Arroyo Naranjo, La Habana, octubre 16 de 2008, (SDP) En la más reciente reunión de la SIP, los periodistas independientes cubanos echamos de menos una voz que hablara claro por nosotros. Humberto Castelló, el director del Nuevo Herald, se adjudicó nuestra representación sin conocernos ni consultarnos. Sus inexactitudes e imprecisiones son las usuales cuando se toca música de oído.
Obviamente, ninguno de nosotros hubiera podido viajar a Madrid para la reunión. Ni siquiera grabar un vídeo que llegara a tiempo. Pero hubiéramos preferido que nos representaran, por ejemplo, Claudia Márquez, Adela Soto, Tania Quintero, Raúl Rivero o Manuel Vázquez Portal. Cualquiera de ellos nos conoce bien porque fueron y son de los nuestros. Un día compartimos café, poemas, sueños y peligros. De cierta forma, ya que no creemos en lejanías, aún los compartimos.
El caso es que no nos sentimos bien representados ante la SIP. ¿Quién dijo que no tenemos voz? Ni los veintitantos periodistas que están en prisión han callado un momento. Que pregunten a sus carceleros si ellos no tienen voz.
Prefiero pensar que no hubo malas intenciones. Que no trataron de ocultarnos en la última habitación. Que no quisieron darnos por liquidados antes de tiempo.
Dirán que nos hemos puesto majaderos y paranoicos y que somos demasiado susceptibles, pero es que ¡le molestamos a tanta gente!
A derecha e izquierda, por inoportunos e inadecuados, creamos irritación. Lo mismo a los halcones de la dictadura que a los come candela y arranca pescuezos de Miami que, cegados por el odio a Fidel Castro, prefieren opinar, mientras se tragan el azúcar sin mascar, que no confían en nosotros.
Estorbamos a mucha gente más, que también quiere tener vela en el entierro. A los moratineros conciliatorios y alcahuetas que tiran la toalla a la dictadura. A los turistas ideológicos y a los proxenetas babosos que gozan con nuestras muchachas y muchachos. A los solidarios de la nostalgia y a los negociantes europeos que cambian nuestra libertad por centavos. Todos tienen voz y voto. Y lo que es peor, bastante dinero e influencias para tratar de ocultarnos.
Así llueven zancadillas, chismes y puñaladas traperas. Cualquier cosa vale. Algunos que ayer ayudaron para que tu voz se oyera fuera de Cuba, te cierran los micrófonos y te borran de las imprentas. Tiran en tus narices las puertas de embajadas que antes fueron hospitalarias. Los que te denigraron, niegan haberte conocido. Los que siempre te persiguieron por peligroso, hoy simulan que te ignoran. Y no te atrevas a decir que quieren joderte, porque entonces todo será peor.
Es como si callarnos fuera conveniente para todos por igual. Ahora o en la hora de la transición. Acaso la corrección política aconseje el borrón y cuenta nueva. ¿Para qué sirven tantos disidentes fuera de las cárceles? Es mejor presentar rostros nuevos sin pecado a los sucesores. Que ellos escojan con quien vale la pena dialogar y a quien le perdonan la vida.
Los periodistas independientes cubanos somos demasiado vocingleros, predecibles, ideologizados y poco fotogénicos. Para colmo, no dominamos a cabalidad las nuevas técnicas de la información. Apenas ayer tuvimos la primera computadora. A Internet accedemos, en alguna embajada, cuando podemos.
Fuimos tan poco previsores que, cuando redactamos la primera nota, no nos propusimos convertirnos en estrellas mediáticas. Hambrientos, con los zapatos rotos, sólo nos ocupábamos de contar la verdad y cuidarnos de chivatos y segurosos.
Ese fue nuestro error. No comprender a tiempo que estábamos en un juego en el que pestañea, pierde… y el que no pestañea, también.
Pero sucede que aún tenemos voz y, pese a lo que digan (o no digan) en la SIP, no es probable que callemos en los próximos años que nos queden sin democracia. Aún a riesgo de que nos acusen de aguafiestas o alguna otra cosa peor.
¡Qué casualidad! Hace un rato, escuchaba una vieja canción de Mercedes Sosa, “Como la cigarra”. La letra se me quedó en la mente, viene al caso:
Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,
Sin embargo, estoy aquí resucitando
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
Porque me mató tan mal
Que seguí cantando…
Obviamente, ninguno de nosotros hubiera podido viajar a Madrid para la reunión. Ni siquiera grabar un vídeo que llegara a tiempo. Pero hubiéramos preferido que nos representaran, por ejemplo, Claudia Márquez, Adela Soto, Tania Quintero, Raúl Rivero o Manuel Vázquez Portal. Cualquiera de ellos nos conoce bien porque fueron y son de los nuestros. Un día compartimos café, poemas, sueños y peligros. De cierta forma, ya que no creemos en lejanías, aún los compartimos.
El caso es que no nos sentimos bien representados ante la SIP. ¿Quién dijo que no tenemos voz? Ni los veintitantos periodistas que están en prisión han callado un momento. Que pregunten a sus carceleros si ellos no tienen voz.
Prefiero pensar que no hubo malas intenciones. Que no trataron de ocultarnos en la última habitación. Que no quisieron darnos por liquidados antes de tiempo.
Dirán que nos hemos puesto majaderos y paranoicos y que somos demasiado susceptibles, pero es que ¡le molestamos a tanta gente!
A derecha e izquierda, por inoportunos e inadecuados, creamos irritación. Lo mismo a los halcones de la dictadura que a los come candela y arranca pescuezos de Miami que, cegados por el odio a Fidel Castro, prefieren opinar, mientras se tragan el azúcar sin mascar, que no confían en nosotros.
Estorbamos a mucha gente más, que también quiere tener vela en el entierro. A los moratineros conciliatorios y alcahuetas que tiran la toalla a la dictadura. A los turistas ideológicos y a los proxenetas babosos que gozan con nuestras muchachas y muchachos. A los solidarios de la nostalgia y a los negociantes europeos que cambian nuestra libertad por centavos. Todos tienen voz y voto. Y lo que es peor, bastante dinero e influencias para tratar de ocultarnos.
Así llueven zancadillas, chismes y puñaladas traperas. Cualquier cosa vale. Algunos que ayer ayudaron para que tu voz se oyera fuera de Cuba, te cierran los micrófonos y te borran de las imprentas. Tiran en tus narices las puertas de embajadas que antes fueron hospitalarias. Los que te denigraron, niegan haberte conocido. Los que siempre te persiguieron por peligroso, hoy simulan que te ignoran. Y no te atrevas a decir que quieren joderte, porque entonces todo será peor.
Es como si callarnos fuera conveniente para todos por igual. Ahora o en la hora de la transición. Acaso la corrección política aconseje el borrón y cuenta nueva. ¿Para qué sirven tantos disidentes fuera de las cárceles? Es mejor presentar rostros nuevos sin pecado a los sucesores. Que ellos escojan con quien vale la pena dialogar y a quien le perdonan la vida.
Los periodistas independientes cubanos somos demasiado vocingleros, predecibles, ideologizados y poco fotogénicos. Para colmo, no dominamos a cabalidad las nuevas técnicas de la información. Apenas ayer tuvimos la primera computadora. A Internet accedemos, en alguna embajada, cuando podemos.
Fuimos tan poco previsores que, cuando redactamos la primera nota, no nos propusimos convertirnos en estrellas mediáticas. Hambrientos, con los zapatos rotos, sólo nos ocupábamos de contar la verdad y cuidarnos de chivatos y segurosos.
Ese fue nuestro error. No comprender a tiempo que estábamos en un juego en el que pestañea, pierde… y el que no pestañea, también.
Pero sucede que aún tenemos voz y, pese a lo que digan (o no digan) en la SIP, no es probable que callemos en los próximos años que nos queden sin democracia. Aún a riesgo de que nos acusen de aguafiestas o alguna otra cosa peor.
¡Qué casualidad! Hace un rato, escuchaba una vieja canción de Mercedes Sosa, “Como la cigarra”. La letra se me quedó en la mente, viene al caso:
Tantas veces me mataron, tantas veces me morí,
Sin embargo, estoy aquí resucitando
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
Porque me mató tan mal
Que seguí cantando…
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