jueves, 11 de septiembre de 2008

Lo último que se pierde, Rafael Pérez González


Santa Clara, setiembre 11 de 2008, (SDP) Con el primero de enero del 59 pareció llegar la esperanza para el pueblo de Cuba. Tras una lucha de siete años, llegaba al poder la naciente Revolución. Parecía que los horizontes se abrirían y comenzaría una etapa de bienestar para todos.

Los primeros años de euforia revolucionaria, de nuevas leyes y algunos logros materiales caracterizaron, esa época. Después al llegar la proclamación del status socialista empezaron las nuevas esperanzas sobre el futuro que le sobrevendría a los nacionales.

La primera sombra percibida pudiera ser la instauración de la Tarjeta de Abastecimiento el 12 marzo del 1962, pero claro no era para siempre. Había sobradas esperanzas que al empezar a dar frutos todos los nuevos planes y sueños de grandeza, esta se eliminaría en un corto tiempo.

Con la vivienda fue también otra de las grandes esperanzas los cubanos. Muchos obtuvieron las que abandonaron los burgueses y hasta hoy no han tenido problemas con las mismas. Algunos dejaron de pagar el alquiler y recibieron sus títulos de propiedad. Ahora, muchas de ellas están en ruinas.

Antes, los dueños tenían la obligación de reparar las casas alquiladas. Pero al único dueño actual, parece que se olvidó de hacer eso. Muchas personas de las nuevas generaciones todavía tienen esperanza de poseer su casita. Por eso emigran, ya sea en “cigarreta” o por la vía legal.

El trabajo para todos y el estudio fue también realidad para la mayoría. Estudiaron en las universidades y ocuparon plazas laborales. Pero pasado el tiempo, el salario dejó de tener valor y aquello que era una esperanza de triunfar en la vida, se ha convertido en una desilusión.

Un matrimonio amigo que estudiaba en la universidad, me comentaban que no podían comer pollo. Porque el dinero de estudiantes no daba para ello. Están aferrados a la esperanza de que al graduarse, se van a desquitar. Pero la toga llegó con la dolarización y el ansiado pollo se quedó otra vez fuera de sus bolsillos.

Hoy, los que no trabajan viven mejor. En una sociedad que profetizó: “Aquí el que no trabaja, no come”; las tiendas en divisas abren solo en horario de trabajo. No están hechas para el trabajador. Contrario al resto del mundo, donde después de su faena, usted puede comprar dondequiera.

Al principio del proceso miles de cubanos emigraron. En aquellos tiempos se dijo que era para siempre. Los apátridas no podrían volver nunca y las familias desde ambos lados del Estrecho, quedaron con la esperanza perdida de volver a verse.

Sin embargo puede que esta sea la única ilusión del cubano medio que se ha cumplido. Cuando apretó la tuerca olvidaron aquellas viejas amenazas y volvieron al reencuentro de la familia cubana. A tal punto, que en Mesa Redonda acusan al imperio, de no dar visas suficientes para la emigración.
En mi época de estudiante decir en la Universidad Central de Las Villas que tenías familia en el imperio o que te carteabas con alguien de allá, era pretexto para que te expulsaran. Ahora, lo primero que todo el mundo hace por la mañana, es ver si tiene correo. Este es una esperanza cierta de emigración. ¡Como cambian los tiempos!

Los trabajadores esperaban su retiro con la esperanza de dedicar sus últimos años a la familia. Hacer una vida tranquila, con el importe a recibir, producto de toda su vida laboral. Pero este anhelo se esfumó a partir de la dolarización.

El retiro se vio dividido entre 25. La esperanza de paz y seguridad se convirtió en un infierno de incertidumbre. Este aumentó con la doble moneda. No alcanza ni para comer. Triste destino para los proletarios a los que auguraron un futuro mejor y luminoso.

Pero amigo, no sea usted pesimista. Quizás dentro de algunos siglos, si seguimos con los planes que tenemos y con nuestras batallas decisivas, con todo aquello de pretender ser los mejores de la historia y del mundo, lleguemos a tener todo lo que se ha soñado. Recuerde el viejo refrán: ¡Lo último que se pierde es la esperanza!
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