jueves, 28 de agosto de 2008

Italianos en Cuba (I) , Richard Roselló


La Habana, agosto 28 de 2008 (SDP) La presencia italiana en Cuba es una verdad que la mayoría de los cubanos ni siquiera sospecha. De negros y de españoles, así sin más especificidades, proviene y se multiplicó el material genético de la Isla, afirma la historia más al uso en esta nación caribeña. Inmigraciones y aportes culturales de otra naturaleza carecen de suficiente importancia para la historiografía tradicional, al punto que ni siquiera se mencionan, excepto quizás la presencia china y ello, más por amor al folclor que por razones de índole científica.

Terreno virgen, pues; terreno propicio para un arqueólogo historiador, deslumbrado por ese ajiaco que es el cubano luego de tantas confluencias sobre esta tierra abierta a los navegantes. Viajeros quienes, fieles a su vocación, en muchísimas ocasiones apenas si permanecieron unos pocos años. Los suficientes, no obstante, para dejar de un modo u otro su impronta.

Tal sucede con los italianos. ¿Quién los recuerda hoy? ¿Quién sabe que hacia 1850 constituían mención obligada en los principales periódicos del país? ¿Dónde están sus descendientes?

Presencia a la vez invisible y palpable es la suya, tan cotidiana, fundida y confundida con los elementos de mayor peso dentro de la nacionalidad, que no resalta. Pero, cuidado, no fueron españoles quienes concibieron buena parte de las más significativas fortificaciones cubanas. Tampoco ellos conformaron el grupo de mayor relevancia dentro de la pintura que se hizo en la Isla durante el siglo XIX.

La inmigración italiana, en su momento de mayor esplendor, nutrió a la colonia de muy necesarios profesionales de las ciencias y las artes, pues tales eran por lo general las inclinaciones de los recién llegados. ¿Cómo no habrían de influir entonces en el desarrollo de una comunidad donde, entre la población considerada "autóctona", primaban los terratenientes y comerciantes?

LA TIERRA MÁS HERMOSA...
Afirman que tal exclamó Cristobal Colón, el primer italiano que -al menos oficialmente- pusiera los pies sobre Cuba. Fábula o realidad, lo innegable es que tras él comenzaron a llegar a la Isla viajeros procedentes de los diversos estados italianos.

Algunos partieron de inmediato hacia la conquista de la tierra firme; con Hernán Cortés salieron hacia México en 1519, Alonso Galeote, Alonso Cano, Antonio de Sarelo, Miguel Veraza, Pedro de Berrio, el napolitano Tomás de Ecijoles, e Isidro Moreno.

Otros convivieron durante algún tiempo con los "vecinos", bajo la categoría de "moradores" o "estantes". Entre 1550 y 1565 vivieron en La Habana, entre otros, Sebastian Biano, Juan Genove, Carlo Florentin, Francisco y Nicolás Ginoves... La historiadora cubana María Teresa de Rojas cita en el Índice y Extractos del Archivo de Protocolos de La Habana los nombres de Escipión Américo, Andrés de Fromonte, Bartolomé Botello, Juan Bautista Guilisasti, Jacome Debila, Pompilio Marselio y Jusepe de Tremiño, entre muchos otros habitantes de procedencia italiana asentados en la villa hacia 1578-1588.

A ciertos navegantes italianos, amén del Almirante, debe el Viejo Mundo parte de las primeras noticias recibidas allá sobre las nuevas colonias. En 1565 Gerolamo Benzoni publicaba en Venecia un libro de viajes titulado Historia del Mondo Nuovo, e incluía un acápite sobre Cuba, donde había residido algún tiempo.

Otro cronista, Miquele de Cúneo, acompañó a Colón durante su segundo recorrido por América; en sus relatos sostiene -contrario a la opinión más generalizada- el carácter insular de Cuba.

Especial encanto poseen las crónicas del napolitano Gemelli Careri quien, durante un viaje de vuelta al mundo, descbubrió La Habana a partir de cálculos. Este acaudalado doctor en derecho civil dijo adios al puerto habanero en marzo de 1698, pero no lo olvidó. Apenas un año más tarde publicaba en Nápoles el relato Giro del Mundo (seis volúmenes), donde remota, exótica, surge la ciudad. Habla sobre sus habitantes y se sorprende ante la belleza de sus mujeres. Observa las casas de una sola planta. Cita la carestía de la vida y los principales frutos exportables de la Isla: azúcar, cuero y tabaco. No deja de mencionar sus castillos.

Otros italianos hicieron escala en el estratégico puerto durante el siglo XVI. Sobre ello ofrecen testimonio las Actas Capitulares del Ayuntamiento de La Habana.

De igual modo, diversos documentos nos revelan datos sobre marinos vinculados a la Isla. Hacia 1586, Domingo de Nápoles ocupaba el cargo de calafate. El Diccionario Biográfico Remediano asegura que en 1750 un Juan Aridi y un José de Bonora trabajaban como constructores de barcos. Por su parte, el Diccionario Biográfico de Cienfuegos incluye a Cesáreo Balbini, teniente de navío y Ayudante de Matrículas y Capitán del Puerto de aquella ciudad hacia 1860. También de ascendencia italiana fue Ambrosio Soriano, quien ocuparía en 1826 los cargos de Director y Segundo Piloto de la Armada de la Escuela Náutica de La Habana.
(Fragmentos del libro Italianos en Cuba, de Richard Roselló)
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