La Habana, agosto 14 de 2008, (SDP) El siglo XIX cubano entra en la fase de amplias relaciones diplomáticas y comerciales con un número de países que elevan el estándar de vida de la población. Un mar de productos deficitarios se intercambia con el cotizado azúcar, café y tabaco cubano, tres frutos que invaden el hemisferio, para endulzar y embriagar al paladar acaudalado.
La isla se apresta a recibir artículos, de cercanos o distantes puertos. Trujillo, en Perú, fue uno de los principales del continente americano. También del oriente asiático, de ciudades lejanas de China y Japón. Aún desde el mar del Norte. Entran barcos de los Países Bajos. Y más allá del mar Báltico arriban navíos de Dinamarca, Noruega, Suecia y Rusia, cargados de valiosos efectos para suplir las necesidades anuales de la isla.
Más distante aún por las rutas marítimas del Océano Indico, lo que antaño se denominó las Indias Occidentales, naves de todo tipo atravesaron continentes para llegar a este archipiélago caribeño.
Alemania, por citar, nos ayuda con sus famosos pianos, así como el jamón de Wesfalia y las hornillas de hierro. La cerveza entra en nuestra gastronomía. Y llega todo lo concerniente al ferrocarril, locomotoras y coches. Además, las agujas de Hamburgo, efectos de dulcerías, el termómetro. El papel de forros, las imprentas litográficas de Amberes, los vidrios de araña de Francfort y la col de Bremen.
La ginebra llegó de Holanda. Abundante era la mantequilla de Rótterdam; los vidrios planos de ventanas y vidrieras y el aceite linaza de Ámsterdam.
Italia suma a nuestras costumbres la adicción al mármol en sus múltiples aplicaciones: en losas de piso, losas sepulcrales, morteros, lavamanos, asientos, bañaderas de origen Genovés.
El primer auto que llega a Cuba, en 1898, era italiano. Italianas son las pastas, los canelones, lasañas y fideos. Los primeros helados fueron italianos, los tutifrutis, la mortadela, el dulce capuchino. La ópera y el bell canto estimulan a los criollos. La pintura mural atrae la atención de nuestra escuela de pintura. También la fabricación de sus zapatos y los juegos de vajillas metálicas, incluyendo las perlas de vidrio de color, de Venecia.
Juguetes, vidrios planos de colores para ventanas y puertas son belgas. Incluimos la toalla de Amberes, el zinc de techo de Gantes.
De Honduras insisten en enviarnos los frijoles, el loro, los periquitos, la naranja y el sombrero de jipijapa. De Brasil, el cacao de Manaos. De Argentina, los cueros de Buenos Aires. Uruguay era famoso por el tasajo de Montevideo, indispensable alimento para las plantaciones esclavistas en la isla.
Procedentes de Filipinas, entran asombrosas petacas para tabacos que influirán en las nuestras, los pañuelos de seda y el arroz de Manila.
Noruega tiene el bacalao que consumen los negros y los pobres. Curazao, la sal. De Rusia, el hule y el acero en barra de San Petersburgo. De Japón descubrimos el marfil y el juego de ajedrez. China exporta la cañabrava, juguetes y efectos chinescos, el té, el biombo y la porcelana.
Entran de Colombia el almidón y los pájaros exóticos: papagayos, cotorras, colibrí. También de El Salvador. Panamá nos envía drogas para el uso farmacéutico. Canadá nos exporta la papa. De Chile, entra la piña. El mango se introduce desde de La India.
Regiones distantes como Bohemia, nos envían la cerveza y vidrio de altísima calidad en vajillas. Desde el Mediterráneo, la ciudad de El Cairo trae sus perfumadas esencias.
No es todo. Cuba intercambia, con Australia, Egipto, Puerto Rico, Santo Domingo. Terranova, Nicaragua, Malasia, Indonesia, Hungría, Portugal, Suecia, Cabo Verde e infinidad de islas, entre ellas: Bermudas, Guadalupe, Bahamas, Malta, Santo Tomé, las Turcas etc.
Otros aportes devienen de nuestro componente cultural y en específico de las comunidades aborígenes, quienes nos legaron el casabe, la yuca, los tejidos de fibra vegetal, el maíz, el ají, el tabaco, el ajiaco, el bohío. Los africanos introducidos a Cuba traen sus plantas medicinales, los orishas, el boniato, la música, el ñame, el plátano.
Lo cierto es que dichas mercancías, artículos, alimentos y artefactos de todo tipo incidirán por un largo periodo en el gusto popular y quedarán en nuestras costumbres para dar origen a los iconos que hoy representan nuestra propia nacionalidad.
primaveradigital@gmail.com
La isla se apresta a recibir artículos, de cercanos o distantes puertos. Trujillo, en Perú, fue uno de los principales del continente americano. También del oriente asiático, de ciudades lejanas de China y Japón. Aún desde el mar del Norte. Entran barcos de los Países Bajos. Y más allá del mar Báltico arriban navíos de Dinamarca, Noruega, Suecia y Rusia, cargados de valiosos efectos para suplir las necesidades anuales de la isla.
Más distante aún por las rutas marítimas del Océano Indico, lo que antaño se denominó las Indias Occidentales, naves de todo tipo atravesaron continentes para llegar a este archipiélago caribeño.
Alemania, por citar, nos ayuda con sus famosos pianos, así como el jamón de Wesfalia y las hornillas de hierro. La cerveza entra en nuestra gastronomía. Y llega todo lo concerniente al ferrocarril, locomotoras y coches. Además, las agujas de Hamburgo, efectos de dulcerías, el termómetro. El papel de forros, las imprentas litográficas de Amberes, los vidrios de araña de Francfort y la col de Bremen.
La ginebra llegó de Holanda. Abundante era la mantequilla de Rótterdam; los vidrios planos de ventanas y vidrieras y el aceite linaza de Ámsterdam.
Italia suma a nuestras costumbres la adicción al mármol en sus múltiples aplicaciones: en losas de piso, losas sepulcrales, morteros, lavamanos, asientos, bañaderas de origen Genovés.
El primer auto que llega a Cuba, en 1898, era italiano. Italianas son las pastas, los canelones, lasañas y fideos. Los primeros helados fueron italianos, los tutifrutis, la mortadela, el dulce capuchino. La ópera y el bell canto estimulan a los criollos. La pintura mural atrae la atención de nuestra escuela de pintura. También la fabricación de sus zapatos y los juegos de vajillas metálicas, incluyendo las perlas de vidrio de color, de Venecia.
Juguetes, vidrios planos de colores para ventanas y puertas son belgas. Incluimos la toalla de Amberes, el zinc de techo de Gantes.
De Honduras insisten en enviarnos los frijoles, el loro, los periquitos, la naranja y el sombrero de jipijapa. De Brasil, el cacao de Manaos. De Argentina, los cueros de Buenos Aires. Uruguay era famoso por el tasajo de Montevideo, indispensable alimento para las plantaciones esclavistas en la isla.
Procedentes de Filipinas, entran asombrosas petacas para tabacos que influirán en las nuestras, los pañuelos de seda y el arroz de Manila.
Noruega tiene el bacalao que consumen los negros y los pobres. Curazao, la sal. De Rusia, el hule y el acero en barra de San Petersburgo. De Japón descubrimos el marfil y el juego de ajedrez. China exporta la cañabrava, juguetes y efectos chinescos, el té, el biombo y la porcelana.
Entran de Colombia el almidón y los pájaros exóticos: papagayos, cotorras, colibrí. También de El Salvador. Panamá nos envía drogas para el uso farmacéutico. Canadá nos exporta la papa. De Chile, entra la piña. El mango se introduce desde de La India.
Regiones distantes como Bohemia, nos envían la cerveza y vidrio de altísima calidad en vajillas. Desde el Mediterráneo, la ciudad de El Cairo trae sus perfumadas esencias.
No es todo. Cuba intercambia, con Australia, Egipto, Puerto Rico, Santo Domingo. Terranova, Nicaragua, Malasia, Indonesia, Hungría, Portugal, Suecia, Cabo Verde e infinidad de islas, entre ellas: Bermudas, Guadalupe, Bahamas, Malta, Santo Tomé, las Turcas etc.
Otros aportes devienen de nuestro componente cultural y en específico de las comunidades aborígenes, quienes nos legaron el casabe, la yuca, los tejidos de fibra vegetal, el maíz, el ají, el tabaco, el ajiaco, el bohío. Los africanos introducidos a Cuba traen sus plantas medicinales, los orishas, el boniato, la música, el ñame, el plátano.
Lo cierto es que dichas mercancías, artículos, alimentos y artefactos de todo tipo incidirán por un largo periodo en el gusto popular y quedarán en nuestras costumbres para dar origen a los iconos que hoy representan nuestra propia nacionalidad.
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