Tenía el aspecto de un adolescente con problemas hormonales. De color mulato, parecía un niño inmensamente gordo. Cuando lo vi entrar por la mañana, que aparcó el todo terreno, que abrió una puerta corrediza y sobre el asfalto de la calle se desparramó una buena cantidad de comida chatarra, de esa que viene en unas vasijas de plástico desechable y herméticamente cerrada, lo confundí con el repartidor de la merienda de los cuerpos de la Seguridad del Estado que custodian Embajadas.
Si en esos momentos me hubieran dicho que aquel muchacho gordo, que al caminar balanceaba sus brazos grotescamente como un gorila, era quien decidiría mi destino, me habría horrorizado. Pero uno puede tener un físico detestable y ser una buena persona. En este caso, el físico detestable también llegaba de fábrica con un mundo interior detestable. Eso lo supe cuando tuve la oportunidad de platicar con aquel monstruo en persona y comprender que me la estaba viendo con una torpe y estúpida mujer.
Tenía la cabeza pequeña como un grano de chícharo, y el resto del cuerpo era una papa rellena. La cabeza estaba rapada a lo macho, y evidentemente era una hija de perra pues desde que entré, comenzó a negar con la cabeza cualquier información que demostrara que yo merecía el estatus de Refugiado Político.
Cuando me despedí del grotesco ser, me indicaron que regresara al salón de espera. Tuve oportunidad de intimar con la muchacha que habían llamado la primera. Y esta muchacha me había dicho antes de yo saberlo que no tenía esperanzas de calificar porque le había tocado una Cónsul pelada a lo macho.
Me contó que desde el primer contacto con Papa Rellena esta le estuvo restando importancia a los tres años de cárcel que ella tuvo que sufrir en una cárcel para mujeres en Camagüey por haber militado en el grupo de oposición pacífica de Osvaldo Payá. Incluso, Papa Rellena llegó a decirle a la muchacha que los documentos que atestiguaban que ella había pasado tres años en la cárcel podían ser falsos. Mientras la muchacha me contaba estas cosas yo no podía imaginar que la Cónsul de quien me hablaba era “el muchacho con problemas hormonales” que en horas de la mañana yo había visto entrar a la SINA. A la muchacha la rechazaron.
Como paradoja del destino me tocó ser interlocutor entre los aspirantes al refugiado que estábamos en el salón y los cónsules que iban llamando a las personas, y realizar la misma operación que le vi hacer a un individuo la primera vez que asistí (en la primera entrevista sí me aprobaron) y lo rechazaron. Yo hubiera podido negarme, pero por haber llegado al salón de espera el segundo, y la muchacha que fue la primera en llegar se negó a convertirse en telefonista, no tuve más remedio que cooperar. El pensamiento de que hacer el papel de telefonista podría traerme mala suerte pasó por mi mente. De este modo yo, el 29 de junio 2004, día de San Pedro y San Pablo, tomaba el teléfono cada vez que sonaba y la voz de los cónsules me decían el nombre de las personas que citaban juntas o separadas para entrevistarlas.
Sobre las doce del día, cuando ya conocía la historia de la Cónsul mulata pelado a lo macho, escuché una voz que mencionó mi nombre. A esa voz le dije:
-Yo mismo soy.
Cuando colgué el auricular le dije a la muchacha:
-Creo que la voz que me habló responde a la descripción física de la Cónsul que te atendió.
Y en efecto, cuando llegué ante la Cónsul de marras era “el muchacho de baja estatura, monstruosamente gordo”, que en horas tempranas de la mañana había visto descender de un todo terreno.
En otra ocasión, como también lo tengo que hacer con la primera entrevista, reproduciré los diálogos que he sostenido con estos funcionarios del gobierno norteamericano. Lo único que puedo adelantar es que estos funcionarios se muestran muy torpes al tratar a los cubanos y yo diría que rayan en la estupidez más elemental. Creo que de Cuba y los cubanos estos norteamericanos nada saben o se hacen los que nada saben.
De cualquier manera me tuvieron hasta el final, como si me hubieran olvidado. De forma que un mulato achinado (puertorriqueño) que hace las veces de funcionario-chacal con más eficiencia que la policía política cubana que trabaja dentro de la embajada, inquirió por mi número, llamó, y le preguntó por mí a Papa Rellena Esta le dijo que podía marcharme y a vuelta de correo recibiría una notificación. Creo que de haber sabido la decisión (me negaron por correspondencia el visado) a la Cónsul le habría dicho…
Yo soy un hombre libre, y tengo una autoestima más alta que los Capitolios de La Habana y Washington. No creo en ninguno de los dos.
ramon597@correodecuba.cu
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