jueves, 14 de agosto de 2008
Los extremos de la libertad (cuento) Laritza Diversent Cámbara.
Sandra lloraba sobre la almohada sin consuelo, a su mente venían recuerdos tristes que ahondaban su pena y le cortaban la respiración. La despertaba a las 6 de la mañana para que limpiara toda la casa, antes de irse para la escuela. De rodillas, pulía con la frazada el piso, tenia que quedar extremadamente seco. No entendía porque la odiaba y maltrataba tanto, tenía solo 9 años.
Cuando lloraba así en silencio venían pensamientos malos a su cabeza. Deseaba que se muriera, sin ningún resentimiento. ¿Cuántas veces no le pidió a Dios que lo mataran en Angola? Era lo único que podía hacer ante su impotencia. Lamentablemente para ella, el Todopoderoso no la complació. El regresó y continuaba amargándole la existencia.
Isabel sabía que su hija lloraba encerrada en el cuarto, sufría junto con ella pero no decía nada. No podía contradecir a Pedro. Llevaban 15 años de matrimonio y dos hijas en común. Sonia era fruto de su primera relación, le había ayudado a criarla desde los cinco años. Tenia que ser agradecida. Por él, salió de aquel monte en la Sierra Maestra.
Ya todos dormían, despacio y sin hacer el menor ruido abrió la puerta, corrió hasta que sus pies se cansaron, una carretera la hizo reaccionar. Estaba lejos de casa, aquella autopistas solitaria le trajo a su recuerdo historias de asaltos que habían ocurrido por esa zona. El miedo la hizo esconderse en las altas yerbazas. No podía creer lo que su ira la había empujado a hacer. Sintió tanta pena de si misma y nuevamente a llorar inconsolablemente.
Buscaba algo que la ayudara a escapar, quizás uno de aquellos autos veloces, pero así, su madre no la reconocería. Frotó sus muñecas con un vidrio que resplandecía en la carretera. Quería entrar en un sueño letárgico del que no despertara jamás, pero ni siquiera un rasguño se hizo. Pronto comprendió que no tenía el suficiente valor para acabar con su sufrida existencia. Necesitaba que alguien la escuchara.
Sintió música y se atrevió a tocar la puerta, a pesar de que ya estaba entrada la madrugada. Laura se sorprendió al verla, ella se le echó encima a llorar. Después de un vaso de agua y contar su pesarosa historia, decidió tomar un trago de ron. Uno, dos, tres…, ya estaba mareada, todo le daba vueltas. Sentía como la desvestía y acariciaba sus senos, la besó y todo en su mente se puso negro.
Despertó con un terrible dolor de cabeza. Estaba completamente desnuda y sola en la casa. Tenía recuerdos vagos pero no podía entender nada. Estaba decidida a no regresar, no podía soportar la cara de su padrastro. Laura llegó, la sorprendió con un beso en los labios. Sus ideas se iban ordenando en la cabeza, pero aun no estaba segura de lo que había sucedido horas ante entre ellas dos.
Laura era una mujer independiente, vivía sola desde hace un año, cuando se divorció. Se conocían desde el preuniversitario. Se daba cuenta del trato especial que le ofrecía, pero no al extremo de sospechar que estaba enamorada de ella. En esa circunstancia, debía escoger; entre los maltratos despóticos de su padrastro o la estabilidad emocional y amorosa que le ofrecía su amiga.
Paso un mes, estaba completamente cambiada, de su rostro salían ganas de vivir. La libertad estaba en sus manos era dueña de su vida. Besaba a cuantos quería o la deseaban, no importaba el sexo. Era como realmente deseaba ser y ya no había nadie que se lo impidiera.
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