Arroyo Naranjo, La Habana, octubre 2 de 2008 (SDP) Hace más de cuarenta años, el cineasta cubano Julio García Espinosa abogaba por hacer un cine, alejado de los cánones de Hollywood, que se regodeara en sus imperfecciones. Lo importante era el mensaje.
Eran los años 60 y una generación de cineastas cubanos, capitaneados por Alfredo Guevara, atracados de marxismo e infatuados por el neo realismo italiano, el cinema novo brasileño y la nueva ola francesa, experimentaban en el ICAIC. Rogelio Paris era uno de ellos.
De aquellos años, quedaron en el cine cubano varias cintas antológicas de Tomás Gutiérrez Alea y Humberto Solás. Si bien distantes de Hollywood, ninguna de ellas se caracterizó precisamente por ser cine imperfecto.
En 1965, García Espinosa realizó “Juan Quinquín en Pueblo Mocho”. Con una muy libre adaptación del libro de Samuel Feijóo, el director se propuso hacer un espectáculo dinamitándolo. Para ello, subordinó actuación, música y escenografía, al mensaje de la película. No pasó de ser un experimento más o menos interesante al que los años le cayeron encima demasiado rápido.
Casi 24 años después, mientras se desplomaba el imperio soviético, García Espinosa trató de sentar otro hito de cine imperfecto. Esta vez echó mano de una obra teatral y filmó “La inútil muerte de mi socio Manolo”.
El director quiso que los personajes estuvieran representados y no encarnados. Las actuaciones de Mario Balmaceda y Pedro Rentaría no lograron salvar la situación. Un diálogo sin rumbo sirvió para recordarnos que el teatro es una cosa y el cine otra. Si de fundirlos se trataba, ya otros lo habían hecho mejor.
Julio García Espinosa no resultó el profeta del Nuevo Cine Latinoamericano. Si acaso, fue otro teorizante más que intentó crear, con numerosos tropiezos, un lenguaje renovador.
En definitiva, el cine imperfecto sigue siendo una blasfemia en América Latina. Ahí están para demostrarlo algunas cintas con nominaciones al Oscar: “Fresa y Chocolate”, “La historia oficial” y “Ciudad de Dios”.
Hollywood, por su parte, sigue intacta, espectacular, desmesurada y para todos los gustos. No como la única receta, pero sí la más importante y efectiva.
El director Rogelio Paris recurrió a ella para rodar en la llanura camagueyana el drama bélico “Kangamba”. La premier del filme, coproducido por el ICAIC y las FAR, tuvo lugar en La Habana el 26 de septiembre.
Con “k” y no con “c” para justificar las licencias con la ficción, Kangamba narra una batalla en el sudeste de Angola en 1983.
Para el personaje principal del filme, Rogelio Paris se inspiró en los testimonios del militar bayamés Fidencio González.
Aunque según el presidente del ICAIC, Omar González, “Kangamba se diferencia mucho del cine efectista y metrallero hollywoodense”, la película es esmerada en pirotecnias y efectismos. Durante el rodaje, los fragmentos del suelo rocoso camagueyano que volaban con las explosiones, pusieron en peligro a los actores, pero aportaron realismo a la película.
Hubo buenos actores. La fotografía fue cuidada al detalle. La banda sonora es protagónica. El director buscó la perfección. Tal y como Hollywood manda.
luicino2004@yahoo.com
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