La práctica de la tortura ha devenido institucional y endémica en las prisiones cubanas. Los tratos y penas crueles, inhumanas y degradantes son parte indeseable de una práctica inaugurada por la dictadura militar totalitaria de izquierda de la familia Castro desde hace cincuenta años.
Con una mezcla de pena y de asco hemos presenciado el desfile infamante, ante el sucesor dinástico, Raúl Castro, de presidentes latinoamericanos, legitimados por las urnas y de innegable vocación democrática. Quizás, el caso más patético y lamentable sea el de la Sra. Michelle Bachelet, presidenta de Chile.
La Sra. Bachelet, conoce de primera mano que es vivir sin libertad. Sabe de exilios, de tortura y de derechos pisoteados. ¿Cómo pudo pasar por alto el dolor, por ella bien conocido que padece el pueblo cubano? ¿Acaso no le apretó el corazón la atmósfera de esa Cabaña de libros censurados, en que tantos cubanos fueron fusilados? ¿Cómo pasó por alto el tema de los derechos humanos? ¿Cómo no intentó reunirse con los que luchan por el mismo ideal que primero la llevó a un exilio y después a la más alta magistratura de su patria?
La Dra. Bachelet pasó por alto el carácter dantesco y medieval de las prisiones cubanas y el dolor de nuestros presos torturados. El respaldo dado a la tiranía de los Castro, será un costo político impagable para el eventual crédito futuro de la Sra. presidenta de Chile.
Sumado a lo anterior, la Sra. Bachelet tendrá que pagar un costo adicional. Este fue el extra impuesto por el Anciano para echar una mano al aliado Evo, siempre en apuros. La Sra. olvidó que para el interés de La Habana, ser indio, es ser un poco más socialista. La pobre Sra., tendrá que explicarle a los suyos, la ocurrencia final de su tirano de izquierda favorito, que se refocila en el recuerdo de la vieja deuda marítima de Chile con Bolivia
La Sra. Bachelet, llevó su ideal integrador demasiado lejos. Se igualó en términos de ridículo a la también presidenta Cristina Fernández de Kichner. Pero algo salió mal. Muy mal a pesar de todo, y de haberse prestado para el show de ‘Mi foto con el tirano’, en nuestro Parque Jurásico. ¡Lástima! A fin de cuentas, ni para un político era imprescindible llevar tan lejos el descrédito.
SDP
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