jueves, 15 de mayo de 2008

SOCIEDAD, Los mendigos de La Habana, Juan González Febles





Se acercó y hablaba por señas. Cuando ganó mi atención, me mostró su carné de la Asociación Nacional de Sordos e Hipoacúsicos de Cuba, (Ansoc). Era sordomudo. Con una mezcla de atrevimiento, respeto y vergüenza, me pidió que le diera algo para comer.

Poco después, una anciana escuálida y mal vestida, pidió que le vendiera una monedita de diez centavos en moneda convertible cuc. La ayudé, le regalé 25 centavos cuc y me aseguró que intercedería por mí ante Dios. Le pedí que lo hiciera por los que están presos. Por los que luchan para que ella no se vea obligada a mendigar. Me prometió que lo haría y se marchó.

El incidente se produjo en La Habana Vieja, en medio de la feria de venta de productos artesanales en moneda cuc., frente al mar y en el Casco Histórico. Los mendigos de este tiempo establecen la correspondencia exacta de la vida en Cuba. Son ancianos, una gama variopinta de desfavorecidos y todo tipo de personas desvalidas lanzadas a la miseria.

Este es el equilibrio social que debe mantenerse para que la élite verdeolivo conserve sus privilegios. En cuanto a ellos, no se trata de que todos sean perversos. Son incompetentes e incapaces de crear riquezas. En su mayoría, carecen de hábitos de trabajo sistemático y regular.

En otro espacio citadino, esta vez en la otrora Esquina del Pecado, Galiano y San Rafael, fui testigo de otro episodio ilustrativo. Un hombre mayor ofrece paseos a niños pequeños en un carretoncito, arreglado para una feria. El carretoncito está tirado por un pobre chivo, viejo, gordo y hermoso, pero muy cansado.

El chivo mira con una tristeza sobrecogedora. Tiene que tirar de un carretón lleno de niños. El hombre cobra dos pesos cup por niño.

El esfuerzo es a todas luces excesivo. Pero nadie se compadece del pobre chivo. En Cuba, las leyes no protegen a los cubanos; tampoco a chivos. Falta compasión. El requisito para la indefensión y para vivir sin derechos, parece ser nacer en Cuba y nada más.

Tener y no tener, sigue marcando diferencias. A las personas cuando apenas tienen para comer, les cuesta encontrar espacio para la compasión. Muchísimo menos, para el amor y la identificación con un pobre chivo, obligado a trabajar más allá de sus posibilidades.

Tras todo esto, que es lamentable, puede verse un pequeño y alentador síntoma. El complejo autoinculpatorio ha cedido ante el descubrimiento de los culpables. Pero no sabe como sacarse de encima a la élite representada por un partido integrado por menos del 10% de la población. Fueron aterrorizados y desmoralizados.

Una ridícula minoría se impone, sustentada por el sistema represivo más sofisticado del continente. La policía de Seguridad del Estado, se ocupa de administrar el terror. Menos de cien mil efectivos se responsabilizan por el sistema represivo de mayor efectividad que ha conocido América. Con estos cien mil efectivos aterrorizan a más de once millones de personas.

Fidel Castro murió al fin, al menos políticamente. Una capa espesa de olvido le cae encima. Nadie le menciona, nadie se quiere acordar de él. Junto con el anuncio del próximo Congreso del Partido Comunista, Raúl Castro anunció el fin de la provisionalidad. Lo enterró en vida. Que en paz descanse.

Yendo a lo que interesa, el difícil diálogo entre mendigos y clase gobernante no está canalizado. Se ha impuesto un silencio que no es hijo de la represión o el temor; sino del cansancio. La gran contradicción representada por el legado político de los hermanos Castro, quedó resuelta a nivel de barrio. Nadie quiere saber de eso y sólo queda esperar. Pero, (y esto es lo más significativo) todo el mundo calla. Ni para bien o para mal, sólo silencio.

La atmósfera en la capital es densa. Por momentos, se puede cortar el aire. Aunque el transporte dejó de estar todo lo mal que estuvo desde que se tiene memoria de castrismo, no hay aplausos por la mejora. Un convencimiento fatalista que nada cambiará y que nada queda por hacer, se apoderó de los otrora alegres y optimistas habaneros. No esperan por cosa alguna y guardan silencio.

Las aperturas de Raúl Castro, han sido recibidas como una burla. Menos del 1% de la población se ha beneficiado con los teléfonos móviles o la autorización para hospedarse en los hoteles de lujo para el turismo. Se espera por la autorización para la compraventa libre de casas y la derogación de los permisos de entrada y salida del país. ¡Eso si sería una solución a nivel popular!

Para unos representa la perspectiva real de disponer de un techo propio, para todos, la probabilidad de abandonar un país que se convirtió en infierno. La gente espera con ansia que queden derogados los permisos de entrada y salida del país. Pero esto es una perspectiva cercana sólo para la prensa internacional acreditada en la Isla.

Espejismos aparte, estamos en presencia del pueblo y la nación más pro norteamericana de Latinoamérica. Esto es aprovechado por la élite verdeolivo. Se presentan como la única salvaguarda de la independencia de Cuba. Pero nadie les cree. Quizás frente a la oportunidad (una verdadera) en las urnas, cualquier oposición responsable tendría todas las de ganar. Pero esta es la charada con la que Raúl Castro no piensa arriesgarse.

Quizás nunca se haya estado más cerca que hoy de un nuevo éxodo masivo. Esta es la verdadera, soberana y mayoritaria expectativa nacional. La solución para los inconformes de a pie e incluso para la élite. Los éxodos y las emigraciones masivas han sido la válvula de escape más socorrida por el grupo de poder de La Habana.

En casi cinco décadas de poder absoluto, han propiciado tres éxodos masivos. El primero en 1965 a través de Boca de Camarioca en Matanzas, el segundo, el célebre éxodo de Mariel en 1980 y el tercero en 1994. Este último trajo los acuerdos migratorios más absurdos de la historia del mundo. Se mantiene la Ley de Ajuste Cubano y se combina con una aberrante ficción de pies secos, pies mojados, balseros y lancheros especializados en tráfico de personas.

Los habaneros y los cubanos en general son los mendigos más ilustrados del continente. Escogen con quien, cómo y cuando mendigar. Lo principal, es que ya conocen exactamente la causa y a los culpables de su precaria situación. Saben fingir y esperar. Lástima que se atrofió la compasión y en algunos hasta la vergüenza. Cincuenta años, es mucho tiempo, demasiado tiempo.
Lawton, 29/04/2008
jgonzafeb@yahoo.com
http://prolibertadprensa.blogspot.com/

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hay mendigos cuya mansedumbre espanta ¿te acuerdas de la viuda española que vendió su anillo de matrimonio más de cien mil veces? ¿la que vestía ropa de promesa y llevaba por delante una Virgen de la Merced? También "Amor de Madre" mendigaba por la calle Egido, en las inmediaciones de la Términal, y llevaba tatuado en el pecho "no hay amor como el de madre" La palabra "madre", en los presidios de Cuba, sólo se la tatuaban aquellos que cumplían por asesinato. Siempre iba acompañado de una perra sata, amarilla y vieja como él. Amor era un hombre manso y cuando pedía su voz bajaba una octava, como si tuviera vergüenza; "Por favor ayúdeme, si quiere y puede." Un buen día por la mañana, Amor le machacó la cabeza con un pedruzco a un tal Yerba. Vino la policía y la pregunta de rigor ¿porqué lo mataste Amor? Y en el mismo tono que usaba para pedir respondió, señalando hacia la perra: "Porque le dió una patada a mi señora". Hay cosas que no se toleran y basta. La Fuerza está en el País.