jueves, 5 de febrero de 2009

UN NEGRO MÁS, Juan González Febles (cuento)

Lawton, La Habana, febrero 5 de 2009, (SDP) El carro jaula es el medio empleado para transportar los presos desde los centros de detención hasta las prisiones. Como promedio llevan una tripulación de cuatro hombres, el jefe de carro, el conductor y dos custodios. El jefe y el conductor viajan en la cabina. Los custodios se sitúan entre la cabina y la jaula y entre la puerta trasera y la jaula. No hay forma de que se produzca contacto visual desde la calle hacia el interior del carro. Los presos no tienen el más mínimo contacto visual con la calle; no pueden ver ni pueden ser vistos. Los custodios pueden ver algo, pero no mucho. El carro jaula tiene mucho de prisión y esto afecta por igual a todos sus pasajeros, tanto presos como custodios.

Subir a un carro jaula, es la primera parte de un viaje infernal. Estar preso es la conclusión terminal de una serie de eventos que se concatenan. Esposados de pies y manos, los presos van sentados en dos bancos empotrados sobre el piso del camión. Marcelino Pequeño no se siente bien, pero aun así busca distraerse durante el viaje en carro jaula hasta la prisión. Piensa que puede saber que parte de la ciudad recorre, mediante el olfato. Cree conocer la ciudad por sus olores y apuesta que anda en la vecindad del puerto habanero porque siente el olor ocre del combustible de los ferrocarriles. Está seguro de su percepción. Poco antes, sintió el olor peculiar de la central termo-eléctrica de Tallapiedra. Estaba seguro que no perdería la orientación. Al menos hasta que saliera en el extremo Este del Túnel de la Bahía. Allí se desorientaría. Esa parte de la ciudad le era completamente desconocida. No le unía ningún recuerdo con el Este de la ciudad.

El caso es que mientras no entraran en el Túnel, se sentiría orientado en su ciudad. Creía conocer cada piedra, cada olor y cada color. Antes no fue así. Conocer a Jah y acercarse a su divinidad a través de la marihuana fue definitivo. Ese fue el momento clave de la iluminación. Nada fue igual desde ese instante. Se sintió por primera vez por encima de tanto blanco cabrón e hijo de puta. Dispuso de una identidad diferente que le llenó de orgullo. Empezó a interiorizar que tenía que salir cuanto antes, más allá del mar. Pero eso se haría posible el momento en que Jah lo dispusiera. Lo pedía cada momento y esperaba…

En Cuba, la mejor escuela para un negro pobre es la cárcel. En el tanque se aprende el ABC de la vida pasada, presente y futura. A Marcelino lo cogió el ‘peligro’. A la ‘Ley de Peligrosidad Pre Delictiva’, se le llama de forma abreviada y coloquial, ‘peligro’ a secas. Todos saben de qué se trata. Algo malo y peligroso para los negros en general y para los blancos pobres y sucios, en particular. La parte de la revolución cocinada y concebida por los que saben, guiados por el Diablo verde de la barba, sin los humildes y contra ellos.

Marcelino no estaba en la nómina de un centro de trabajo del gobierno. Para los exigentes efectos de este, Marcelino era un desempleado, o mejor: un vago habitual. Alguien proclive a incurrir en delito de vagancia, penado y muy bien, por la en castigos generosa, ley cubana. Si a todo esto unimos que Marcelino se dejó seducir por los rastafari, creía en Jah y era uno de ellos, con dreadlocks y lo demás, será fácil inferir que la cárcel era su lugar natural.

Las cosas comenzaron a complicarse cuando trasladaron al jefe de sector. Este era un hombre mayor de unos cincuenta y más años. Como andaba cerca del retiro, lo ascendieron y lo trasladaron. Mejoró, pero el barrio lo sintió mucho. Le sustituyó un guantanamero deseoso de ascenso y asentamiento en la capital. Alguien que se preparó para ascender sobre el dolor de ‘to eso habanero que se burlan’ y le dicen palestino. Gente que no respeta su autoridad ni ninguna otra. Gusanos tapiñaos que hacen cualquier cosa contra la revolución.

El primer choque con Izaguirre Pupo, -así se llama el jefe de sector- lo tuvo cuando este le pidió que se pelara como ‘los hombres’ y pusiera la música extranjera en un volumen más bajo. Practicaba la xenofobia musical decibélica. Cualquiera podía partir todos los tímpanos del vecindario si hacía sonar a los Van Van o al Charangón de Revé. Quienes no podían sonar más allá de ciertos límites, eran Bob Marley, Aretha Franklin o Sting. De acuerdo a su apreciación, la música en inglés y sólo ella, participaba de la categoría ‘ruido ambiente’.

Los choques de de Izaguirre con Marcelino se hicieron cada vez más frecuentes. Otra de Las extrañas costumbres que irritaban a Izaguirre, eran las visitas de mujeres europeas que continuamente recibía Marcelino. En una oportunidad, le advirtió que podía ser encausado por ‘acoso al turista’. Le resultaba ofensivo, que tantas mujeres viajaran a la Isla sólo por amancebarse con ‘ese negro delincuente’.

Las cosas crecieron hasta que se convirtieron en causas. Por fin, lo arrestó y lo acusó de Peligrosidad. Para ello y tal y como está establecido, Izaguirre no tuvo que probar ningún delito cometido por Marcelino. Bastó su convicción como autoridad, de que Marcelino delinquiría en algún momento, más o menos cercano.

Una galera de la prisión Combinado del Este, merece ser descrita. La prisión como tal nació de la necesidad de evacuar las fortalezas de La Cabaña y El Morro de la numerosa población penal allí alojada. Se dijo que sería una solución temporal, pero no fue así. El Combinado se quedó. Se incorporó a los más de dos centenares de prisiones fundadas como parte protagónica de la revolución triunfante.

De regreso con las galeras del Combinado del Este, estas son espacios súper poblados, húmedos y oscuros donde la esperanza se ausenta.

Allí, tanto presos como carceleros guardan dramáticas semejanzas. No hay nada más semejante a un recluso que su carcelero. En el espacio que le tocó en la cárcel, Marcelino dejó de ser rasta. Se convirtió en el negro que debe sobrevivir, pero para hacerlo con honra, tendrá que poner a salvo su culo. En Cuba, el culo es sumamente importante y para la Ley de Jah, también. Muchos valores y honras se circunscriben al uso que se le dé al culo. En la cárcel, aun más. Ser sodomizado constituye no sólo una afrenta, sino la peor que alguien pueda sufrir.

Tenía mucho miedo. Un guardia achinado que no tenía reputación de cruel, le avisó.
-Vienen a verte-le dijo-Es un tipo de la Seguridad.
Le hizo la seña adecuada cuando se tocó el hombro. Esto significaba que la visita estaba investida de un grado muy alto en la jerarquía militar.

El guardia se alejó y Marcelino quedó sumido en la mayor de las aprensiones. -¿Qué coño querrá? ¡Yo no he hecho na ni me meto en política! ¡Ampárame Jah!

Poco tiempo después, vinieron por él. No se trataba de los guardias desaliñados que se arrastran por los pasillos y se enmascaran para escuchar las conversaciones de los reclusos. Los que le requirieron fueron dos oficiales inmaculadamente limpios: Botas brillosas y uniformes impecables.

Le retiraron las esposas en una pequeña oficina de paredes limpias, habilitada para interrogatorios. Un hombre alto de complexión atlética, de una edad indefinida entre los cincuenta y tantos y los sesenta años, le recibió.

-¡Vaya, vaya! Marcelino Pequeño en persona. Pero siéntate, vamos-le dijo.

Marcelino guardaba las distancias. Se sentó y le llamó la atención que esta oficina no estuviera decorada con retratos de Fidel Castro, Raúl Castro o el Che Guevara. Estaba limpia como un quirófano y además pintada de blanco. Un tosco buró y dos sillas eran los únicos objetos a la vista. El visitante sonreía, pero se trataba de una sonrisa falsa de ‘quieroquepiensesquesoyunabuenapersona’.

-¡Le creaste un problema a la Revolución, Marcelino! La galleguita esa tuya, ha formado un escándalo del carajo por tu culpa.
-¿Mi culpa? Yo no…
-Ya lo sé. Tu mama exageró un poco las cosas y ella lo creyó allá en España. No somos racistas. En cambio tú con esos pelos y ese aspecto tan, tan desagradable, creas los problemas. ¿Me estás copiando?
-Si…
-Ahora tú y yo tenemos que resolver esta situación que has creado o contribuido a crear con tu actitud. Claro, lo importante es que quieras colaborar…

II
Desde que abandonó la aduana, Ana Lourdes sintió que pisaba el paraíso. El espacio idílico que allá en su tierra le describieron de forma prolija, toda una ilustre saga de amigos del gobierno cubano. Cuando conoció a Marcelino, aún no estaba convencida de que, quizás no le dijeron toda la verdad. Prefería pensar que se trataba de interpretaciones. Marcelino se encargó de convencerla de que sus paisanos se habían esmerado en decir lo políticamente correcto, de acuerdo a la opinión de sus amigos del gobierno cubano.

Ana Lourdes era una profesional que no quería compromisos sentimentales. Una mujer liberada que buscaba su placer en el tercer mundo, sin compromisos ni molestas ataduras. En un principio Marcelino llenó sus más caras fantasías eróticas. Pero dentro de un proceso lento e irreversible, dejó de ser un pene exótico erecto e imbatible para convertirse en un ser humano, no muy diferente a los que nunca se detuvo para intimar en su tierra. En fin, el pene se convirtió en hombre.

Al cabo de tres años de conocimiento e intimidad salteada por vacaciones, Ana Lourdes concibió llevarlo a España. Vivirían juntos sin papeles. Primero habría que resolver algunas cuestiones legales migratorias y ayudarlo a instalarse. No sería difícil. Él era músico profesional y sonidista evaluado, también hablaba inglés. No le fue difícil concebir que anduviera desempleado en Cuba. Allá era negro y no era exótico. Muy difícil ser un negro corriente y común en Cuba donde abundan.

Cuando algunos cubanos residentes le explicaron que cosa era estar preso por peligrosidad y que miles de negros como Marcelino, corrían idéntica suerte, sin que alguna madrileña bonita y ociosa se preocupara, se sintió como una idiota. Antes de su primera visita a la Isla, ella participó en mítines y protestas frente a la embajada de USA, contra el Bloqueo yanqui. También firmó protestas y manifiestos en apoyo del gobierno que maltrataba en forma tan alevosa a los suyos. Supo como habían fusilado a tres inocentes negros, para escarmentar a los demás.

Entonces fue a la prensa y escribió a la embajada cubana en Madrid. Un oficial consular la citó y le dijo que esperara. Le explicó que quizás se trataba de una confusión. Le pidió que no se vinculara con los que llamó “enemigos de Cuba”. A fin de cuentas, podía ser sólo cuestión de malas interpretaciones. ¿Quién no comete un error? Eso puede pasar en cualquier parte. Ana Lourdes decidió confiar y esperó.

III
Luego del recuento matutino de reclusos y que consumió lo que allí dieron en llamar desayuno, dos uniformados de porte exquisito e indumentaria impecable se personaron en su galera.
-¡Marcelino Pequeño!-dijo uno de ellos y luego de una estudiada pausa continuó:
-¡Recoja sus pertenencias y acompáñenos!

Fue conducido a la misma oficina donde antes le visitó el misterioso ‘seguroso’ que le dijo que volvería. Estaba allí.
-¿Ves como cumplo mi palabra?- Quería ser amable, pero Marcelino pensó que trataba de intimidarlo.
-Ya estás en libertad. Pero antes tú y yo tenemos que ‘pulir’ algunos detalles. ¿Quieres irte del país? Eso no te hace gusano, sólo que quieres vivir diferente, ¿no?
Marcelino sintió que pisaba terreno movedizo. El tipo no dijo simplemente vivir bien o simplemente vivir, dijo diferente.

-Bueno si…diferente. Es una forma de decirlo. Yo siempre quise viajar.
-Tú amiga española quiere tenerte allá. Nosotros no tenemos nada en contra. Pero tú debes formalizar un compromiso con nosotros. Con nuestra embajada…
Aceptó. Quería viajar inmediatamente. Salir de todos esos blancos hijos de puta. Volvería de visita, mientras su madre viviera. Es lo menos podía hacer porque era un buen hijo.

IV

Lo último que recuerda de su tierra es el aeropuerto y allá a lo lejos los vehículos desplazándose por la Avenida de Rancho Boyeros. Todavía llegan al recuerdo los hombres y mujeres uniformados de verdeolivo, el miedo a que a última hora no le permitieran viajar. El temor irracional omnipresente que lo poseyó hasta que el avión despegó de la tierra y después, el alivio. No le quedó espacio para sentir miedo del avión o de la altura o de cualquier otra cosa que no fuera lo que dejó atrás.

La adaptación fue dura, pero lo logró. Lo que no pudo salvar fue la relación con Ana Lourdes, aunque se quedaron como excelentes amigos. No la pasa mal. Ha trabajado con muy buenas orquestas. Es un sonidista excelente y ya viajó por casi toda Europa. Aunque se muere de nostalgia, no piensa regresar. No lo hará, al menos no por ahora. Piensa que hasta que hasta que aquello no cambie, nadie le hará regresar. La Vieja puede viajar y hará lo que sea necesario para que lo visite. Hay pocos rastafari en Madrid, pero no le falta marihuana de la mejor calidad. Esa es la mejor forma de volver a sentir los olores de su ciudad. La menos peligrosa.
primaveradigital@gmail.com


No hay comentarios: