Marianao, La Habana, agosto 28 de 2008, (SDP) Acabo de ver dos películas cubanas insertas en la mejor tradición de nuestro cine: Lejanía, dirigida por el también escritor Jesús Díaz, a fines de la década del 70, y Cercanía, hecha por su hermano Rolando en el 2006. El parentesco familiar entre ambos directores no es el único vínculo entre ellas. Ambas abordan, incisivamente, el tema de nuestro desgarramiento nacional, con una visión comprometida y apasionada, que nos arrastra a la polémica.
Ambas cintas centran sus historias en los viajeros. Estos son interpretados por Verónica Lynn, quien personifica a la madre cubana que regresa a Cuba en busca de rescatar el lazo filial con su hijo, roto en 1965. La edad militar no le permitió acompañarles a los Estados Unidos. En Cercanía, es el brillantísimo Reynaldo Miravalles el escogido para caracterizar a Heriberto, un habanero entrado en su tercera edad pero no jubilado del vivir quien ha podido finalmente volar el charco para visitar a su hijo. Este es un cirujano llegado allí durante el segundo episodio de Balseros, en 1994. En ambos casos, el visitante provocará cierta crisis en el modus vivendi familiar de sus hijos, cuyo despliegue es la sustancia narrativa de ambas películas.
Tanto la madre como Heriberto pertenecen a la propia generación que hizo y sufrió el proceso revolucionario en la década del 60. Ambas cintas se apoyan en material fílmico de archivo, que en realidad son dolorosos recuerdos. Los afrentosos registros en el Aeropuerto. Las filas de cubanos recién llegados en las aceras del edificio miamense donde los recibían los funcionarios norteamericanos. Imágenes del despliegue militar en ambas orillas durante Octubre de 1962. El rostro trágico del Presidente Kennedy anunciando el inicio del Bloqueo militar y naval de la Isla. Sin embargo, las intenciones de ambos cineastas no son las propias de los documentalistas históricos. Los hermanos Díaz se propusieron contarnos dos historias dramáticas que nos incumben a todos los cubanos, puesto que las conocemos como a nosotros mismos.
La segunda es más compleja y su desarrollo más íntegro y equilibrado. En ambas, las respectivas mujeres de sus hijos son las detonadoras inmediatas de los conflictos. Ambas reflejan el modo de conducta considerado correcto en su medio y reaccionan ante el intruso (a) que parece amenazarlo. En el primer caso, Susana se presenta dispuesta a recuperar a su hijo, incluso animarlo a que la acompañe, y rompa el vínculo entre él y la joven revolucionaria. Lo que choca en el viejo Heriberto es su hábito de fumar y, en general, sus maneras espontáneas y descuidadas, que no toman en cuenta el minucioso rigor al uso allí. Detrás de estas pequeñeces, está la tensión mucho mayor con la que se vive la cotidianeidad en país ajeno. En tanto Heriberto, aunque perjudicado en lo económico y en lo político, ha continuado viviendo dentro de su comunidad existencial, en su calle Santa Irene de Santos Suárez.
A diferencia de Susana, Heriberto lleva un plan para vivir allí, tanto en lo material como en lo sentimental. Con un patético puñado de viejas cartas y una confusa dirección en el South West, aspira a recuperar el amor de su vida. Una novia de juventud de la que se vio separado al partir esta de Cuba junto a su familia, en 1961.
Lejanía reduce su problemática a la relación familiar, sin calar en los personajes que viven en Cuba. Esos cuyas virtudes revolucionarias parecían dotarlos de una inmunidad a toda prueba. Así, el hijo parte para Moa, en una tarea de choque, y Susana desaparece, devuelta a su lejanía. Entonces, los viajes de allá para acá apenas comenzaban y los de aquí para allá eran impensables. La identificación de dignidad con penurias materiales era una de las ideas dominantes de la época. A la larga no se sostuvo y el Estado muy a su pesar derivó él mismo en comerciante de lo que, en la película, se califica de trapos y gangarrias.
En Cercanía , el conflicto se hace más profundo, cuando Heriberto, sin proponérselo, desarma la fachada biográfica de la que se valió su hijo para conquistar a su mujer. Ella es una cubana llegada allí de niña, muy representativa del llamado Exilio Histórico. Educada en un anticomunismo visceral que ha perdido todo contacto con la realidad de la Isla a fuerza de negarla. Mérito grande de Rolando Díaz es presentar el conflicto entre cubanos sin cortapisas y hallarle una solución plausible y reconciliadora. Dimensión esta que no se contaba entre las propuestas de su hermano Jesús en 1979.
Hay un simpático personaje en Cercanía, el norteamericano Gabriel, quien aconseja a los cubanos, concertar una consulta psiquiátrica en un stadium donde quepan los 12 millones, para lo “mucho que tienen ustedes que decirse entre sí”. Tengo la certeza, a partir de hoy, 28 de agosto del 2008, ese añorado encuentro no tardará en realizarse.
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