jueves, 7 de agosto de 2008

Confrontando diferencias, Rogelio Fabio Hurtado








Marianao, La Habana, agosto 7 de 2008, (SDP) Además de compatriotas y contemporáneos, Andrés Gómez y yo compartimos algunos rasgos fisonómicos que, durante mis visitas a Miami han provocado más de un equívoco.

Recuerdo el ocurrido en el portal del Restaurante La Carreta, en la 16 Ave. de Hialeah, donde una cubana ya entrada en años estuvo al borde de un ataque de nervios , tomándome por el conocido activista de la Brigada Antonio Maceo. Ya asegurado dentro del carro, le pregunté qué me diría si efectivamente yo fuese Andrés Gómez, y la mujer embistió la ventanilla que ya subía gritándome ¡ Qué se vaya para Cuba! con una mueca amenazadora que inmediatamente me retrotrajo al bochornoso verano de 1980. Los cubanos de ambas orillas compartimos gustosos el hábito de odiarnos los unos a los otros.

Desde entonces, aunque no coincido con sus ideas, respeto al Sr. Gómez, por su capacidad para cuestionar al pensamiento políticamente correcto dominante en su comunidad de residencia.

No es primera vez que sus opiniones se divulgan en los medios oficiales de prensa. Lo que me mueve a replicarle es que ahora se atreve a juzgar a la parte de la población cubana que desea vivir en los Estados Unidos, a la que califica de pequeña minoría que le entristece y le duele, “son incapaces de entender de qué se trata”, dice, pero no intenta comprenderlos ni explicarse por qué esos cubanos, nacidos y formados dentro de “esta gloriosa aventura” no quieren compartirla. Esa osadía de juzgar lo que no conocen es también común a mis compatriotas, siempre más listos a pelearse que a compadecerse

Coincido con él, sin embargo, cuando califica a los cubanos de ingenuos e ilusos, sólo que extiendo el alcance de esos calificativos a casi todos los cubanos, incluidos quienes, como es el caso de Andrés Gómez, viven precisamente en los Estados Unidos y sólo visitan de vez en cuando a esta maravillosa sociedad mono-partidista.

Cada cual conoce bien los defectos del país donde vive y, por fuerza, está dispuesto a creer que cualquier otro tiene que ser mejor, al menos mientras su encanto no se pulverice al contacto con la cotidianeidad. ¿Ha probado Gómez a conocer de cerca lo cerrada y anodina que puede ser la existencia en Cuba de una persona que, en algún momento, haya incurrido en falta con respecto al pensamiento políticamente correcto que es, a la vez, el único empleador posible?

Por ejemplo, digamos que se trataba de un profesor de Español de Facultad Obrera, con 8 años de experiencia y ninguna tacha académica, a quien se le presenta la ocasión de participar con algunos amigos estudiantes universitarios en unos círculos de estudio de marxismo revolucionario, impartidos por un joven chileno entusiasta de la Revolución Permanente. A los pocos meses, alguien se entera y va con el cuento a donde debe, el Mando determina extirpar por lo sano este peligroso brote de deslealtad y operan, AK en ristre, contra tres hombres y una mujer a quienes sólo se les ocupan algunos papeles. 24 horas después son puestos en libertad, bajo la promesa de cesar en sus peligrosas actividades. Al profesor de Español se le aplica la llamada Resolución 04 que lo inhabilita para ejercer la docencia por “no cumplir los parámetros políticos”, de manera que así concluye definitivamente su vocación para el magisterio y comienza a vivir con una irrevocable condena en su expediente laboral por desarrollar actividades troquistas (sic) y prochinas. Una de las funcionarias del Dpt de Personal interrogada al respecto afirmó “que se trataba de una persona a la que le gustaba estar formando troques dondequiera.” Casos parecidos pudiera citarle unos cuantos más, pero no deseo entristecer aún más al compatriota Gómez, estropeándole su rinconcito edénico.

Debo confesar que comprendo su postura. Durante mis tres visitas a los Estados Unidos, he podido comprobar que la distancia física de la Isla y su monótona retórica política, obra el milagro no sólo de aletargar mi habitual sensibilidad crítica respecto al llamado socialismo, sino que llega a suscitarme raptos emocionales de coincidencia, que desaparecen tan pronto me apeo del avión en Rancho Boyeros y las Autoridades me obsequian con un riguroso registro de mis pertenencias. Estoy convencido de que el compañero Andrés Gómez no recibe el mismo tratamiento al regresar a la Patria.

Paradójicamente, los cubanos que nos quedamos aquí hemos podido experimentar muy de cerca esa cara fea del Sistema, cuya frialdad y desconfianza respecto a los ciudadanos comunes es permanente. Quienes, como Gómez, se marcharon o los marcharon sus familiares, se han perdido de conocer esas vivencias de marginación discriminatoria dentro del propio país, al que han vuelto considerados aliados por las Autoridades.

Efectivamente, la sociedad capitalista real dista de ser el paraíso que los cubanos imaginan desde Cuba. Por una de esas perversiones de la práctica a las que aludía el desaparecido Guillermo Cabrera Infante, la escasez crónica a la que hemos sido sometidos los cubanos, en vez de hacernos sobrios espartanos o monjes trapenses, si se quiere un canon más pacífico, nos han convertido a casi todos en ávidos consumidores y a muchos en seres egoístas, incapaces de solidaridad y atentos sólo al provecho propio.

Desgraciadamente, compatriota Andrés, no hay que precipitarse a proclamar el paraíso. Como escribiera el gran poeta Tagore, prefiero darle gracias al Señor por no ser rueda del poder, sino uno con los que él aplasta.
primaveradigital@gmail.com

(A propósito del artículo ‘Realidades muy diferentes’, Diario Juventud Rebelde 29-7-08, pág 2)



No hay comentarios: