jueves, 9 de octubre de 2008

DEL JURAMENTO DE HIPOCRATES A LA ‘CASCARILLA’ BONELLY, Richard Roselló



La Habana, octubre 9 de 2008 (SDP) Pese a los no muy buenos ojos conque el Tribunal de Protomedicato en la Isla veía el ejercicio de médicos extranjeros, algunos de origen italiano lograron asentarse ya a mediados del siglo XVIII y en lo adelante. Noticias sobre ellos nos llegan a través de las Crónicas de Santiago de Cuba, las cuales mencionan al doctor FRancisco Bentibolio (1746), al cirujano Bernardo Mimbieli (1777), al médico Amabile (1782) y al profesor Juan Meximide (1791).

Igualmente, a fines del XVIII, pero en San Antonio de los Baños, residió otro galeno italiano, José Tasso, que no sólo laboró en el hospital de aquella villa, sino que estableció el primer gabinete de química en la Isla.

No se trata de un caso aislado. En no pocas ocasiones, los médicos italianos residentes en Cuba simultanearon la consulta y la docencia con otras actividades. De este modo, el doctor José Chappi -o Chiappi- fundó el primer museo anatómico de La Habana, el cual poseía instrumental de cirugía, esqueletos, piezas naturales de anatomía patológica, láminas y piezas en cera de anatomía descriptiva traídas de Florencia. Ya en 1817 había propuesto a la Real Sociedad Económica de Amigos del País la apertura de un gabinete de anatomía. Dicho gabinete se inauguró en enero de 1819 y contaba con una matrícula de veinticinco alumnos provenientes del Real Hospital y diez de la Real y Pontificia Universidad.

Entre muchos otros destaca igualmente Andrés Bonelly. Arribó a La Habana a principios de la centuria y fue uno de los primeros en ejercer en la Isla la profesión de dentista. Legó su nombre a un ungüento para el dolor, úlceras y caries, el cual llegó a venderse en casi todas las boticas del país, así como a otros polvos odontológicos y una muy recomendada "cascarilla". Su larga estancia en Cuba le permitió montar uno de los mejores laboratorios de dentista, en la calle Dragones. Formó numerosos discípulos hasta su muerte, en La Habana, el primero de noviembre de 1852.

Durante décadas, médicos italianos efectuaron estudios sobre dos enfermedades de muy alta incidencia en la Cuba decimonónica: el cólera y la fiebre amarilla. Entre ellos, el doctor José Manuel Yarini y Klupfell, quien -según afirma el biólogo e investigador Adrián López Denis- llegó a Cuba hacia 1806 y cursó la especialidad en La Habana, para luego trasladarse a Matanzas. Algunos galenos, como Eusebio Valli o Francisco Antomarchi (de quien se afirma fue médico de Napoleón), murieron en el transcurso de las investigaciones a causa del contagio. Otros, como Juan Francisco Calcagno o el doctor Manzini, lograron publicar sus resultados.
Fragmento del libro: Italianos en Cuba
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