Jaimanitas, La Habana, febrero 26 de 2009, (SDP) Se ha hablado mucho de la desigualdad social desde tiempos lejanos, tanto que el vocablo suena como un lugar común y transmite la misma sensación que cuando se mira un cuadro abstracto en una galería.
En Cuba, la desigualdad social vencida por la revolución triunfante de 1959, se recicló por el propio socialismo que edificó durante 50 años. Cumpliendo precisamente una de sus leyes dialécticas: negación y luchas de contrarios, fue creando poco a poco una discrepancia sustancial de nuevo tipo entre los miembros de la sociedad.
Esta diferencia de posibilidades y oportunidades, se catalizó con el periodo especial, esa crisis económica cernida de golpe sobre el incauto pueblo cubano, engañado con las promesas de riquezas y abundancia para cuando se sobrepasara el periodo de transito hacia el capitalismo.
La ley de la negación y luchas de contrarios es de todos los códigos del materialismo dialéctico, quien mejor expresa el carácter no igualitario del fenómeno socialista existente en Cuba, un extraño sistema construido a retazos, reparado por pedazos según lo exigían las circunstancias, deformado en su núcleo y enmascarado siempre bajo la égida de la propiedad social sobre los medios de producción.
Un gobierno que impone al colectivo humano un modelo político y económico totalitario y lo enfrasca en la tarea absurda de edificar a priori la sociedad más justa que ha existido jamás, no puede delimitar las posibilidades equitativas de sus miembros según su partidismo y militancia, a la vez que aplica la máxima gregoriana: haz lo que yo digo y no lo que yo hago.
La negación se traduce con suma nitidez, en la incapacidad del estado en producir bienes y servicios, en conducir a la agricultura por un camino ineficiente y sin resultados concretos, en un fondo poblacional que no roza siquiera la mitad de las necesidades, en una ausencia total de perspectivas, donde el futuro es incierto y condicionado a un eterno llamado a trabajar más, mejor y con mayor eficiencia, letras de un himno que ve pasar por delante a las generaciones de cubanos sin que se le agregue o sustituya ni un solo acorde.
Los contrarios se han incubado y producido, desde los primeros días de Enero de 1959, dentro del caldo de cultivo familiar, del matrimonio, del círculo de amigos, de los compañeros de trabajo o de estudio, conspirando contra ellos mismos, delatándose para sobrevivir o para escalar sobre los hombros a veces hasta del propio hermano, renunciando a principios, negando religiones y en ocasiones negando hasta la estirpe, acosados por el miedo en sus múltiples variantes. El daño añadido a estas formas humanas de relaciones sociales ha sido enorme, es posiblemente el más difícil de restablecer y olvidar de todas las miserias del socialismo.
El acceso a las mejores viviendas, a los mejores empleos, a los autos, a las posibilidades de viajar al exterior, al confort moderno, a comer mejor, calzar y vestir bien, poseer impunidad, gozar de solvencia económica y otras prebendas, son el basamento de la desigualdad social, labradas minuciosamente desde el primer día de Enero de 1959.
Pero es en la cuadra, en el barrio, en el detalle cotidiano donde mejor se puede apreciar esta lacra que muerde todos los días a los cubanos, donde el vecino: militante del partido comunista, militar de profesión, que aplaude y defiende cada palabra oficialista con un rostro moldeado para la ocasión y está listo y con la guardia en alto para caer sobre el pobre opositor ante la menor señal o queja de desacuerdo, después, con otra faz, ahora gatuna, se roba de la unidad militar o del centro de trabajo todos aquellos productos que le faltan al colectivo humano y puede construir su casa y de vez en cuando tomarse una semana con todos los gastos pagos en Varadero, para renovar las fuerza y continuar aplaudiendo y poder defender con mas ímpetu las bonanzas mal distribuidas del socialismo.
primaveradigital@gmail.com
En Cuba, la desigualdad social vencida por la revolución triunfante de 1959, se recicló por el propio socialismo que edificó durante 50 años. Cumpliendo precisamente una de sus leyes dialécticas: negación y luchas de contrarios, fue creando poco a poco una discrepancia sustancial de nuevo tipo entre los miembros de la sociedad.
Esta diferencia de posibilidades y oportunidades, se catalizó con el periodo especial, esa crisis económica cernida de golpe sobre el incauto pueblo cubano, engañado con las promesas de riquezas y abundancia para cuando se sobrepasara el periodo de transito hacia el capitalismo.
La ley de la negación y luchas de contrarios es de todos los códigos del materialismo dialéctico, quien mejor expresa el carácter no igualitario del fenómeno socialista existente en Cuba, un extraño sistema construido a retazos, reparado por pedazos según lo exigían las circunstancias, deformado en su núcleo y enmascarado siempre bajo la égida de la propiedad social sobre los medios de producción.
Un gobierno que impone al colectivo humano un modelo político y económico totalitario y lo enfrasca en la tarea absurda de edificar a priori la sociedad más justa que ha existido jamás, no puede delimitar las posibilidades equitativas de sus miembros según su partidismo y militancia, a la vez que aplica la máxima gregoriana: haz lo que yo digo y no lo que yo hago.
La negación se traduce con suma nitidez, en la incapacidad del estado en producir bienes y servicios, en conducir a la agricultura por un camino ineficiente y sin resultados concretos, en un fondo poblacional que no roza siquiera la mitad de las necesidades, en una ausencia total de perspectivas, donde el futuro es incierto y condicionado a un eterno llamado a trabajar más, mejor y con mayor eficiencia, letras de un himno que ve pasar por delante a las generaciones de cubanos sin que se le agregue o sustituya ni un solo acorde.
Los contrarios se han incubado y producido, desde los primeros días de Enero de 1959, dentro del caldo de cultivo familiar, del matrimonio, del círculo de amigos, de los compañeros de trabajo o de estudio, conspirando contra ellos mismos, delatándose para sobrevivir o para escalar sobre los hombros a veces hasta del propio hermano, renunciando a principios, negando religiones y en ocasiones negando hasta la estirpe, acosados por el miedo en sus múltiples variantes. El daño añadido a estas formas humanas de relaciones sociales ha sido enorme, es posiblemente el más difícil de restablecer y olvidar de todas las miserias del socialismo.
El acceso a las mejores viviendas, a los mejores empleos, a los autos, a las posibilidades de viajar al exterior, al confort moderno, a comer mejor, calzar y vestir bien, poseer impunidad, gozar de solvencia económica y otras prebendas, son el basamento de la desigualdad social, labradas minuciosamente desde el primer día de Enero de 1959.
Pero es en la cuadra, en el barrio, en el detalle cotidiano donde mejor se puede apreciar esta lacra que muerde todos los días a los cubanos, donde el vecino: militante del partido comunista, militar de profesión, que aplaude y defiende cada palabra oficialista con un rostro moldeado para la ocasión y está listo y con la guardia en alto para caer sobre el pobre opositor ante la menor señal o queja de desacuerdo, después, con otra faz, ahora gatuna, se roba de la unidad militar o del centro de trabajo todos aquellos productos que le faltan al colectivo humano y puede construir su casa y de vez en cuando tomarse una semana con todos los gastos pagos en Varadero, para renovar las fuerza y continuar aplaudiendo y poder defender con mas ímpetu las bonanzas mal distribuidas del socialismo.
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