jueves, 7 de agosto de 2008

ARTE Y LITERATURA, Lugar equivocado (Testimonio), Wilfredo Vallín Almeida

La Víbora, La Habana, agosto 7 de 2008, (SDP) Quiero que la tierra me trague, meterme bajo ella literalmente, desaparecer en sus entrañas. Tengo miedo, un miedo que me recorre todo el cuerpo, que me entrecorta la voz, que me hace temblar como una hoja azotada por un viento gélido… y ahora, además, estas ganas enormes de orinar que me dice que lo haga pronto o me lo haré en los pantalones.
Miro a mi derecha y a mi izquierda con disimulo. A mi diestra, tumbados también sobre el suelo y queriendo también confundirse con el terreno, están Carbonet y Villa. A mi siniestra veo a Benito, “cuatro combates”, como le decimos. Un poco mas allá hay uno o dos más, no se exactamente. Me enteré después que eran Eddy y Almagro. No quiero levantar la cabeza del suelo un milímetro. Ni quiero, ni puedo: el miedo no me deja.
Descanso la mejilla sobre la hierba mientras me auto interrogo: ¿Qué hace un niño de apenas 14 años metido en esto?, ¿Quién me mandó a venir aquí?, ¿Cómo me aceptaron a mi edad?...
Bueno… lo cierto es que hace unos meses atrás, cuando me paseaba con mi uniforme, mi boina verde nuevecita y mi metralleta al hombro no me sentía tan niño… por el contrario, me gustaba ir así a mi secundaria y que las chicas me vieran. Entonces me sentía todo un hombre, pero ahora… ahora…
Miro a Carbonet que es, en este momento, el jefe aquí. El está tratando de levantar la cabeza para ver lo que ocurre delante nuestro cuando una ráfaga de ametralladora larga, tan larga que no tiene fin nunca (al menos eso nos parece a todos, soldaditos de 15 días de adiestramiento) pasa sobre nuestros cuerpos cerca, muy cerca (también nos parece), y eso hace que, una vez más, queramos “cosernos” literalmente al suelo, que la tierra nos trague.
El tronco derribado del árbol tras el cual me parapeto, se mueve y estremece cuando es impactado por lo que a mi me suena como martillazos que alguien pega en él. Con infinito cuidado me viro de lado y orino: ya no podía más.
-¡Ríndanse y salgan con las manos en alto! – nos gritan.
A veces las balas, cuando pasan sobre ti, vibran como lo haría una cuerda, la más fina de la guitarra, en estado muy tenso: “twiiing, twiiinggg…”….., pero no se que es más siniestro, si eso o la voz que nos conmina a entregarnos.
Carbonet parece que habla consigo mismo cuando dice:
- Si nos entregamos nos cuelgan pa´l carajo… los de este lado no se rinden…
No creo que los demás hayan oído sus palabras.

No veré mas a mi novia, lo sé. Esto es el final. No me casé nunca… nunca tuve hijos a los que llevar al parque. Tampoco seré abogado, que es lo que me hubiera gustado pa´defender a la gente…pa´ayudar a quien haga falta…
¡Una explosión violenta cerca, muy cerca!. El corazón palpita desordenado.
-¡Cuidado, protéjanse!- grita Carbonet, -¡están tirando granadas!...

“Cuando se muere
en brazos de la patria agradecida,
la muerte acaba, la prisión se rompe,
comienza al fin, con el morir, la vida”

¿Quién dijo esto?, ¿no fue el Maestro?


Hay un sol fuerte y tengo la espalda empapada de sudor, pero es mejor caminar que esperar la guagua que no pasa nunca. Como siempre, hay mucha gente en la calle a esta hora (diez de la mañana) aun cuando es un día laborable, pero aquí la impresión es que nadie nunca trabaja.
Mientras camino miro a mí alrededor. La ciudad parece como salida de un fuerte y reciente bombardeo. Casas apuntaladas, aceras y calles destruidas, excrementos de animales, sobre todo de perros por doquier, aguas albañales corriendo por la vía en busca de alcantarillas que no tragan en su mayoría…
Muchas personas se trasladan en bicicleta…a ese mulato de camisa verde en la bicicleta china por poco lo atropella el camión al doblar…Un policía le pide el carné de identidad y discute con un negro jovencito que no quiere dárselo…
De aquellos días y noches entre montañas y sobre las arenas de las playas, de aquellos días de los mosquitos y las madrugadas insomnes, han pasado ya muchos, muchos años…¿para que hicimos todo aquello?, ¿defendimos realmente a la Patria?... Cuando miles y cientos de miles de cubanos se han ido y se siguen yendo en un río indetenible, ¿donde está la Patria?... ¿que ha pasado con las promesas?... ¿y el futuro “brillante”…o, bueno, quizás no tan brillante, pero solo el futuro?
Benito murió, pero no aquel día, sino años después, en Angola…
Camino… y sigo pensando.
¿Cuántos combates más tuvo?... ¿le seguiríamos diciendo ahora “cuatro combates”?...
De Carbonet supe una vez, cuando me tropecé con él, muchos años después de aquello de lo que salimos indemnes milagrosamente. Se mostró esquivo, huidizo, apenas conversó conmigo y se despidió rápidamente. De los otros… Eddy se marchó del país…Almagro murió también en África… de otros no he sabido nunca más…

¿Y yo?, ¿qué ha pasado conmigo? Sigo aquí, pero ¿en el mismo lugar?

“El amor, madre, a la Patria,
no es el amor ridículo a la tierra,
ni a la hierba que pisan nuestras plantas,
es el odio invencible a quien la oprime,
es el rencor eterno a quien la ataca…”

Eso también es del Apóstol, ¿no?

Me invitaron como abogado. Se quiere que los letrados que visitan nuestro país y que se reunirán con colegas oficialistas para tratar no se que asuntos, tengan también un contacto con juristas de la oposición, y aquí estoy.
Estamos en una casa en Miramar, bella casa, que de seguro perteneció a la alta burguesía nacional y ahora es utilizada por diplomáticos extranjeros. Hay un party y compartimos con los visitantes.
Me acerco a un pequeño grupo de 5-6 personas que charlan animadamente. Para mi sorpresa, hay aquí cubanos-americanos que dejaron Cuba muchos años atrás y ahora han vuelto con esta delegación. Uno de ellos, al parecer de mis años, lleva la voz cantante.
- Esperaba encontrar otra cosa acá, a pesar de que uno sabe por referencias, por los balseros, etc., del estado de las cosas… pero lo que he visto supera todo lo imaginable. Duele mucho pensar que una vez tratamos, a riesgo de la vida, de cambiar las cosas, pero nuestros compatriotas no nos apoyaron, sino que nos combatieron…y duro. Recuerdo ahora una vez que cercamos a un grupo de milicianos en un lugar llamado…- y siguió hablando.
Yo experimenté una sensación rara que me abrazaba la cara y me atenazaba el pecho y tuve que respirar hondo. Estaba perplejo.
De pronto, el disertante se volvió hacia mí, interpelándome:
- Y Ud., hermano de acá, ¿está de acuerdo conmigo? Y agrega, sin esperar mi respuesta:
- En aquel entonces, ¿de que lado estaba Ud.?
Apenas puedo articular tres palabras.
- Del lado equivocado.
Y, dando la espalda, me voy.
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