La Habana, octubre 2 de 2008 (SDP) No puede afirmarse que la influencia lingüística de aquellos viajeros e inmigrantes haya incidido seriamente sobre el modo de hablar del cubano. Al respecto, debo citar a Valdés Bernal, quien afirma que la inmigración italiana no contaba con el respaldo económico, ni cultural de la norteamericana y la francesa. Tampoco contó con la masividad, que sí fue un factor importante en Argentina, Brasil y Paraguay, donde se percibe claramente el influjo lingüístico-cultural de los inmigrantes italianos. (3)
No obstante, aunque modesta, tuvieron incidencia. "De cualquier manera, Valdés Bernal señala que: ... el estudio de algunas obras de teatro bufo cubano del siglo XIX demuestra el uso de los italianismos lexicales en la caracterización de los personajes cubanos y extranjeros, lo que guarda relación con el proceso inmigratorio de italianos a Cuba en esa época. (4)
Debemos agregar que encontramos italianismos en las óperas y en el comercio..." Y, por supuesto, en la cultura culinaria, la cual abordaré más adelante.
Entre las palabras que por entonces se insertaron en el español empleado en la Isla y que aún se emplean en el habla cotidiana pueden mencionarse: altoparlante, arlequín (arlecchino), cartucho (cartoccio), confeti (confetti), contralto, diletante (dilettante), embrollo (imbroglio), maqueta (machietta), payaso (pagliaccio), piñata (pignatta), facha (faccia), divertimento, terracota (terra cotta)...
Prácticamente desconocido es que al intensificarse la presencia de los italianos en Cuba, sobre todo a partir de 1840, los inmigrantes crearon sus asociaciones; entre ellas una Casa de Beneficencia Italiana, que además de cumplir con las funciones de ayuda mutua, promovía la cultura italiana, incluso mediante actividades artísticas y literarias.
Procedentes casi siempre de Génova, Cerdeña, Nápoles y en menor escala de Venecia, la pequeña colonia italiana jamás excedió la cifra de 500 individuos. Sin embargo, para comprender su incidencia en la vida de la colonia, resulta esencial el hecho de que se tratara en gran parte de familias acomodadas (Según el Diario de La Habana de 1841, entre estas se hallaban las de Bernardo Ramponi, Isabel Ambli, Manuel Cabello, Francisco Cristóbal Baldiri, el tenor José Servi, Domingo Pizzoni, Joaquín Basigalupi , Fernando Coradini y Domingo Bornio) y profesionales bien remunerados. Abundaron entre ellos, amén de los artistas, los profesores, abogados, médicos...
Afirma el erudito cubano Antonio Bachiller y Morales que Jaime Flori, capellán de la fragata Pamona, introdujo en Cuba, entre 1804 y 1805, la enseñanza de la taquigrafía. Igualmente nos ofrece los nombres de italianos pertenecientes en 1872 a la Cátedra de Derecho y Religión de la Universidad de La Habana: Antonio Zerpa, Hilario Poveda, José Sedano, Martín Ferrety, Orestes Ferrara y Mariño... Otros ejercieron como maestros en colegios y escuelas municipales. Tal fue el caso de Marcelino Mauro, quien es citado en la Guía de Forasteros de la Isla de Cuba de 1814 como profesor de la Escuela de Primeras Letras de La Habana. Barcardí y sus Crónicas de Santiago de Cuba aseguran, por su parte, que en 1838 Don Lombardo Abbondio impartía clases de física y que sus paisanos Antonio Santi y Francesca Serti ejercían como profesores de instrucción pública. Hacia el último cuarto del siglo, Rafael Rosi fue maestro en Cárdenas.
A la par, las publicaciones periódicas del siglo XIX ofrecen incontables anuncios de profesores italianos en las más diversas disciplinas. En ocasiones impartían otros idiomas, como francés e inglés. Así encontramos a Don Alejandro Pomaroly, profesor de humanidades, enseñando griego y latinidad en el Real Colegio de Humanidades de La Habana y en la Academia de Literatura y Mercantil -calle Inquisidor-, mientras proyectaba un museo de pintura donde pudieran exhibirse los mejores creadores europeos de la época. En 1849 Félix Montasini se ofrecía a la vez como profesor de baile, traductor y maestro de idiomas. Otro paisano, Carlos Belisari, además de impartir lecciones de caligrafía, poseía en 1866 una Academia Idiomática y Mercantil en la habanera calle Teniente Rey. Otra por entonces renombrada academia, la Hermeti, enseñaba letra inglesa, aritmética, taquigrafía...
Algunos inmigrantes no se contentaron con enseñar e incursionaron en la creación literaria. Tal hizo Francisco María Camayari Colombini, militar que había viajado a la Isla con motivo de la creación de la Real Casa de Beneficiencia y autor de un poema en octavas reales titulado "Las Glorias de La Habana", el cual fue concluído en noviembre de 1798 y leído en las veladas de la Sociedad Económica de Amigos del País.
Dentro del campo de la literatura merece especial atención Pablo Veglia, profesor de lenguas en 1835 e ilustrado viajero nacido en Cerdeña. Estableció en La Habana una Academia de Literatura e hizo que sus discípulos se acercasen a las letras italianas. Los periódicos de la época publicaron numerosos artículos sobre él. Pablo José Bernardino Veglia embarcó para América el 25 de julio de 1833 y llegó a La Habana el 5 de septiembre en compañía de Felipe Poey (naturalista cubano), a quien lo unió íntima amistad. Poco después de su llegada fue nombrado canciller del consulado general de Toscana.
Según el ya mencionado Bachiller y Morales, escribió varias obras y entre los escritos que dejó inéditos se encuentran: Viaje de Montpellier a La Habana, Lecciones de moral aplicada a la Historia, Colección de novelas románticas, Recuerdos de La Habana; su Academia de Lenguas y Literatura contribuyó mucho al movimiento literario cubano.
Las Guías de Forasteros, abuelas de las actuales Guías de Turismo, ofrecen datos fidedignos sobre profesionales italianos asentados en la Isla. Por ellas sabemos que Francisco Toscano, Juan Viñoli, Francisco Filomeno, Pedro Rizzo, José Marcelino Escobedo, Leandro Brito y Gaspar Chapli, entre otros, ejercían la abogacía hacia la segunda década del 1800, mientras que Andrés Láuregui, Agustín Fossati, Francisco Garci y Domingo Garro se desempeñaban como jueces.
(Fragmento del libro Italianos en Cuba)
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