Managua, La Habana, febrero 19 de 2009, (SDP) Una mañana de febrero una amiga me cuenta la aparición en su casa de un pequeño gatito que con mucho miedo se escondía bajo los muebles. .
Me pidió que le pusiera un nombre para adoptarlo como mascota. Le sugerí Ray, recordando un tigre protagonista de unas aventuras que leí hace mucho tiempo.
Así creció Ray, entre el closet, la cama, el sofá y un pequeño patio donde salía varias veces al día regresando rápido al interior de lo que seguramente calificaba como su casa.
Poco a poco las manchas blancas y negras de Ray comenzaron a agrandarse junto a su cola hasta convertirse en un adulto que pronto estaría apto para reproducir la especie.
Al mismo tiempo, a unos ancianos vecinos de mi amiga, les regalaron una gatita, por aquello de ahuyentar los ratones. Y decidieron nombrarla Raiza, estaban seguros que un día los gatos se enamorarían. Y así, vaticinando al destino, surgió una linda historia de amor entre gatos.
Ray visitaba con frecuencia a Raiza, y en ocasiones comían juntos usando el mismo recipiente. La descendencia de la pareja de felinos muy pronto fue preocupación para sus dueños, quienes sostenían no botar los pequeños, sino buscar a alguien que los tomara como mascotas.
Por esas cosas de los humanos, mi amiga decidió cambiar de casa mudándose a varios kilómetros del lugar. Con el ajetreo de la mudanza, Ray se desapareció, estaba muy arisco y solo se dejaba ver junto a Raiza en los predios de su antigua casa.
“Ayúdame a coger a Ray” me pidió mi amiga que deseaba llevarlo con ella, pues temía se perdiera. Le pedimos cooperación a la anciana, y en uno de esos momentos en que Ray entro en su casa en busca de Raiza, lo cargamos y con mucho cuidado lo colocamos en un maletín, solo permití que sacara su cabeza dejándole el cuerpo inmóvil.
Al cabo de un rato, que debió parecerle interminable pues maullaba con desespero, llegamos a su nuevo hogar.
Doce meses pasó Ray separado de Raiza. En todo ese tiempo salió en tres ocasiones del apartamento en que lo habíamos obligado a vivir, quizás a tomar un poco de sol. Y de ella narra su dueña que se mantenía durmiendo y por momentos se mostraba triste como si estuviese enferma.
No hubo otros gatos en la vida de Raiza, ni otra descendencia. Al contrario, cuentan los ancianos que agredía a cualquier animal intruso aunque fuera de su misma especie.
Al cabo de 12 meses, mi amiga decidió regresar a su antigua casa. Me alegre mucho por los gatos. Entonces me ocupé de mantener a Ray controlado y realicé la misma operación del maletín. Pero esa vez el viaje era de regreso.
Cuando llegamos y pude bajarme del camión, coloqué con mucho cuidado el maletín donde Ray maullaba despavorido, junto a la puerta de entrada. En ese momento, sentí que algo repentino me caía encima. Era Raiza que seguramente quería ser la primera en darle la bienvenida a su amado.
De miedo solté el maletín que se abrió totalmente ante el forcejeo del cautivo que ya libre poco le importaron las personas que tropezaban con el. Calmado al ver a Raiza, quedaron muy juntos por unos minutos, olfateándose ambas narices con sus ojos cerrados.
Hasta que por fin Raiza tomó la iniciativa y brincó a un muro invitándolo, y se lo llevó a su casa.
Sólo después de siete días, fue que Ray decidió regresar con su dueña a la casa donde se crió. Llegó maullando muy fuerte, al tiempo que recorría todas las habitaciones, como queriendo hacer notar su presencia.
Esta historia real de amor, fidelidad y reencuentro entre dos felinos, viene a propósito en este mes de febrero en que celebramos la fecha de San Valentín. Que viva el amor, no importa que sea entre gatos.
amarilisrey@yahoo.com
Me pidió que le pusiera un nombre para adoptarlo como mascota. Le sugerí Ray, recordando un tigre protagonista de unas aventuras que leí hace mucho tiempo.
Así creció Ray, entre el closet, la cama, el sofá y un pequeño patio donde salía varias veces al día regresando rápido al interior de lo que seguramente calificaba como su casa.
Poco a poco las manchas blancas y negras de Ray comenzaron a agrandarse junto a su cola hasta convertirse en un adulto que pronto estaría apto para reproducir la especie.
Al mismo tiempo, a unos ancianos vecinos de mi amiga, les regalaron una gatita, por aquello de ahuyentar los ratones. Y decidieron nombrarla Raiza, estaban seguros que un día los gatos se enamorarían. Y así, vaticinando al destino, surgió una linda historia de amor entre gatos.
Ray visitaba con frecuencia a Raiza, y en ocasiones comían juntos usando el mismo recipiente. La descendencia de la pareja de felinos muy pronto fue preocupación para sus dueños, quienes sostenían no botar los pequeños, sino buscar a alguien que los tomara como mascotas.
Por esas cosas de los humanos, mi amiga decidió cambiar de casa mudándose a varios kilómetros del lugar. Con el ajetreo de la mudanza, Ray se desapareció, estaba muy arisco y solo se dejaba ver junto a Raiza en los predios de su antigua casa.
“Ayúdame a coger a Ray” me pidió mi amiga que deseaba llevarlo con ella, pues temía se perdiera. Le pedimos cooperación a la anciana, y en uno de esos momentos en que Ray entro en su casa en busca de Raiza, lo cargamos y con mucho cuidado lo colocamos en un maletín, solo permití que sacara su cabeza dejándole el cuerpo inmóvil.
Al cabo de un rato, que debió parecerle interminable pues maullaba con desespero, llegamos a su nuevo hogar.
Doce meses pasó Ray separado de Raiza. En todo ese tiempo salió en tres ocasiones del apartamento en que lo habíamos obligado a vivir, quizás a tomar un poco de sol. Y de ella narra su dueña que se mantenía durmiendo y por momentos se mostraba triste como si estuviese enferma.
No hubo otros gatos en la vida de Raiza, ni otra descendencia. Al contrario, cuentan los ancianos que agredía a cualquier animal intruso aunque fuera de su misma especie.
Al cabo de 12 meses, mi amiga decidió regresar a su antigua casa. Me alegre mucho por los gatos. Entonces me ocupé de mantener a Ray controlado y realicé la misma operación del maletín. Pero esa vez el viaje era de regreso.
Cuando llegamos y pude bajarme del camión, coloqué con mucho cuidado el maletín donde Ray maullaba despavorido, junto a la puerta de entrada. En ese momento, sentí que algo repentino me caía encima. Era Raiza que seguramente quería ser la primera en darle la bienvenida a su amado.
De miedo solté el maletín que se abrió totalmente ante el forcejeo del cautivo que ya libre poco le importaron las personas que tropezaban con el. Calmado al ver a Raiza, quedaron muy juntos por unos minutos, olfateándose ambas narices con sus ojos cerrados.
Hasta que por fin Raiza tomó la iniciativa y brincó a un muro invitándolo, y se lo llevó a su casa.
Sólo después de siete días, fue que Ray decidió regresar con su dueña a la casa donde se crió. Llegó maullando muy fuerte, al tiempo que recorría todas las habitaciones, como queriendo hacer notar su presencia.
Esta historia real de amor, fidelidad y reencuentro entre dos felinos, viene a propósito en este mes de febrero en que celebramos la fecha de San Valentín. Que viva el amor, no importa que sea entre gatos.
amarilisrey@yahoo.com
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