Managua, La Habana. Septiembre 4. (SDP). Es muy difícil imaginar una ciudad sin parques. Ellos, al igual que las fachadas de las casas, conforman de manera preferente el catálogo de cualquier centro urbano.
De mi primera infancia lo que más recuerdo es una gallina pescuezo pelado que se dejaba poner ropitas y le gustaba pasear en coche, mi hermano le puso por nombre “Pocopica”, y el parque del barrio a dos cuadras de mi casa, con árboles grandes que canturreaban al compás del aire, a donde iba a jugar con algunas amiguitas.
La Habana tiene parques de varios tamaños, desde los que ocupan toda una manzana, están con nosotros hace muchos años, hasta los pequeños plantados en el área que ocupó algún inmueble que se desplomó. Esa variante es de nuestros tiempos modernos.
Los parques conviven con nosotros, es lógico que no escapen a las manifestaciones sociales de nuestra época. Así que no es nada extraño que sientan en “carne propia” el actuar de bándalos y depredadores.
Destrozan luminarias y plantas y roban cualquier cosa que pueda ser robada, hasta los bancos. Son decenas los parques que han estado sometidos a esa tensión. El asunto es tan común y grave, que la televisión estatal ha tenido que abordar el tema.
Ya resulta clásico por la cantidad de veces que ha ocurrido, el robo de las gafas de John Lennon quien está sentado con quietud pétrea en un banco de la conocida barriada del Vedado.
Pero cuando se cree que sobre el tema de la agresión a los parques habaneros todo se ha escuchado, surge algo nuevo.
Escuché de caballos pastando de forma habitual en un parque de Mantilla, localidad del municipio Arroyo Naranjo, y aunque el hecho me pareció exagerado, fui al sitio cámara en ristre para de ser cierta la información dejar constancia gráfica.
Y allí, entre bancos, personas que conversaban animadamente, y debajo de la sombra de los vistosos framboyanes, pastaban dos caballos. Supe que todas las tardes, con precisión inglesa, su dueño los lleva al parque.
El parque está situado en la Calzada de Managua y la calle Mendoza. Por esa calzada el tránsito vehicular es constante. Varias rutas de ómnibus pasan por el lugar, también lo hacen autos patrulleros y coches de funcionarios gubernamentales y de personas comunes, pero a nadie parece siquiera llamarle la atención que haya caballos en un parque.
Quizás piensen que su dueño los lleva allí a tomar el fresco o a retozar con los niños. O más serio aún, no les importa para nada que los caballos se coman la hierba del parque. Tal vez hasta piensen que esa es una nueva y práctica manera de que el césped se mantenga cortado. “Aquí pasan tantas cosas raras”, que una más no tiene importancia.
Con tanta indiferencia ciudadana, quizás hasta llegue el momento en que nos de lo mismo que haya parques o que se los mandemos para Venezuela para que los instalen en algún barrio adentro. Y hasta podremos acuñar una nueva consigna que diga: “parques para qué”.
amarilisrey@yahoo.com
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