En política pasa como en matemáticas; lo que no es absolutamente correcto está
mal (Edward Kennedy)
Nadie lo duda: en un enorme territorio de América Latina se imponen hoy el
estilo, el lenguaje, la filosofía y el poder de un grupo humano que, desde orígenes
diversos, ha ido a encontrarse como una gran familia en los palacios
presidenciales y en los taburetes más altos de los puestos de mando del
continente.
Es una casta compleja, llegada a la madurez mediante tratamientos con carburo,
sobre la marcha, a campanazos y pendencias. Pero está ahí, cohesionada por
una palabrería vana, por los resortes mágicos del populismo. Por la llamada de la
ambición y el soroche de las alturas.
Hace sólo unos años no se conocían. Algunos estaban distantes y apartados, en
canarreos perdidos en la selva, en los salones pretenciosos y cursis de la
pequeña burguesía o en los talleres de reparación de la política. Otros, dos o tres,
fundadores de la casa familiar, hacían marañas y dibujaban castillos en el aire.
El caso es que han llegado y no se quieren ir. Cada uno en sus candangas
íntimas, en las batallas de la vida diaria para que no se haga público que el triunfo
verdadero de los cambios y el progreso consiste en su cambio y su progreso
personal.
La familia se afianza, se multiplica, impone una manera de conducirse en los
escenarios y tiene apoyos de parientes en el extranjero que miran hacia la región
con simpatía o nostalgia. Hay gestos de comprensión, campañas solidarias para
esa pequeña comunidad de líderes que conviven en una especie de casa de
vecindad.
Fidel Castro decide que está enfermo y le cede el poder a su hermano menor.
Ernesto Kichner tiene que cumplir ciertos trámites y se cambia de sitio en la mesa
del comedor para que su esposa, la señora Cristina Fernández, asuma el control
de la nación.
Se quieren, se llevan bien y se comunican entre sí por sus nombres de pila. Con
esos nombres se mueven por el área del solar de la hermandad del socialismo del
siglo XXI. De modo que los medios obedientes publican titulares como éstos:
«Lula cena hoy con Rafael»; «Daniel tuvo problemas con las urnas» «Cristina
juega a la canasta con Michelle»; «Manuel viene de Honduras con sombrero»;
«Hugo se compra un Rolex».
Esta semana Evo Morales se sometió a una cirugía en la nariz y el presidente de
Venezuela (vocero oficial del estado de salud de Fidel Castro) dio este parte
médico a la prensa: «El indio tiene el tabique desviado».
Así son, entrañables y cariñosos. Una familia unida. Eso es conmovedor y
pertinente. Lo demás no importa. Hay que quererlos.
mal (Edward Kennedy)
Nadie lo duda: en un enorme territorio de América Latina se imponen hoy el
estilo, el lenguaje, la filosofía y el poder de un grupo humano que, desde orígenes
diversos, ha ido a encontrarse como una gran familia en los palacios
presidenciales y en los taburetes más altos de los puestos de mando del
continente.
Es una casta compleja, llegada a la madurez mediante tratamientos con carburo,
sobre la marcha, a campanazos y pendencias. Pero está ahí, cohesionada por
una palabrería vana, por los resortes mágicos del populismo. Por la llamada de la
ambición y el soroche de las alturas.
Hace sólo unos años no se conocían. Algunos estaban distantes y apartados, en
canarreos perdidos en la selva, en los salones pretenciosos y cursis de la
pequeña burguesía o en los talleres de reparación de la política. Otros, dos o tres,
fundadores de la casa familiar, hacían marañas y dibujaban castillos en el aire.
El caso es que han llegado y no se quieren ir. Cada uno en sus candangas
íntimas, en las batallas de la vida diaria para que no se haga público que el triunfo
verdadero de los cambios y el progreso consiste en su cambio y su progreso
personal.
La familia se afianza, se multiplica, impone una manera de conducirse en los
escenarios y tiene apoyos de parientes en el extranjero que miran hacia la región
con simpatía o nostalgia. Hay gestos de comprensión, campañas solidarias para
esa pequeña comunidad de líderes que conviven en una especie de casa de
vecindad.
Fidel Castro decide que está enfermo y le cede el poder a su hermano menor.
Ernesto Kichner tiene que cumplir ciertos trámites y se cambia de sitio en la mesa
del comedor para que su esposa, la señora Cristina Fernández, asuma el control
de la nación.
Se quieren, se llevan bien y se comunican entre sí por sus nombres de pila. Con
esos nombres se mueven por el área del solar de la hermandad del socialismo del
siglo XXI. De modo que los medios obedientes publican titulares como éstos:
«Lula cena hoy con Rafael»; «Daniel tuvo problemas con las urnas» «Cristina
juega a la canasta con Michelle»; «Manuel viene de Honduras con sombrero»;
«Hugo se compra un Rolex».
Esta semana Evo Morales se sometió a una cirugía en la nariz y el presidente de
Venezuela (vocero oficial del estado de salud de Fidel Castro) dio este parte
médico a la prensa: «El indio tiene el tabique desviado».
Así son, entrañables y cariñosos. Una familia unida. Eso es conmovedor y
pertinente. Lo demás no importa. Hay que quererlos.
OPINIÓN Tomado de : TINTA RÁPIDA. EL MUNDO
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