jueves, 21 de agosto de 2008

Repasar la Tarea, Rogelio Fabio Hurtado


Marianao, La Habana, agosto 21 de 2008, (SDP) Después del maravilloso logro de reducir el número de alumnos por aula y de la no menos asombrosa supresión del profesor especializado en la enseñanza secundaria, colocando en su lugar al llamado profesor integral, un cubano superdotado capaz de simultanear a diario todas las asignaturas, ahora resulta que no hay suficientes maestros.

Allá por los felices 80s, a la sombra del CAME, se proclamó el año sabático, gracias a la fecunda cosecha de docentes obtenida por el sistema de enseñanza nacional. Nadie llegó a disfrutarlo. El Innombrable Hombre de la Calva cagada por un Mirlo, (Mijail Gorbachov) lo desmerengó todo y se percataron de que la educación era un cuento, carísimo además. Entonces hubo que disgustar al teniente de la Escuela de Cadetes de Managua (José Ramón Fernández) sacándolo del cargo de Ministro, donde tantos años de promociones perfectas había garantizado. Hubieron de empezar dolores de cabeza con los escandalosos porcientos de alumnos suspensos y la incorporación urgente de profesionales afines a los claustros.

Entonces, ahora que entre las mejorías y los adelantos de la nueva administración se cuenta la restauración del Teniente al frente del Mined, resulta que no bastan ni los valientes ni los eventuales: hay que rescatar a los jubilados, ofreciéndoles nada menos que el doble pago, algo que mucho se combatió en mejores tiempos perdidos.

Recuerdo en los 70s, las carreras y los embarajes a los que se veía obligado el camarada Serguei Presmanes para desempeñarse como profesor de química en la FOC del Puerto Pesquero y a la vez dirigir un centro de capacitación de la Empresa de la Harina en Guanabacoa. Pensándolo bien, mi generación fue pródiga en profesores no graduados. Puedo enumerar hasta 20 o más amigos que se desempeñaron como tales, y que abarcaron prácticamente todas las asignaturas. Desde las matemáticas hasta el más rancio marxismo leninismo. Con sueldos bastante magros por cierto.

A la mayoría realmente nos gustaba enseñar, sin embargo, casi ninguno perduró en la profesión, por un motivo u otro. A saber, el escaso estímulo, la abrumadora carga docente, (durante algún tiempo prevaleció el criterio de que enseñar no era un trabajo de verdad) el desvergonzado promocionismo a toda costa. Nuestro país es peculiar: los éxitos oficiales suelen estar repletos de fracasos personales.

Todo esto empezó en los cursos de 1960-61 y 61-62, cuando los profesores comunistas, desencadenaron una ofensiva revolucionaria contra los catedráticos burgueses. Fue para forzarlos a renunciar y a marcharse del país, en muchos casos. Contaron para ello con la complicidad entusiasta de las masas estudiantiles. Esto lo viví, con 14 años, en la E.S.B. Enrique José Varona de la Víbora. Entonces, me parecía emocionante participar en una rebelión masiva contra la vieja Talofita, una insoportable burguesa que intentaba enseñarnos Ciencias Naturales. Como ha sido norma invariable, nadie se detuvo a calcular las consecuencias de aquel desperdicio de recursos humanos irrepetibles.

El control político total era el único objetivo, todo lo demás podía improvisarse. Pronto, hubo necesidad de maestros, en todos los niveles y empezaron a prepararlos a la carrera, con tal que aprobasen una entrevista política, a cargo de un dúo de miembros del Partido.

Los minúsculos intentos de la Iglesia católica para impartir cursos, jamás han sido bien vistos. El objetivo no es la mera enseñanza, sino el control político. Se pretende que los jóvenes reciban la información con el punto de vista políticamente correcto. La universalización de la enseñanza por parte del Estado, es la garantía de la conservación y reproducción del sistema imperante. No se trata de una generosidad magnánima.

No obstante, el principio esencial de la enseñanza sigue siendo algo muy noble. Sería algo muy positivo que entre las medidas a considerar para afrontar la actual crisis del sistema de enseñanza, se incluyesen reformas programáticas y estructurales. Algo adecuado para enfrentar el descenso innegable de la educación en las personas. Que se rectifique el rumbo respecto a la preparación del ciudadano como persona, más que como dócil instrumento de la maquinaria estatal. En ese caso, estaríamos de verdad ante una transformación revolucionaria de la educación. No dudo que muchos, bajo esas condiciones, efectivamente estaríamos dispuestos a mancharnos de tiza las cabezas ya de por sí blancas. Pero para repetir orientaciones e ideas ajenas, no, francamente.
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