jueves, 18 de septiembre de 2008

Artistas multifacéticos, Fragmento del libro> Italianos en Cuba III: Richard Roselló



La Habana, septiembre 11 de 2008 (SDP) Sorprende -tal vez característica de la época, tal vez condición sine qua non para todos los que entonces se arriesgaran en azarosos viajes por el mundo- el que aquellos inmigrantes italianos dominaran múltiples oficios: lo mismo decoraban una mansión señorial, hacían miniaturas al óleo, o se desempe­ñaban como tramoyistas del teatro.

En 1833, por ejemplo, cierto Gustavo Luchi, arquitecto, pintor y escenógrafo, llegó a la capital formando parte de una compañía dramática y aquí se asentó a la par que ofrecía al público una gran variedad de servicios.

Precisamente, la primera gran inmigración de pintores europeos hacia Cuba se produce hacia 1830 y entre ellos tuvieron considera­ble peso los italianos, quienes incluso fungieron como profesores en la Academia de Pintura de San Alejandro inaugurada doce años atrás por el francés Vermay.

De igual modo, los italianos se dedicaron, más que los artistas de otras nacionalidades, a los retratos y a la decoración. Esas pinturas se han conservado en numerosos aposentos y vuelto hoy a la luz gracias a los trabajos de restauración acometidos en el Casco Histórico de La Habana y en otras ciudades coloniales, especialmente Trinidad.

José Baturone, futuro litógrafo de la revista El Almendares, reconocido pintor escenográfico y retratista, en el invierno de 1845 tuvo a su cargo la puesta en escena de la ópera Norma, en el Liceo de La Habana. El éxito obtenido le abrió las puertas de la aristocracia cubana. Tres años después decoraba la casona del Conde de Villanueva.

Junto a él y poco antes -como ya apunté- su coterráneo José Albi había decorado el cielo raso del Palacio Aldama, propiedad del terrateniente criollo Domingo Aldama. La pintura, ejecutada al uso rafaelesco, se combinaba con figuras, arabescos y dorados.

Por supuesto que la casualidad no influyó en la elección realizada por el riquísimo dueño del inmueble. Albi era muy conocido y junto a los igualmente italianos Meucci, Dall`aglio y Chizzola, confeccionaba decorados para el teatro Tacón.

Dall`aglio, por su parte, no se dio a conocer únicamente en la capital del país. Entre 1860 y 1863 -luego de presentar el proyecto a concurso- dirigió la construcción del matancero teatro Esteban -hoy Sauto-; además, realizó pinturas murales en la Iglesia de San Pedro y en viviendas trinitarias pertenecientes a familias acaudaladas.

Mediado el siglo, múltiples artistas italianos habían transitado por La Habana y otras ciudades importantes. Algunos permanecieron durante un tiempo bastante prolongado, abrieron tiendas de pintura y galerías, formaron discípulos. Tomados al azar mencionemos a Fabiano Fabrani, Nesto Corradi, Andrés Villosa, José y Emiliano Piani, Juan Echizzola, Máximo Ferrini, Carlos Fontana, Adolfo Maragliano, Francisco Becantini... Gracias a la prensa de la época podemos en múltiples ocasiones descubrir no sólo a lo que se dedicaban o en qué fecha ofrecían esos servicios en Cuba, sino incluso la calle y el número exacto donde residían.

En la historia de las artes plásticas en la Isla ha trascendido el pintor romano Hércules Morelli. Nombrado en marzo de 1852 profesor de la Academia de San Alejandro, introdujo en ella la enseñanza de la escultura; gozó de buena reputación entre los sectores cultos y en especial entre quienes integraban la Sociedad Económica de Amigos del País, institución que lo nombraría hacia 1857 director de la citada Academia. Murió de fiebre amarilla en la mañana del 9 de octubre de 1857, a los 36 años, no sin antes acometer la organización de la enseñanza pictórica en La Habana. Algunas de las consideraciones que por entonces escribiera no han perdido vigencia. Sus clases de dibujo y pintura se basaron en el estilo de la Academia de Roma. Además de impartir docencia, poseía un taller en la calle O'Reilly no. 58; allí pintaba y exponía, tanto sus obras como las enviadas desde Europa por otros artistas.

Un adelantado había sido José Perovani, convocado a la Isla por el Obispo Espada. En 1810 inició los frescos de la Catedral de La Habana, conluídos después por Vermay. A él también se deben las pinturas ejecutadas en el primer cementerio de la ciudad, conocido como Cementerio Espada. Quince años permaneció en Cuba, durante ellos impartió lecciones de dibujo y pintura a la par que ejecutaba diversas obras en edificios religiosos y privados.

Pero si de italianos multifacéticos se habla, tal vez ninguno como el escultor, inventor, pintor, conocedor de la física y la química, Antonio Meucci. El mundo lo recuerda por ser el descubridor del principio del teléfono -precisamente en el teatro Tacón- y el consiguiente litigio perdido contra el escocés Grahan Bell.

¿Qué hizo este hombre en La Habana entre fines de 1830, o principios de 1840 y la siguiente década?

La prensa habanera puso mucho interés en él. Fue Pancho Marty, dueño del teatro Tacón, el que lo trajo a La Habana para que se encargase de toda de toda la técnica escénica y la maquinaria del nuevo teatro, abierto en 1838.

Una idea de la forma en que Pancho Marty concebía el funcionamiento general de su teatro, de manera que todo estuviera bajo el mismo alcance y control, la ofrece -aparte del testimonio del historiador Jacobo de la Pezuela- Fernando Ortiz en su libro Italia y Cuba: “...continuo a la derecha de la nave del teatro corre un edificio bajo al frente de la alameda y el costado de la calle San José y de dos pisos por el fondo, donde están establecidas casi todas las dependencias y talleres de la empresa, porque el perspicaz Marty, mientras fuese dueño del edificio, se hacía preparar por cuenta propia, sin salir del recinto del coliseo, todo lo concerniente a la decoración, maquinaria y carpintería, teniendo residencia fija en él sus dependientes y más precisos operarios. Estos antecedentes del gran teatro de Tacón explican por qué el 'jefe mecánico' de uno de los mejores teatros italianos pudo ser traído a Cuba. Muy bien le pagarían.” (1)
En 1847, debido a un huracán, el teatro sufre algunos daños considerables. El coliseo cierra sus puertas y es sometido a un plan de remozamiento. La dirección general de la obra recae en Meucci, quien introduce por primera vez un conjunto de ventiladores. La prensa de la época describió algunos de aquellos cambios: “...desde que se entra en el pórtico del teatro comienzan a percibirse los efectos de la mano innovadora de Meucci y de la señora Marty (...) Meucci añadió al cielo raso un cornisamento elegante con graciosas molduras de claroscuro, en que el oro pálido representa la luz, corre alrededor del círculo que forma el cielo raso, un precioso bordado de arabescos en pardo claro, en cuyo centro se halla un rosetón que armoniza con los de la orilla..”. (2)

A Meucci se deben los vistosos dibujos en las verjas de hierro que adornaban el teatro Tacón. Pero no se conformaba con las tareas rutinarias y buscaba en otros campos nuevos horizontes para su genial personalidad. En 1839, por ejemplo, se ofreció como dorador de toda clase de metales y hierro; doraba también sobre porcelana, madera, pieles, mármol y piedras.

En 1842 se interesó por el galvanismo, o sea, las elementales aplicaciones científicas y prácticas de la electricidad. El entonces Capitán General de Cuba, O`Donnell, empleó a Meucci para "galvanizar" ciertas armas de la tropa.

En 1844 parte a Europa y al año siguiente lo encontramos de nuevo en La Habana ofreciendo servicios en el arte de la metalización y en la reproducción de toda clase de grabados y bajorrelieves sobre metal. Fabrica además, adornos de mesa, platos y soperas, así como toda clase de medallas en cobre, molduras para cuadros y escudos de armas.

Entre otras innovaciones suyas puede citarse un filtro para clarificar el agua, el cual gozó de gran aceptación entre los habaneros. Fue él, además, quien modernizó la iluminación en los espectáculos del teatro Tacón. Incluso retomó las investigaciones sobre la electricidad y con ella ensayó un tratamiento para aliviar los dolores reumáticos.

Durante estas sesiones descubrió el principio del teléfono. Ante el juez que atendía su pleito por el invento (julio 1877) alegaría que mientras estaba en La Habana como maquinista y decorador de un teatro, entre 1849 y 1850, descubrió cómo obtener la trasmisión de voces a través de un alambre conductor unido por varias baterías para conducir electricidad.

En abril de 1850, Meucci y su esposa dejaron La Habana y se dirigieron a New York, donde él debía encontrarse con el héroe Garibaldi y con algunos cubanos decididos a iniciar una campaña independentista.
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