jueves, 25 de septiembre de 2008

Ernesto Cardenal y la revolución perdida, Luís Cino




Arroyo Naranjo, La Habana, septiembre 25 (SDP) No convenció en la UNEAC la carta de Rosario Murillo, la esposa del jefe de la mafia sandinista de Managua. En la UNEAC, precisamente por estar compuesta (aparte de algún que otro impostor) por artistas y escritores, saben bien quien es Ernesto Cardenal.

Cardenal, que cumplió 83 años en enero, es reverenciado y querido por sus compatriotas, pero no por la pandilla corrupta que gobierna Nicaragua. El 22 de agosto, un juez vendido al gobierno halló culpable al poeta y lo condenó a pagar una multa de 20 000 córdobas. Ernesto Cardenal dice que fue una venganza del presidente Daniel Ortega. Tiene razón. Cardenal conoce el pie que calza su antiguo jefe y compañero de trajines revolucionarios.

Además de poeta, Cardenal ha sido sacerdote, guerrillero y ministro de cultura. Desde hace años, es un disidente de los sueños por los que luchó y sufrió. Con melena y barba blanca, boina, cotona y crucifijo, dividió su amor entre Dios y la revolución. El primero lo acompaña siempre. La segunda le falló. Sólo le quedó el amor al pueblo. Sin él, no hay revolución que tenga sentido.

Cardenal cantó a los indios, a Marilyn Monroe, a los guerrilleros muertos, a Dios y a la Nada. Alguna vez se enamoró platónicamente y escribió hermosos epigramas para una muchacha llamada Claudia. Pero ella amaba a otro. El cura-poeta se encerró en su habitación y escribió, en vez de poemas, un artículo contra la dictadura de Somoza por el que lo metieron preso. Ahora, los que lo amenazan con la cárcel, lo multan y lo difaman, son sus camaradas de antaño.

Hace más de tres años, Ramón Rojas, el abogado de Daniel Ortega, asumió la acusación contra Cardenal en el pleito que sostiene contra Emmanuel Zerger. El alemán Zerger, además de robar tierras, se llevó pinturas y artesanías de los humildes artistas de las islas de Solentiname para vender en Europa y nunca las pagó. Por defender los derechos de los pintores y escultores de Solentiname, Ernesto Cardenal ha sido multado por “injurias y calumnias”.

Cardenal cumple un deber al defender del timador teutón el arte de la comuna de campesinos e indígenas que a inicios de los 70, en medio de las aguas del Lago Nicaragua, se aglutinaron en torno a él y sus enseñanzas de profeta bíblico en tiempos de dictadura.

Los sueños de un grupo de artistas son agredidos con brutalidad por un negociante sin escrúpulos. El estafador cuenta con la complicidad de un gangster vestido de revolucionario que busca vengarse del anciano poeta que fuera su camarada. Otro sórdido escándalo, otra vileza más, a la cuenta de Daniel Ortega.

Tenía razón el Papa Juan Pablo II cuando amonestó públicamente en Managua, en marzo de 1983, al ministro-sacerdote por servir a dos amos. Un pastor no puede ser amigo del lobo.

En la UNEAC se cuidaron de pronunciarse contra Daniel Ortega, pero saben quienes son los verdaderos figurones y para qué sirve la carta infame de la primera dama nicaragüense. Aunque no comparta razones para considerarlo “un amigo entrañable”, me alegra que la UNEAC no se sume a la campaña de odios contra Ernesto Cardenal.

Prefiero pasar por alto la apuesta a ultranza de Cardenal por la revolución de Fidel Castro. No es el único equivocado. Estoy de su lado frente a la vendetta de Daniel Ortega. Puesto a elegir entre un sinvergüenza y un buen poeta, me quedo con el poeta.
luicino2004@yahoo.com

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