Arroyo Naranjo, La Habana, septiembre 18 de 2008, (SDP) Una polémica circula por estos días en Internet entre el poco conocido cantautor Ariel Díaz e Israel Rojas, cantante del popular grupo Buena Fe. Los argumentos de ambos han vuelto a poner de manifiesto, entre otras cosas, los vicios, manías, prejuicios, poses y muletillas, de la canción inteligente en Cuba.
En el duelo entre Ariel Díaz e Israel Rojas, sobre todo por parte del primero, hay zancadillas, golpes bajos, veladas incriminaciones ideológicas, disquisiciones filosóficas, intolerancia y amagos de chivatería. Pero sobre todo, y por parte de ambos, mucha “muela bizca” y “metatrancosa”. Esos son los principales nutrientes del entorno trovadoresco del que ambos proceden.
La diferencia es que Israel Rojas en algún momento decidió poner los pies en la tierra. Entonces, como el teniente Mario Conde de los libros de Padura, colgó el uniforme del MININT, viajó de Guantánamo a La Habana, buscó una banda y empezó a hacer canciones que pudieran un día, por qué no, ser populares.
Pero he aquí la maldita circunstancia de que en Cuba, debido a la doble moral y los extraños complejos de culpa que crearon los mandarines, hay que explicarlo todo, hasta el hecho de que los discos se vendan y que las canciones que uno escribe se hagan populares.
No son sólo los comisarios y burócratas del Estado-patrón que subvenciona el arte los que exigen explicaciones. En algunos casos, también se creen con derecho a dar los vistos buenos, los cantores que tararean salmodias ininteligibles en las tribunas y los escritores que nunca escribieron un libro. A ellos, exponentes epónimos e incomprendidos del arte revolucionario, les repugnan y espantan, como las uvas a la zorra, el mercado, el éxito y la popularidad.
Es así que Ariel Díaz olvida olímpicamente que también es necesaria la música para bailar o romancear. Entonces se pone profundo, frunce el ceño, mira al cielo y aboga por las canciones que no venden, “las que son tan pesadas que no pueden cargar las multitudes”.
¿Qué tipo de canciones tendrían que hacer Bob Dylan, Joan Manuel Serrat, Mercedes Sosa, Joan Baez, Leonard Cohen, Chico Buarque, Milton Nascimento y hasta los mismísimos padres fundadores de la Nueva Trova, Silvio Rodríguez y Pablo Milanés? ¿Acaso las multitudes no pueden con canciones como Yesterday o Garota de Ipanema?
Israel Rojas se cree obligado a perder su tiempo en explicar a Ariel Díaz y otros similares, qué tipo de arte (conceptual y a la vez vendible) hace, para qué tipo de público y cuales son sus tratos con las disqueras extranjeras. Por si fuera poco, se cree en el derecho de opinar también sobre la izquierda europea, las teorías de Fukuyama y votar por el socialismo del siglo XXI.
Las explicaciones que da Israel Rojas son coherentes y hasta sinceras, pero innecesarias. ¿Qué importa al público que abarrota sus conciertos los prejuicios con el marketing y la música pop de ciertos tracatanes con pretensiones intelectuales?
A fin de cuentas, ¿qué quieren probar Ariel e Israel con sus galimatías? ¿Con quien les interesa quedar bien?
Que Ariel Díaz haga, si puede, un arte “profundo, subversivo, experimentador y valiente”. Pero sin codazos ni emboscadas contra los que hacen música que no sea “a guitarra limpia” más allá del Centro Pablo y otras peñas y cenáculos.
En cuanto a Israel Rojas, que olvide las etiquetas que le cuelguen y disfrute el éxito de Buena Fe. Se lo han ganado. Sólo debe ser un poco más generoso con el arte que se hace hoy en Cuba. A pesar de los pesares, y del circo y la tontería, no todo está hecho solo de slogans.
Si en definitiva, lo que quiere Israel, para no acomplejarse con el pedante de Ariel, es que no pongan sus canciones en la radio, en vez de exprimirse las neuronas hasta las 3 de la madrugada, sólo tiene que enfocar bien el catalejo. La próxima canción que escriba es posible que la censuren.
luicino2004@yahoo.com
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