jueves, 2 de octubre de 2008

LOS PIERCING DE BONY, (cuento), Juan González Febles

La vi en la entrada de la shopping. Sostenía una perrita pequeña chihuahua de poco pelo. Era tan pequeña que para mi apreciación y mi ideal estético de lo que debe ser un perro, no calificaba. Parecía un roedor. Pero estaba adornada con lazos y su dueña la rodeaba de mimos y le hablaba continuamente. Era una niña adorable y locuaz de unos ocho o quizás nueve años. Tenía grandes ojos negros y unas formas que anunciaban a una bella cubana a la vuelta de pocos años. Se mantenía fuera de la cola y miraba con atención lo que sucedía dentro de la tienda a través de los cristales.

-¿Cómo te llamas?-pregunté.
-Melisa-dijo- y ella es Bony
-¿Por Bonny M?
-No chico, por bonita. ¿No la ves?

Yo que no encuentro lindos a los perros pequeños con aspecto de roedor, asentí con la cabeza por hipocresía, por conveniencia o por cortesía. No podía ni me interesaba definir por cual de las tres. A fin de cuentas, uno se habitúa al asentimiento. No vale la pena detenerse para saber demasiado sobre las infinitas razones para decir si. Mucho menos en una cola, cuando hace calor en La Habana.

La perrita estaba adornada con lazos de color amarillo intenso. Junto a los lazos, bolas plásticas con brillo y un collar de esos que venden contra pulgas, de dudosa eficacia pero indiscutidamente bellos.

-Mi mamá se volvió a casar y pasó los fines de semana con mi papá. Como no dejan pasar a Bony lo espero aquí. Fue a comprar una lata de carne para Bony, espaguetis y esa cerveza de botella que él toma…
-Apuesto que también comprará caramelos, peters y refrescos para ti-dije
-Mi papá no compra refrescos. Dice que son malos para la salud. Él compra jugos y
fruticas. La semana que viene, llevaremos a Bony para que el veterinario le ponga piercing en las orejas.
-¿Y eso no duele? ¿Ya le preguntaste a Bony si quiere piercing?
-¡Bobo! Eso no duele. Yo también tengo, mira-dijo mostrando los lóbulos de sus orejas con aretes.

El padre Salió cargado con la compara que recién había hecho. Iba de completo uniforme militar. La niña se volvió hacia mí y dijo:
-Me tengo que ir. ¿Y tú como te llamas?

Entonces fue cuando el uniformado reparó en mí. Volvimos a mirarnos. Ambos lo hicimos un tanto confundidos. Pero no hubo hostilidad. Pactamos una tregua tácita. Por Melisa y quizás por los piercing de Bony.

-¡Oye! ¿Cómo te llamas?-insistió
-Pueblo, bonita. Sólo Pueblo-respondí-Mientras miraba fijo y por esta vez sin odio, al militar que sostenía la manita de la niña mientras se alejaba.

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