jueves, 14 de agosto de 2008

A ellos la historia los absolverá, Oscar Peña

Cuando al general Raúl Castro le pasaron el poder a finales de julio de 2006, no pocos analistas nacionales e internacionales --entre ellos el que escribe estas líneas-- aspirábamos a que el sucesor, aun con graves antecedentes penales como antidemocrático, un abultado expediente criminal y decisivos y feos papeles en varios episodios contestatarios de la sociedad cubana en estos 50 años, pudiera convertirse en la figura clave para el inicio organizado y gradual de los cambios serios y sustanciales que Cuba necesita.

Estas buenas expectativas no sólo estaban basadas en ilusiones y el profundo deseo y buena voluntad de transformar el país que tiene la inmensa mayoría del pueblo, incluyendo los que residen fuera de Cuba. También el propio general Raúl Castro el 26 de julio del 2007 tuvo la honestidad de expresar los problemas existentes. Llegando a inferir que Cuba estaba siendo invadida no por un enemigo extranjero, sino por el marabú criollo; reconoció el penoso capítulo de la falta de leche para todos y los insuficientes salarios percibidos por los trabajadores cubanos, y anunció la realización de cambios estructurales.

Aquel discurso (26 de julio del 2007) fue una fábrica nacional de esperanzas y sueños para el pueblo cubano. Era una necesidad vital. Todos pensaban que se iban a liberar las fuerzas productivas, factor indispensable y primario para un desarrollo de la producción y mejoría de las condiciones de los cubanos. Definitivamente fueron las palabras del sucesor designado el principal elemento en el nacimiento de esas últimas esperanzas de cambios.

Sin embargo, antes del 26 de julio de este año en Santiago de Cuba, donde Raúl Castro se desinfló completamente, ya se venía notando un retroceso y congelamiento de sus proyecciones. Incluso en aquellos momentos denunciamos el virtual golpe de estado del dictador en jefe contra su propio hermano, por medio de sus reflexiones y de sus diarias llamadas a dirigentes de todos los niveles y a la prensa nacional, poniendo obstáculos a los planteamientos del sucesor. Fidel Castro algo recuperado logro ''bajar del tren de las reformas'' a su hermano Raúl Castro, que se presentó este pasado 26 de julio sólo como un altoparlante del pensamiento retrógrado y extremista de su hermano en jefe. De libertad, ni rendijas. En Cuba el miedo es tan grande que hasta al propio general Raúl Castro ha llegado.

El sucesor con su último discurso decepcionó a todos --hasta su brillante hija Mariela habrá bajado la cabeza--. Fue un lamentable discurso reiterando las mismas cantaletas que hemos escuchado en estos 50 años, hablando de porcientos, de metas, de caballerías sembradas de las que nunca se ven los resultados, e informando que los santiagueros en el 2058 tendrán agua. Por supuesto, tampoco podía faltar la siempre innecesaria e improductiva orientación de preparación militar en espera del enemigo que nunca ha llegado, ni va a llegar, porque el enemigo de Cuba es interno, son ellos mismos vestidos de verde olivo o con chaqueta deportiva.


Hay un punto expresado por Raúl Castro que efectivamente es muy cierto: hay una crisis mundial que afecta a todos los países del planeta, pero en el caso de Cuba esa crisis se agudiza más porque están frenadas las fuerzas productivas y la iniciativa privada del pueblo.

También ha expresado incorrectamente la dirección del país que los cubanos no quieren trabajar, pero eso no es completamente cierto expresarlo y admitirlo así. La realidad es que lo que no quieren es trabajar para el gobierno totalitario porque no ofrece salarios aceptables. Esta es la razón y no otra.

El sistema no funciona en ninguna parte del mundo. Hasta Vietnam, aquel subdesarrollado país al que Cuba ayudaba en la década de los 60 y 70, ha cambiado. Se ha comprobado que los seres humanos para rendir tienen que tener libertad y estímulos materiales para trabajar con fuerza y confianza en el futuro.

Desafortunadamente para Cuba, esta no es la apreciación y valoración de las autoridades de nuestro país que en las últimas semanas han efectuado grandes redadas de artesanos, campesinos y fabricantes caseros de objetos que necesita la población. Sólo en la ciudad de La Habana han cerrado más de 80 pequeñas fábricas particulares y encerrado en las cárceles por esos motivos a ciudadanos emprendedores que cualquier nación del mundo daría millones por tener. De nuestro país se han ido de sus mejores hijos por culpa de esa mala política de cierre para todo. Es ese bloqueo interno el que ha hecho verdadero daño a Cuba.

Varios colegas, compañeros de trinchera en la lucha por los derechos humanos, amigos y otros no muy amigos, desde dentro y fuera de Cuba me han llamado o escrito para decirme --algunos hasta con inexplicable regocijo: ¡Perdiste, Oscar Peña! ¡Te la jugaste a Raúl Castro, te la jugaste a que iba hacer reformas y perdiste la apuesta! Aprovecho esta vía para contestarles a todos: están errados. Yo no perdí: quien ha perdido, quien pierde con el estancamiento nacional es la nación cubana, quien pierde somos todos los cubanos, quien pierde es nuestro país. Cuba necesita cambios. Definitivamente, hasta que no se suelten las amarras no despegará nuestra sociedad. Si no es Raúl Castro, otros dentro del régimen soltarán los cabos. A ellos la historia los absolverá
Tomado de: El Nuevo Herald

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