jueves, 9 de octubre de 2008

¿QUÉ ES UN DISIDENTE?, (cuento), Juan Juan A.

Fue en la antigua URSS donde por primera vez escuché algo sobre el tema. Sonaba como un murmullo que envolvía a alguien marginal, lóbrego, prohibido y enigmático. Hablaban de “un tal” Andrei Sajarov.

Según el diccionario disidente es el que disiente. Aquel que se separa de la doctrina común, creencia o conducta.

El gobierno por su parte prefiere ignorar la palabra y llamarlos delincuentes, inadaptados, mercenarios, gusanos o cualquier otro tipo de ofensa que disminuya al ser humano.

Naturalmente que el término se ha prostituido mucho, se usa demasiado y en realidad solo sirve para enjaularlos en un titulo nobiliario que los separa del resto de los mortales. Todas las personas que pisan o han estado caminando sobre este mundo, de una u otra manera o en algún momento, se han sentido disidentes. Por eso prefiero llamarlos simplemente amigos, señores, personas, tipos, gentes, ciudadanos o de la manera que se me antoje sin deshumanizarlos en un concepto.

Ayer escuché una historia anónima que ojala fuera un cuento. Por esta vez permítame no tratarlo de usted porque necesito la confianza de un hermano para compartir algo que me arañó la fibra muy profunda. Con ello no busco remover viejas heridas ajenas ni sentimientos raros. No quiero encontrar víctimas y mucho menos victimarios. Solo es una historia.

Cuentan que hace unos años un muchacho paseaba por La Habana. Feliz o triste, eso no lo sé, sólo paseaba. En algún lugar fue atropellado por un auto conducido dicen que por un borracho. El chico murió, esos son accidentes lamentables que por desgracia ocurren todos los días en cualquier lugar del mundo.

El padre del joven pedía justicia y por qué no, quizás también quería venganza pero no obtuvo ni la una, ni la otra. Una se le hizo distante y la otra imposible. El tipo se aferró a la ley sabiendo que ni esta le podría devolver su cachorro fallecido.

Tocó puertas que no se abrieron, escribió cartas que tal vez sirvieron de materia prima y llamó a teléfonos que no sonaron. Las casi inexistentes instituciones nunca le respondieron, no le dieron la posibilidad de ver enjuiciado al hombre que mató a su hijo.

Seguramente se sintió abandonado por la sociedad, o se llenó de rencores, o se cargó de odios, o todas juntas. Eso no importa.

Entonces presentó su caso ante los derechos humanos y se refugió en aquellas organizaciones que no le devolvieron su hijo ni macularon al conductor pero lo escucharon. Sin darse cuenta se fue separando de la doctrina común, de la creencia compartida y de la conducta social.

Según el diccionario se transformó en alguien que disiente, y para el gobierno se convirtió en mercenario. Un disidente más.

No habría sido más oportuno escuchar a un hombre desesperado y aguantar sus ofensas, sus gritos, su llanto, sus empujones o sus mentadas de madre. No, fue más fácil perseguirlo, sancionarlo y reprimirlo porque es más útil entrenar un montón de perros pastores sedientos de órdenes precisas que por momentos olvidan que incluso a ellos les puede suceder lo mismo.

Yo no quiero juzgar y tampoco me gustaría que esto le sucediera a nadie, de hecho intenté narrar el relato sin sus detalles para suavizarlo un tanto, pero….

¿Por qué no terminas la historia pensando que ese hijo lo hubieses puesto tú?
primaveradigital@gmail.com

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