Doblé la esquina y lo vi. El viejo edificio todavía sigue allí, erguido a duras penas. Los puntales lo mantienen en pie, agonizante en el corazón del Vedado. En medio de tanto desastre, como si quisiera no ser advertido, espera el día de la demolición.
En honor a la verdad, hace 30 años su aspecto no era mucho mejor. La fachada conservaba todavía algo de pintura amarilla, las grietas de las paredes no eran tan anchas, no había puntales.
… Rosita me esperó en Coppelia. Teníamos hambre, como siempre, pero no entramos a tomar helado. No me convenía exhibirme por el Vedado y que me vieran los boinas rojas. Me dijo que me hacía falta un buen baño y dormir. Apestaba y las ojeras me llegaban al pecho.
La noche anterior, la había pasado en casa de un amigo del Rafa, al fondo del Hospital Nacional. El Rafa me llevó para que no durmiera más en la funeraria. Yo estaba fugado del servicio militar obligatorio. Sólo me atrevía a ir a la casa para buscar ropa y comer algo, así que la idea me pareció muy buena. Rafa se quedó oyendo la música de la Baker Street conmigo para no dejarme solo. Se fue cuando no pudo aguantar más el sueño. Resultó que el dueño de la casa y el otro (un flaco bigotudo) eran maricones. No me atreví a dormir. No se lanzaron, solo hicieron insinuaciones, pero me pasé la madrugada en guardia, dándoles conversación y haciéndome el come mierda hasta que empezó a aclarar y me fui.
-Vamos para casa de Madame Please- me dijo mi novia- Si está sola, allá te bañas, te cambias de ropa y nos quedamos a dormir.
Normita vivía en un cuarto del último piso. Los vecinos nos miraron con mala cara mientras subíamos por la empinada, retorcida y oxidada escalera.
Su habitación era pequeña, oscura y poco ventilada. Sus cuatro paredes estaban empapeladas con recortes de artistas de revistas extranjeras. Apenas había muebles: la cama, una mesa con dos sillas y un butacón. Olía a una rara mezcla de kerosén, cigarros, perfume francés, papas fritas e incienso.
-Bienvenidos a palacio- nos dijo en la puerta. Era una rubia teñida, delgada, de unos veintitantos años. No era bonita, pero tenía buenas piernas. Asomaban soberbias por debajo de una camisa blanca dos tallas más grandes que la suya. Los pezones se le trasparentaban que daba gusto. No llevaba ajustadores. Fue en lo primero que me fijé. Lo segundo, que olía muy bien. Su perfume extranjero cosquilleó en mis cojones cuando me besó y dijo: Nice to meet you, baby.
Normita moraba a gusto allí. Se movía por el cuarto como una reina. Ajena al escándalo de los vecinos y a la estrechez del lugar. Decía que era su salón preferido del castillo. La posición del lugar, a menos de 200 metros de La Rampa, era privilegiada. El restaurante El Conejito y el club Scherezada estaban en la esquina. Eran sus sitios favoritos para pescar extranjeros.
Los extranjeros, en 1975, eran casi siempre marineros griegos o filipinos. Para escogerlos, procuraba que fueran atractivos, aseados, inteligentes, corteses y nunca de Europa Oriental. Tras varias cervezas y un poco de conversación, estaba lista para llevarlos a la cama.
-Pero esta noche me quedo con ustedes- dijo- no todo es negocio en la vida. Hoy estoy para pasarla con mis amigos. Sí, niño, porque yo soy puta de extranjeros, ¿sabes? Por si esta no te lo advirtió. No te asustes, y ponte cómodo que estás en tu casa.
Todos la llamaban Madame Please. Hablaba inglés y algo de francés y tenía modales refinados. No se ofendía si sus amigos le decían puta, pero no se consideraba una puta. Sólo quería vivir mejor. No había tenido suerte en el amor. No se adaptaba a vivir dentro de los moldes de la revolución. Eso era todo. No era poco.
Solía enamorarse de algunos de los extranjeros. Les era fiel mientras estaban en Cuba. Cuando se iban, esperaba ansiosa sus cartas desde Atenas, Argel, Manila o Barcelona. Confiaba que un día, alguno se casaría con ella y la sacaría de Cuba.
Cuando alguno regresaba a La Habana, vivía tórridos romances, sazonados de promesas para un próximo retorno. Norma no era exigente con sus amantes.
-No me gusta abusar- me explicó- Sólo les insinúo con discreción mis necesidades y les digo lo que prefiero. Me contento con poco: un frasco de Channel, una blusa hindú, un jean americano –preferiblemente Lee o Levi Strauss, unos cassettes (Elton John me mata), una cena en un buen restaurante o un fin de semana en Varadero.
Durante las malas rachas, vivía de la venta de ropas extranjeras. Llevaba el negocio con suma cautela. Algunos vecinos la envidiaban. Esperaban que cayera presa o se fuera del país para reclamar su habitación. La denunciaron varias veces, pero la policía nunca pudo hallarla culpable.
A menudo, cansada de rodar por hoteles y playas, entre un amante y el próximo, caía en profundas depresiones. Se sentía terriblemente infeliz. Alguna vez, hasta pensó en suicidarse.
-Pero nunca me atrevo. Atreverse a hacerlo es cruzar el límite que separa a los cuerdos de los locos. Y yo, loca no estoy, a no ser de la cintura para abajo…
Nos contó de ella después de comer, mientras bajábamos una botella de aguardiente Coronilla, con Roberta Flack en la grabadora. Sospeché que el discurso era conmigo porque Rosita, que era su amiga de muchos años antes de meterse a puta, sabía de sus andanzas casi tanto como ella misma.
Lamentaba las vidas que no pudo vivir, todo lo que no pudo ser. Pianista, bailarina, cantante, actriz… Culpaba a sus padres, a sus amantes, a todos y a todo, pero siempre acababa culpando al comunismo de todas sus imposibilidades y fracasos.
-Lo único que han hecho bien es resingarme la vida…
Nos quedamos dormidos los tres en la cama. Rosita y yo estábamos demasiado borrachos para templar. Madame Please no se despegó de nosotros ni un momento, como si fuéramos su último vínculo con la realidad y no quisiera perderlo, al menos esa noche.
Nos fuimos temprano, sin despertarla. Pasamos varios días sin volver. No había que abusar de su hospitalidad.
Era frecuente que la encontráramos encerrada en su cuarto. La música retumbaba. Teníamos que aporrear la puerta. No abría hasta que Rosita le gritaba que era ella.
Apoyada en el espaldar de su cama, fumando como una condenada, escuchaba en la grabadora Sanyo que le trajera Fernando desde Mallorca, cassettes de McCartney, Santana, Michel Legrand y Elton John.
-No puedo contigo y tu depresión- le dijo Rosita- ¿Qué coño le pasa ahora a la puta más perra de La Habana? Arriba, mi amiga, que llegó Liberación novena parte. ¿A que no tienes comida, va?
Pues te traigo vino argelino, spaghettis, queso crema del Parque Lenin, cassettes de Led Zeppelin y Roberto Carlos y mucho que contar.
-Ay, Rosie, mi socia, tu eres mi ángel de la guardia, mi Samaritana underground. Estaba a punto de cortarme las venas…
-Ah, ya tu ves…búscame cuando no tengas quien te quiera….
Luego, nos emborrachábamos, haciendo planes que sabíamos era muy difícil se cumplieran jamás. La escena se repitió varias veces, con ligeras variaciones en el motivo de la depresión de Normita y la intensidad de las borracheras nuestras.
Una de estas, fue la última vez que coincidimos los tres en casa de Madame Please. Regresé sólo. Me habían dado la baja del servicio militar por psiquiatría, estaba trabajando en la construcción y mi novia me había dejado por un español calvo que podía ser su padre y decía que la iba a sacar del país. A mí me comía la depresión.
-Baby, estabas perdido -me dijo, el mismo perfume y la misma cosquilla en los cojones- se ve que ya puedes dormir en tu casa. ¿Cómo te va? Oye, como te ha crecido el pelo. Te queda bien la barba. Pareces un Chicago. Pero, siéntate, que aunque buena falta te hace, ya no vas a crecer más…
-Nada, aquí jodido, Normita. Si no vas a salir, bajo a buscar una botella de ron, ¿te cuadra?
-Coño, siempre.
Cuando volví con la botella, puso en la grabadora el “Band on the run” de Mc Cartney. Jet, uuuh, jet, uuuh, y arranqué con mi descarga.
-Oye, antes de que sigas, yo no tuve nada que ver con lo de Rosita. Ella no puede más con este país. Está loca por irse, lo que escogió mal el tipo. Ese no la va a sacar ni cojones. Aquí cada cual sabe lo que hace. Yo no le aconsejé nada. Nunca quiso putear y ahora se apeó con esto. Ella está metida contigo, sólo dice que tú eres muy fiñe para ella y que lo de ustedes no tiene perspectiva. ¿Y qué coño tiene perspectivas aquí?
Cuando la botella iba más de tres dedos por debajo de la mitad y en la grabadora, Paul repetía las últimas palabras de Picasso (“tomen por mí, brinden a mi salud, ustedes saben que ya no podré tomar más”), nos quitamos la ropa y le empecé a chupar los pezones. Caímos en la cama dándonos lengua por todos lados. Sus piernas rodeaban mi cintura cuando me empujó:
-No, coño, yo seré puta y tú me gustas con cojones, pero entiéndeme, yo no puedo hacerle esto a mi amiga…
Me fui con sentimientos de culpa, su perfume metido hasta el alma y un dolor de huevos inolvidable.
No volví a verla. Madame Please se cansó de esperar su príncipe azul, foráneo y casadero. Juró que no iba a envejecer en Cuba. Se fue por Mariel en 1980. No vaciló para presentarse en una unidad de la policía y declarar:
- Anótenme ahí. Además de gusana, escoria y antisocial, soy puta, tortillera y todo lo que ustedes quieran. ¿Qué más tengo que decir para irme pal carajo de aquí?
Aquel discurso ante un par de policías, fue el precio de su libertad…
Hoy pasé por el viejo y apuntalado edificio amarillo y he vuelto a recordar a Normita. Me encaminé entonces al Conejito. Siempre tuvo la barra con las cervezas más frías de La Habana. Necesitaba con urgencia un par de cervezas por los viejos tiempos.
Un cartel en la puerta anunciaba que la entrada era sólo por parejas, en moneda convertible y no se permitía fumar. En la acera, dos jineteras adolescentes hacían carantoñas a un viejo en shorts, sandalias y camiseta del Ché Guevara.
Antes de alejarme, volví la vista hacia el edificio de madame Please. Tal vez, la próxima vez ya no esté en pie. Creí ver, en el último piso, mi vieja camisa de mezclilla azul, colgada en la tendedera junto a una blusa hindú. Por una ventan escapaban los riffs melancólicos de la guitarra de Carlos Santana en “Samba para ti”. ¿O sería “Black Magic Woman”? De pronto, volví a sentir olor a incienso y a perfume francés. Y otra vez aquel cosquilleo.
Arroyo Naranjo, 2005
En honor a la verdad, hace 30 años su aspecto no era mucho mejor. La fachada conservaba todavía algo de pintura amarilla, las grietas de las paredes no eran tan anchas, no había puntales.
… Rosita me esperó en Coppelia. Teníamos hambre, como siempre, pero no entramos a tomar helado. No me convenía exhibirme por el Vedado y que me vieran los boinas rojas. Me dijo que me hacía falta un buen baño y dormir. Apestaba y las ojeras me llegaban al pecho.
La noche anterior, la había pasado en casa de un amigo del Rafa, al fondo del Hospital Nacional. El Rafa me llevó para que no durmiera más en la funeraria. Yo estaba fugado del servicio militar obligatorio. Sólo me atrevía a ir a la casa para buscar ropa y comer algo, así que la idea me pareció muy buena. Rafa se quedó oyendo la música de la Baker Street conmigo para no dejarme solo. Se fue cuando no pudo aguantar más el sueño. Resultó que el dueño de la casa y el otro (un flaco bigotudo) eran maricones. No me atreví a dormir. No se lanzaron, solo hicieron insinuaciones, pero me pasé la madrugada en guardia, dándoles conversación y haciéndome el come mierda hasta que empezó a aclarar y me fui.
-Vamos para casa de Madame Please- me dijo mi novia- Si está sola, allá te bañas, te cambias de ropa y nos quedamos a dormir.
Normita vivía en un cuarto del último piso. Los vecinos nos miraron con mala cara mientras subíamos por la empinada, retorcida y oxidada escalera.
Su habitación era pequeña, oscura y poco ventilada. Sus cuatro paredes estaban empapeladas con recortes de artistas de revistas extranjeras. Apenas había muebles: la cama, una mesa con dos sillas y un butacón. Olía a una rara mezcla de kerosén, cigarros, perfume francés, papas fritas e incienso.
-Bienvenidos a palacio- nos dijo en la puerta. Era una rubia teñida, delgada, de unos veintitantos años. No era bonita, pero tenía buenas piernas. Asomaban soberbias por debajo de una camisa blanca dos tallas más grandes que la suya. Los pezones se le trasparentaban que daba gusto. No llevaba ajustadores. Fue en lo primero que me fijé. Lo segundo, que olía muy bien. Su perfume extranjero cosquilleó en mis cojones cuando me besó y dijo: Nice to meet you, baby.
Normita moraba a gusto allí. Se movía por el cuarto como una reina. Ajena al escándalo de los vecinos y a la estrechez del lugar. Decía que era su salón preferido del castillo. La posición del lugar, a menos de 200 metros de La Rampa, era privilegiada. El restaurante El Conejito y el club Scherezada estaban en la esquina. Eran sus sitios favoritos para pescar extranjeros.
Los extranjeros, en 1975, eran casi siempre marineros griegos o filipinos. Para escogerlos, procuraba que fueran atractivos, aseados, inteligentes, corteses y nunca de Europa Oriental. Tras varias cervezas y un poco de conversación, estaba lista para llevarlos a la cama.
-Pero esta noche me quedo con ustedes- dijo- no todo es negocio en la vida. Hoy estoy para pasarla con mis amigos. Sí, niño, porque yo soy puta de extranjeros, ¿sabes? Por si esta no te lo advirtió. No te asustes, y ponte cómodo que estás en tu casa.
Todos la llamaban Madame Please. Hablaba inglés y algo de francés y tenía modales refinados. No se ofendía si sus amigos le decían puta, pero no se consideraba una puta. Sólo quería vivir mejor. No había tenido suerte en el amor. No se adaptaba a vivir dentro de los moldes de la revolución. Eso era todo. No era poco.
Solía enamorarse de algunos de los extranjeros. Les era fiel mientras estaban en Cuba. Cuando se iban, esperaba ansiosa sus cartas desde Atenas, Argel, Manila o Barcelona. Confiaba que un día, alguno se casaría con ella y la sacaría de Cuba.
Cuando alguno regresaba a La Habana, vivía tórridos romances, sazonados de promesas para un próximo retorno. Norma no era exigente con sus amantes.
-No me gusta abusar- me explicó- Sólo les insinúo con discreción mis necesidades y les digo lo que prefiero. Me contento con poco: un frasco de Channel, una blusa hindú, un jean americano –preferiblemente Lee o Levi Strauss, unos cassettes (Elton John me mata), una cena en un buen restaurante o un fin de semana en Varadero.
Durante las malas rachas, vivía de la venta de ropas extranjeras. Llevaba el negocio con suma cautela. Algunos vecinos la envidiaban. Esperaban que cayera presa o se fuera del país para reclamar su habitación. La denunciaron varias veces, pero la policía nunca pudo hallarla culpable.
A menudo, cansada de rodar por hoteles y playas, entre un amante y el próximo, caía en profundas depresiones. Se sentía terriblemente infeliz. Alguna vez, hasta pensó en suicidarse.
-Pero nunca me atrevo. Atreverse a hacerlo es cruzar el límite que separa a los cuerdos de los locos. Y yo, loca no estoy, a no ser de la cintura para abajo…
Nos contó de ella después de comer, mientras bajábamos una botella de aguardiente Coronilla, con Roberta Flack en la grabadora. Sospeché que el discurso era conmigo porque Rosita, que era su amiga de muchos años antes de meterse a puta, sabía de sus andanzas casi tanto como ella misma.
Lamentaba las vidas que no pudo vivir, todo lo que no pudo ser. Pianista, bailarina, cantante, actriz… Culpaba a sus padres, a sus amantes, a todos y a todo, pero siempre acababa culpando al comunismo de todas sus imposibilidades y fracasos.
-Lo único que han hecho bien es resingarme la vida…
Nos quedamos dormidos los tres en la cama. Rosita y yo estábamos demasiado borrachos para templar. Madame Please no se despegó de nosotros ni un momento, como si fuéramos su último vínculo con la realidad y no quisiera perderlo, al menos esa noche.
Nos fuimos temprano, sin despertarla. Pasamos varios días sin volver. No había que abusar de su hospitalidad.
Era frecuente que la encontráramos encerrada en su cuarto. La música retumbaba. Teníamos que aporrear la puerta. No abría hasta que Rosita le gritaba que era ella.
Apoyada en el espaldar de su cama, fumando como una condenada, escuchaba en la grabadora Sanyo que le trajera Fernando desde Mallorca, cassettes de McCartney, Santana, Michel Legrand y Elton John.
-No puedo contigo y tu depresión- le dijo Rosita- ¿Qué coño le pasa ahora a la puta más perra de La Habana? Arriba, mi amiga, que llegó Liberación novena parte. ¿A que no tienes comida, va?
Pues te traigo vino argelino, spaghettis, queso crema del Parque Lenin, cassettes de Led Zeppelin y Roberto Carlos y mucho que contar.
-Ay, Rosie, mi socia, tu eres mi ángel de la guardia, mi Samaritana underground. Estaba a punto de cortarme las venas…
-Ah, ya tu ves…búscame cuando no tengas quien te quiera….
Luego, nos emborrachábamos, haciendo planes que sabíamos era muy difícil se cumplieran jamás. La escena se repitió varias veces, con ligeras variaciones en el motivo de la depresión de Normita y la intensidad de las borracheras nuestras.
Una de estas, fue la última vez que coincidimos los tres en casa de Madame Please. Regresé sólo. Me habían dado la baja del servicio militar por psiquiatría, estaba trabajando en la construcción y mi novia me había dejado por un español calvo que podía ser su padre y decía que la iba a sacar del país. A mí me comía la depresión.
-Baby, estabas perdido -me dijo, el mismo perfume y la misma cosquilla en los cojones- se ve que ya puedes dormir en tu casa. ¿Cómo te va? Oye, como te ha crecido el pelo. Te queda bien la barba. Pareces un Chicago. Pero, siéntate, que aunque buena falta te hace, ya no vas a crecer más…
-Nada, aquí jodido, Normita. Si no vas a salir, bajo a buscar una botella de ron, ¿te cuadra?
-Coño, siempre.
Cuando volví con la botella, puso en la grabadora el “Band on the run” de Mc Cartney. Jet, uuuh, jet, uuuh, y arranqué con mi descarga.
-Oye, antes de que sigas, yo no tuve nada que ver con lo de Rosita. Ella no puede más con este país. Está loca por irse, lo que escogió mal el tipo. Ese no la va a sacar ni cojones. Aquí cada cual sabe lo que hace. Yo no le aconsejé nada. Nunca quiso putear y ahora se apeó con esto. Ella está metida contigo, sólo dice que tú eres muy fiñe para ella y que lo de ustedes no tiene perspectiva. ¿Y qué coño tiene perspectivas aquí?
Cuando la botella iba más de tres dedos por debajo de la mitad y en la grabadora, Paul repetía las últimas palabras de Picasso (“tomen por mí, brinden a mi salud, ustedes saben que ya no podré tomar más”), nos quitamos la ropa y le empecé a chupar los pezones. Caímos en la cama dándonos lengua por todos lados. Sus piernas rodeaban mi cintura cuando me empujó:
-No, coño, yo seré puta y tú me gustas con cojones, pero entiéndeme, yo no puedo hacerle esto a mi amiga…
Me fui con sentimientos de culpa, su perfume metido hasta el alma y un dolor de huevos inolvidable.
No volví a verla. Madame Please se cansó de esperar su príncipe azul, foráneo y casadero. Juró que no iba a envejecer en Cuba. Se fue por Mariel en 1980. No vaciló para presentarse en una unidad de la policía y declarar:
- Anótenme ahí. Además de gusana, escoria y antisocial, soy puta, tortillera y todo lo que ustedes quieran. ¿Qué más tengo que decir para irme pal carajo de aquí?
Aquel discurso ante un par de policías, fue el precio de su libertad…
Hoy pasé por el viejo y apuntalado edificio amarillo y he vuelto a recordar a Normita. Me encaminé entonces al Conejito. Siempre tuvo la barra con las cervezas más frías de La Habana. Necesitaba con urgencia un par de cervezas por los viejos tiempos.
Un cartel en la puerta anunciaba que la entrada era sólo por parejas, en moneda convertible y no se permitía fumar. En la acera, dos jineteras adolescentes hacían carantoñas a un viejo en shorts, sandalias y camiseta del Ché Guevara.
Antes de alejarme, volví la vista hacia el edificio de madame Please. Tal vez, la próxima vez ya no esté en pie. Creí ver, en el último piso, mi vieja camisa de mezclilla azul, colgada en la tendedera junto a una blusa hindú. Por una ventan escapaban los riffs melancólicos de la guitarra de Carlos Santana en “Samba para ti”. ¿O sería “Black Magic Woman”? De pronto, volví a sentir olor a incienso y a perfume francés. Y otra vez aquel cosquilleo.
Arroyo Naranjo, 2005
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