La Habana, septiembre 24 de 2008 (SDP) Parientes cercanos de los pintores y como ellos, el grupo de mayor significación entre los europeos del ramo establecidos en la Isla a partir de 1830, los escultores y grabadores italianos intervinieron en el embellecimiento de las ciudades cubanas y en la consolidación de una estética que privilegiaba los modelos y materias primas provenientes de aquel país por encima, no sólo de los cubanos, sino de cualquier otra nacionalidad.
Así, cuando no se solicitaba la obra al extranjero, al menos se importaban las piezas de mármol, preferentemente de Carrara. Altares como el de la Catedral de La Habana dedicado a la Virgen María, pórticos, numerosas fuentes y monumentos se encargaron a Génova, Roma o Florencia.
Situadas en puntos estratégicos de La Habana, la Fuente de la India y la Fuente de los Leones (esta última en la plazuela de San Francisco, a un costado del convento del mismo nombre) habrían de ser encargadas por el Conde de Villanueva, miembro honorífico de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, al escultor italiano Giuseppe Gaggini y al arquitecto Tagliafichi. Ambas fueron modeladas en mármol de Carrara y colocadas en 1837 y 1836, respectivamente.
Villanueva también mandó a comprar a Italia la fuente que se colocaría hacia 1847 en la Alameda de Paula. Se erigió en honor de la Marina de Guerra Española y estaba conformada por una gran taza circular y una columna de mármol blanco -más ancha en su basamento que en su parte superior- rematada por un capitel sobre el cual un león rampante presentaba las armas de España a la boca del puerto. Poco después de inaugurada, un rayo la destrozó por completo y hubo de ser sustituida por un pergamino extendido.
Igualmente realizada en Carrara fue la estatua del Almirante Colón que se alzara en el patio de la entonces Casa de Gobierno, hoy Museo de la Ciudad. También confeccionados con mármoles italianos fueron la estatua de Carlos III, que se colocó, recién nacía el siglo XIX, en el paseo habanero del mismo nombre, y el monumento destinado al Cementerio de Colón, en honor de los bomberos fallecidos durante el incendio de una ferretería habanera, en mayo de 1890.
Cierto que en la Cuba del siglo XIX se establecieron marmolerías y artífices no italianos, pero nunca pudieron competir con aquellos.
El primer italiano que realizara en La Habana obras de este género se llamó José Antonio Sacagno. De sus manos salieron, hacia 1828, las lápidas, ya desaparecidas, que a ambos lados de la portada de El Templete hacían frente a la Plaza de Armas.
A otro escultor italiano radicado en la capital, Luigi Sabastiani, se le encomendó treinta años más tarde, una estatua de la Reina, la cual durante mucho tiempo adornaría el salón del trono del Palacio de los Capitanes Generales.
Los periódicos dan fe una vez más de artífices establecidos en la Isla. Hacia 1846, Manuel Restory efectuaba trabajos en madera y yeso. A fines de esa década, el estatuario, escultor y marmolista Enrique Pestalozzi, natural de Milán, se anunciaba en la capital. Iniciada la década de 1850, el marmolista y escultor Lorenzo Boggio se establecía en la Calzada de Galiano; a su vez, el escultor y decorador Domingo Genniazzi fue contratado en 1854 para adornar el frente de un establecimiento en la calle Muralla.
Al año siguiente, descendía en el puerto de La Habana el escultor romano Seiz, dispuesto a acometer cualquier obra en mármol, incluidas las tan demandadas lápidas y monumentos funerarios. Algo más adelante (1865) dos socios de la Academia de Bellas Artes, los señores Fontana y Barbafiera, ofrecen trabajos de escultura.
El gusto de la aristocracia por las piezas italianas permitió el florecimiento de las marmolerías, a través de las cuales podían encargarse a Europa desde antigüedades hasta artículos de uso doméstico como lavamanos, brocales de pozo, asientos para jardines...
Más que reconocido fue el marmolista italiano -asentado en la Isla hacia la primera mitad del siglo- Juan Bautista Biasca, dueño del primer establecimiento dedicado a la venta de mármoles que se montó en la capital: calle del Obispo no. 120, entre Cuba y San Ignacio, uno de los sitios más céntricos de la ciudad. Cada cierto tiempo Biasca importaba artículos de última moda, salidos de las manufacturas italianas.
Con posterioridad, se instalaron otras marmolerías. En 1850 ya existía La Italia, de Aurelio Petrachi, localizada en la calle de San Ignacio esquina a Obrapía. Ese mismo año, el Diario de La Habana mencionaba el almacén de Pedro Becucci, natural de Florencia.
De otra índole era el taller de Oscar Paglieri (1893). Llamábase La Estrella de Italia y estaba ubicado en Compostela entre Obispo y Obrapía. Su dueño se dedicaba a la plata, las joyas y los grabados. Establecimiento único en Cuba, se hacía cargo de toda clase de trabajos artísticos; para ello contaba con operarios especializados en cada ramo.
Aunque sin la relevancia de los pintores y escultores, en la Isla se asentaron múltiples artesanos que cultivaron la joyería fina, la relojería y la platería. Gracias a las investigaciones del Licenciado Leandro Romero Estébanez, existe constancia de al menos dos decenas de estos artistas. Menciona él en La habana Arqueológica y otros ensayos a “dos posibles italianos por sus apellidos: Diego Romano o Román, platero de oro, vecino de la ciudad, casado, dueño de tienda y navío, y Ambrosio de Urbino o Urbín, platero de oro, que confeccionaba sortijas y medallas...”
Ya en pleno siglo XIX, los archivos incluyen a Pablo Marteni, pintor, músico y el primer grabador de piedras finas que se asentara en Cuba. Grababa toda clase de letras, cifras, emblemas, símbolos heráldicos... En su establecimiento de la calle O'Reilly, entre Cuba y Aguiar, también esmaltaba cristales. Durante veinte años ejerció su oficio en la capital.
Sobre los demás poseemos menos datos. Sin embargo, resulta factible mencionar a Jorge Carlos Peverino y al saboyano Luis Santey, residentes en La Habana hacia 1818. Mediado el siglo, José María Baldoni y Luis Delfini poseían sendos establecimientos de relojería en las calles Teniente Rey y O'Reilly, respectivamente. Coincidiendo con el inicio de la primera guerra independentista en Cuba, encontramos en La Habana a los plateros y diamantistas Termo Campligio y Pantaleón Maruri. Un poco más tarde se inscribirían en el registro correspondiente los igualmente plateros Vicente Barrachina, Cirilo Chasage, Félix Ferrer Garriga y Nicolás Ferrera.
También registrados, pero en 1884, aparece Claudio Arteagabeitía, así como una compañía formada por "Arteagabeitía (¿un familiar del anterior, la misma persona...?) y Mari".
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