Cienfuegos, agosto 28 de 2008, (SDP) Recuerdo que allá por la década de los ochenta, un amigo deportista que integraba el equipo nacional de esgrima viajó a Corea del Norte con el propósito de celebrar unas importantes competencias. Tras su regreso a la patria, muchos fuimos los que nos acercamos a él para que nos contara de su experiencia en aquella lejana y extraña tierra.
De todas las anécdotas narradas, hubo una en particular que me impresionó tremendamente. Esta se refería al culto que los coreanos – para ser más exactos- el aparato de propaganda gubernamental de aquella nación, tributaba al entonces presidente Kim Il Sung.
Según mi amigo, toda Corea estaba plagada de carteles, fotos, pinturas o leyendas alusivas al caudillo. Esto sin dejar de mencionar que la mayoría de las escuelas, fábricas, parques u hospitales, ostentaban el nombre de aquel a quien los medios habían elevado a la categoría de Dios. No existía por allá virtud humana o atributo divino que no le fuera conferido.
Aún conservo en mi memoria la imagen que muestra el rostro compungido del atleta, pues fidelista como se decía y seguidor a ultranza de los preceptos de su maestro, -quien por medio de discursos y entrevistas dadas a la prensa por aquella época, no solo criticaba el culto a la personalidad, sino que, llamaba a combatirlo- no podía estar de acuerdo con lo visto.
Más como el tiempo todo lo cambia y el diablo son las cosas, ahora nos ha tocado a los cubanos sufrir la experiencia asiática. Es cierto que el fenómeno no nos resulta nuevo, pues desde hace buen tiempo lo padecemos.
Tras la grave enfermedad que afecta a Fidel Castro, los decibeles propagandísticos han roto todos los records. Se implementó una campaña de mitificación política hasta hoy nunca vista.
Durante los festejos por el último onomástico del mandatario, la exaltación a su figura alcanzó su clímax. Esto llevó pensar a muchos, que más que una celebración, aquello tenía visos o ribetes de despedida.
Cierto o no, la verdad es que estamos abocados a un proceso de canonización que en lo adelante veremos acentuarse más y más. Quienes aspiran a continuar indefinidamente en el trono, saben que este es un régimen cuyos basamentos han descansado por décadas en la figura del líder. Por ello y en vista a garantizar la supervivencia del reino, intentan la permanencia de Castro, -al menos subjetivamente- más allá de su muerte.
Por esta razón, el culto de los cubanos a su persona esta siendo promovido a toda máquina. En este sentido, el Departamento de Orientación Revolucionaria cuenta con una vasta experiencia. Sólo recordar lo que ha ocurrido con la imagen del “Guerrillero Heroico”, el argentino Ernesto Guevara. Este hoy ha sido tomado como estandarte por parte de la izquierda radical.
Imagino que a estas alturas, los laboratorios de ingeniería social del gobierno analicen los modos más adecuados de dirigir el mensaje oficial. Este sería fijado en la conciencia de los cubanos para afirmar la idea de inmanencia y trascendencia de Castro.
La experiencia norcoreana parece resultar la más atractiva para la nomenclatura. Después de todo, allí tuvo lugar una sucesión exitosa. El atrincheramiento que durante estos dos años de gobierno raulista hemos observado, así lo confirma. Debemos prepararnos pues para el paroxismo mediático. Para las nuevas tácticas de Marketing político.
Ojala George Orwell no sea profeta. En caso contrario, en poco tiempo pudiéramos estar padeciendo el síndrome del Gran Hermano. Su imagen penetraría cada átomo o poro de nuestro ser. Esto haría imposible que podamos sustraernos de él. Coartaría cualquier intento de dejar atrás el pasado.
primaveradigital@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario