El paisaje político en Cuba aparece presidido por dos elementos que se complementan. Por una parte, la ira ciudadana. Por la otra, el control social del estado. Alguien afín con el gobierno en mayor o menor medida, escribió que la atmósfera está cargada con la energía de una ‘extraña’ situación revolucionaria. No caben dudas que los esfuerzos por intelectualizar tanto debate inexistente, suavizan esas palabras difíciles de que dispone el español y que de forma tan adecuada usa el pueblo.
El pueblo conoce que el gobierno pretende arreglar o perpetuar el desastre de que es responsable por medio de mayor represión. Las soluciones recorren el aumento de la presencia policial en las calles y el incremento en su número de los inspectores. Pero la realidad es que la ecuación social en Cuba funciona diferente. A mayor presencia represiva de policías e inspectores, mayor corrupción, mayor malestar y…mucha ira.
La ira sorda y omnipresente se adueñó de la ciudad. Hasta el momento, estalla de forma episódica en los ómnibus del transporte público, en los mercados y en las paradas atestadas de pasajeros. Se trata de un sentimiento que recorre todos los estratos de la sociedad, pero curiosamente parece enseñorearse en un segmento poblacional.
No se trata de los jóvenes, son las personas mayores de 40 años y menores de 60 las que se llevan las palmas de la ira. Son esas personas que sienten temor a emigrar y se sienten estafadas en lo más profundo de su fe. Gente que mira atrás a sus viditas agotadas y quemadas por espejismos políticos irrealizables. Gentes que han visto a sus hijos marcharse lejos, sufrir en cárceles o morir muertes absurdas de guerras, suicidios o naufragios.
El pueblo cubano está poseído por la ira. Mientras los diques de miedo y control social consigan represarla, habrá esa extraña tranquilidad ciudadana que se da en llamar ‘situación revolucionaria’. Pero la ira asciende como lava y nadie sabe exactamente como se debe lidiar con ella.
Por ahora, el gobierno dispone de un discurso gastado y un control social que conoce la erosión continua de la ira ciudadana creciente. Pronto pudiera no ser suficiente. Hasta ellos ya tienen miedo.
SDP
El pueblo conoce que el gobierno pretende arreglar o perpetuar el desastre de que es responsable por medio de mayor represión. Las soluciones recorren el aumento de la presencia policial en las calles y el incremento en su número de los inspectores. Pero la realidad es que la ecuación social en Cuba funciona diferente. A mayor presencia represiva de policías e inspectores, mayor corrupción, mayor malestar y…mucha ira.
La ira sorda y omnipresente se adueñó de la ciudad. Hasta el momento, estalla de forma episódica en los ómnibus del transporte público, en los mercados y en las paradas atestadas de pasajeros. Se trata de un sentimiento que recorre todos los estratos de la sociedad, pero curiosamente parece enseñorearse en un segmento poblacional.
No se trata de los jóvenes, son las personas mayores de 40 años y menores de 60 las que se llevan las palmas de la ira. Son esas personas que sienten temor a emigrar y se sienten estafadas en lo más profundo de su fe. Gente que mira atrás a sus viditas agotadas y quemadas por espejismos políticos irrealizables. Gentes que han visto a sus hijos marcharse lejos, sufrir en cárceles o morir muertes absurdas de guerras, suicidios o naufragios.
El pueblo cubano está poseído por la ira. Mientras los diques de miedo y control social consigan represarla, habrá esa extraña tranquilidad ciudadana que se da en llamar ‘situación revolucionaria’. Pero la ira asciende como lava y nadie sabe exactamente como se debe lidiar con ella.
Por ahora, el gobierno dispone de un discurso gastado y un control social que conoce la erosión continua de la ira ciudadana creciente. Pronto pudiera no ser suficiente. Hasta ellos ya tienen miedo.
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