jueves, 25 de septiembre de 2008

Medio siglo de adelanto, Adrián Leiva

La Habana, setiembre 25 de 2008, (SDP) En estos últimos meses, los medios de prensa de todo el mundo han venido informando sobre la crisis en la producción de alimentos y la escasez de algunos productos de alta demanda como son, el arroz, el maíz y algunos otros cereales y carnes.

Sobre el tema se han pronunciado los organismos internacionales; eventos de toda índole se han realizado en varios países durante los últimos meses y no ha faltado algunas palabras de los mandatarios de algunas naciones en sus más recientes discursos refiriéndose al tema.

Pero la realidad es que el hambre, la miseria y la distribución injusta de las riquezas que produce el propio ser humano y la naturaleza son tan antiguas como el mismo hombre. Desde que comenzó la división de la humanidad en clases económicas en fechas tan temprana como la sociedad esclavista, ya unos pocos no sólo comían mejor que los demás, sino que no les importaba si los demás comían. La división de cualquier sociedad en clases diferentes, lleva implícita la división del propio ser humano en su mas natural expresión, algo que es totalmente anticristiano.

El tema de la escasez de los alimentos comienza a ser una preocupación en los países del primer mundo ahora que los altos e inflados precios del petróleo golpean no solo a las economías mas vulnerable de los países del tercer mundo sino al bolsillo del consumidor estadounidense y del primer mundo en general. Todo gracias a la acción bélica contra el ex dictador y asesino iraki Sadam Hussein. En aras de promover sus intereses personales y el de un reducido grupo de poder económico, el Presidente Estadounidense George W. Bush, desató esta guerra.

El aumento gradual en el precio del barril de petróleo desde el comienzo de esta guerra, ha causado por conceptos de transportación y electricidad un incremento de los costos en todos los productos, bienes y servicios. Como siempre, son las economías de los países pobres las más perjudicadas. Esto afecta también la producción de alimentos.

Así, la humanidad enfrenta hoy la disminución de los cultivos y de la cría de ganado y aves por razones de la alteración en el cambio climático. También la galopante y prolongada sequía en una buena parte de varios continentes, mientras que otras regiones de mundo sufren torrenciales aguaceros que desbordan los ríos y arrasan con los sembrados causando daños irreparables a los damnificados.

Lo cierto es que de los seis mil millones de personas que habitamos este planeta, cada día recibe una adecuada alimentación algo más que el cuarenta y cinco por ciento de sus pobladores. Más de la mitad de la población mundial esta deficientemente alimentada y casi mil millones de personas en el mundo se acuestan cada día sin recibir bocado de alimento alguno.

La producción de alimentos con fines industriales, para convertirlos en combustible, si bien desarrolla una fuente renovable de energía, desvía para la producción de etanol grandes cantidades de cereales que dejan de ser enviadas a los seres humanos para su consumo. Esto altera el precio mundial y encarece la economía no sólo de los países en desarrollo, sino la de los Estados Unidos y el bolsillo del contribuyente.

De cualquier modo, si bien el hambre es un flagelo con el que ha tenido que convivir toda la vida la humanidad, sobran razones para pensar que este tema requiere de un serio y urgente compromiso por parte de todos los gobiernos del mundo. Ya que espacio hay en el planeta para producir los niveles de productos que hagan desaparecer la amenaza de una crisis sin precedentes en los tiempos modernos, tanto para los países ricos como los mas pobres.

La ineficiencia en la agricultura, la industria alimentaría y el comercio de productos que el ser humano necesita para su diaria y normal subsistencia, no son novedad para el pueblo de Cuba. En esta situación lleva de adelanto a su mas cercano “competidor” cincuenta años. Todo en una clara visión de la ineficiencia del sistema, de los caprichos e imposiciones de gobernantes que en su afán de autoridad y poder llevan a los pueblos a sufrir las consecuencia de la escasez y el hambre. Lamentablemente ellos aunque responsables y culpables, no son los que se privan de comer según sus antojos. Quizás piensan que si el hambre es tan antigua como la humanidad, con comer ellos ya el pueblo comió.
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