Marianao, La Habana, febrero 26 de 2009, (SDP) Acabo de ver Los Dioses Rotos y no puedo ocultar mi entusiasmo ante esta ópera prima de factura tan excelente que proclama la llegada al cine de un consagrado, en compañía de un elenco de actores y de realizadores técnicos a su altura.
Aunque había escuchado comentarios muy halagüeños, confieso que la condición de realizador y guionista de telenovelas para la TV cubana de su Director, Ernesto Daranas, no me he prejuiciado a su favor, incluso pensé que el Premio a la Popularidad merecido por la cinta en el Festival de Cine del pasado diciembre tendría que ver más con el melodrama pintoresco que con el rango estético del largometraje, pero me equivoqué de calle. Efectivamente, hay dramatismo, mito y tragedia, sexo y pasiones, justo como en la vida, y, además, no hay lección superficial de historia.
Al comenzar, parece que veremos una biografía del célebre chulo habanero Alberto Yarini, caído en 1910 bajo las balas del chulo francés Lotot, en medio de una batalla entre los proxenetas cubanos y los franceses. Tras la insuperable voz de la inmarchitable María Teresa Vera, nos percatamos de que la intención apunta más alto y que la vida y muerte del joven proxeneta legendario es abiertamente un pretexto para ponernos delante una historia de cine negro, ambientada en el hampa habanera de hoy.
Sabido es que después de la gran crisis económica festinadamente bautizada como Periodo Especial, el Partido-Estado perdió la capacidad financiera para patrocinar la filmación de películas cubanas. Para paliar esta insuficiencia, los realizadores se han visto forzados a las co-producciones y en ocasiones al financiamiento total por parte del productor foráneo. Eso impone la necesidad de relajar los rígidos patrones ideológicos de antaño. Después de una serie de películas fallidas, con guiones inorgánicos que no lograron integrar armoniosamente las concesiones con las intenciones, ahora Daranas acierta por su autenticidad.
La fotografía no se deja tentar por la luminosidad del color cubano y consigue una imagen a la vez dura y sensual, acorde con la atmósfera de la cinta, que no se regodea en el paisaje de postal turística y está cargada de coherencia en cada toma, sin alardes artísticos innecesarios. Es evidente que tanto el fotógrafo como el director calcularon con exactitud cada instante.
Otro aspecto sobresaliente es el trabajo actoral, con reconocimiento tanto para los protagonistas principales como para los consagrados que asumen aquí roles secundarios con no menor estelaridad, como Isabel Santos y Patricio Woods. Amarilis Núñez saca con total dignidad su personaje de viuda y nueva rica. A la joven pero ya curtida Silvia Águila le corresponde un personaje mucho más complejo que los de chica sexy que había desempeñado hasta ahora y lo resuelve satisfactoriamente. Su estudiante universitaria es tanto la conductora de la pesquisa acerca del mito Yarini quien, a la vez, queda atrapada por el ambiente donde penetra con fines en principio investigativos, pero el acto de vivir y escribir se le confunden y se convierte simultáneamente en víctima y victimaria. Es revelador que el vínculo entre ella, intelectual universitaria, y el mundo popular al que entra resulte traumático y en parte frustrado.
Las actuaciones principales, a cargo de Annia Bú, Carlos Ever Fonseca y Héctor Noas, quienes integran el triángulo amoroso de la tragedia, son relevantes, en especial la femenina, donde Annia Bú es rostro, figura y corazón de Sandra, esa suerte de Cecilia Valdés o, más bien, de la mulata de rompe y rasga, un personaje muchas veces intentado en nuestro cine y literatura y raras veces tan logrado como aquí, donde ella expone tanto su cuerpo como su cabeza y su alma. Su expresividad a toda pantalla evoca la Lucía de Adela Legrá.
No he visto las películas que merecieron los Premios Corales del pasado Festival, pero creo que esta debió merecer uno de ellos, aparte del de la popularidad. Con estos Dioses Rotos de Ernesto Daranas un nuevo cine cubano parece llegar al Cielo.
primaveradigital@gmail.com
Aunque había escuchado comentarios muy halagüeños, confieso que la condición de realizador y guionista de telenovelas para la TV cubana de su Director, Ernesto Daranas, no me he prejuiciado a su favor, incluso pensé que el Premio a la Popularidad merecido por la cinta en el Festival de Cine del pasado diciembre tendría que ver más con el melodrama pintoresco que con el rango estético del largometraje, pero me equivoqué de calle. Efectivamente, hay dramatismo, mito y tragedia, sexo y pasiones, justo como en la vida, y, además, no hay lección superficial de historia.
Al comenzar, parece que veremos una biografía del célebre chulo habanero Alberto Yarini, caído en 1910 bajo las balas del chulo francés Lotot, en medio de una batalla entre los proxenetas cubanos y los franceses. Tras la insuperable voz de la inmarchitable María Teresa Vera, nos percatamos de que la intención apunta más alto y que la vida y muerte del joven proxeneta legendario es abiertamente un pretexto para ponernos delante una historia de cine negro, ambientada en el hampa habanera de hoy.
Sabido es que después de la gran crisis económica festinadamente bautizada como Periodo Especial, el Partido-Estado perdió la capacidad financiera para patrocinar la filmación de películas cubanas. Para paliar esta insuficiencia, los realizadores se han visto forzados a las co-producciones y en ocasiones al financiamiento total por parte del productor foráneo. Eso impone la necesidad de relajar los rígidos patrones ideológicos de antaño. Después de una serie de películas fallidas, con guiones inorgánicos que no lograron integrar armoniosamente las concesiones con las intenciones, ahora Daranas acierta por su autenticidad.
La fotografía no se deja tentar por la luminosidad del color cubano y consigue una imagen a la vez dura y sensual, acorde con la atmósfera de la cinta, que no se regodea en el paisaje de postal turística y está cargada de coherencia en cada toma, sin alardes artísticos innecesarios. Es evidente que tanto el fotógrafo como el director calcularon con exactitud cada instante.
Otro aspecto sobresaliente es el trabajo actoral, con reconocimiento tanto para los protagonistas principales como para los consagrados que asumen aquí roles secundarios con no menor estelaridad, como Isabel Santos y Patricio Woods. Amarilis Núñez saca con total dignidad su personaje de viuda y nueva rica. A la joven pero ya curtida Silvia Águila le corresponde un personaje mucho más complejo que los de chica sexy que había desempeñado hasta ahora y lo resuelve satisfactoriamente. Su estudiante universitaria es tanto la conductora de la pesquisa acerca del mito Yarini quien, a la vez, queda atrapada por el ambiente donde penetra con fines en principio investigativos, pero el acto de vivir y escribir se le confunden y se convierte simultáneamente en víctima y victimaria. Es revelador que el vínculo entre ella, intelectual universitaria, y el mundo popular al que entra resulte traumático y en parte frustrado.
Las actuaciones principales, a cargo de Annia Bú, Carlos Ever Fonseca y Héctor Noas, quienes integran el triángulo amoroso de la tragedia, son relevantes, en especial la femenina, donde Annia Bú es rostro, figura y corazón de Sandra, esa suerte de Cecilia Valdés o, más bien, de la mulata de rompe y rasga, un personaje muchas veces intentado en nuestro cine y literatura y raras veces tan logrado como aquí, donde ella expone tanto su cuerpo como su cabeza y su alma. Su expresividad a toda pantalla evoca la Lucía de Adela Legrá.
No he visto las películas que merecieron los Premios Corales del pasado Festival, pero creo que esta debió merecer uno de ellos, aparte del de la popularidad. Con estos Dioses Rotos de Ernesto Daranas un nuevo cine cubano parece llegar al Cielo.
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