Aquí se forman comunistas, los hombres que construirán el mañana.
Adelante, compañeros, proa al futuro…- y extendió su brazo hacia las letrinas.

Y hacia allá corrí, luego de saltar de la tribuna. No podía más. Ni con los discursos ni con las ganas de cagar. Iba como Juan que se mata y Pedro que se despetronca. Por mucho que corrí, llegué cagado. Recogí un periódico que hallé por el piso. Lo repasé mientras, agachado sobre el hueco, entre el zumbido de las moscas, mis tripas acababan de retorcerse. Contenía el discurso de Fidel por los 100 años de lucha. Podría servirme para el próximo círculo de estudio o cualquier otra cosa. De hecho, ya me estaba sirviendo para limpiarme el culo.

Cuando terminé, aliviado, embarrado en mierda, sin que nadie me viera, me dirigí a la ducha. A lo lejos, oí al director gritar: Patria o Muerte y escuché los últimos aplausos.
Arroyo Naranjo, septiembre de 2006

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