jueves, 16 de octubre de 2008

LOS CACHARREROS, Félix Dixi

Santos Suárez, La Habana, octubre 16 de 2008, (SDP) No hay turista que transite por cualquier calle de Cuba que no se detenga asombrado a observar de cerca o de lejos, cámara en mano o no, los sobrevivientes de una era del automovilismo que tuvo una época de gran apogeo y competencia en la década del 50 del pasado siglo y que contribuyó al desarrollo actual del automovilismo en el mundo.

En nuestro país, más que en cualquier otro lugar del planeta, incluyendo a los países fabricantes de estos autos, es donde se encuentra funcionando la mayor cantidad de ellos. Verlos circulando motiva el asombro de todos y también la nostalgia de muchos turistas.

El asombro surge en los europeos al constatar que no sólo circulan carros norteamericanos, sino de los facturados en sus propios países. Aquí existen hasta los prototipos de los miniautos fabricados por los alemanes en los 50s (Isetta, Lloyd, Messhermitt). Un amigo, poseedor de un Pontiac Bonneville del 59 me cuenta que se encontró en cierta ocasión a un hombre que contemplaba muy atento todos los detalles del carro. Resultó ser un mexicano, recordando como en su niñez paseaba con toda su familia en un Pontiac idéntico, incluso del mismo color, le decía el mexicano con los ojos aguados.

Anécdotas como esta tienen cientos todos los Cacharreros, que es como se les conoce popularmente en Cuba a quienes conducen y reparan estos vehículos de colección.

Los Cacharreros son de todas las edades y aunque nadie los ha clasificado, voy a atreverme a hacerlo, basado en lo que he visto y en un buen documental (Somos Cuba) donde se entrevista a muchos de ellos.

En primer lugar, está el Cacharrero histórico. Por lo general cuenta más de sesenta años, muy pocos cincuenta o cincuenta y tantos. Algunos han sido corredores del Gran Premio de Cuba, o de otras competencias, como la de Sagua a La Habana. Los más, sólo son entusiastas que han heredado sus carros o los han comprado y con muchas horas de dedicación, han conseguido restaurarlos, desde el motor hasta los focos de unidades selladas y adaptarlos a bombillos. Casi todos son mecánicos, chapistas o pintores de sus propios carros.

Le sigue el Cacharrero-botero. Estos son más jóvenes. Compraron un carro hecho en Europa o los Estados Unidos sólo para botear. Muchos de ellos son también buenos mecánicos y han adaptado a sus carros motores petroleros, de Volgas o Ladas rusos. Generalmente desconocen la historia de sus automóviles, aunque se encuentran excepciones. En ocasiones, tropezamos con Cacharreros históricos que se dedican a botear y, sobre todo, a alquilar sus flamantes carros para bodas, paseos turísticos o como carros de época para filmaciones cinematográficas.

Por último, está el Cacharrero latero. Este término no es mío, pertenece a un cacharrero histórico, feliz poseedor de un Corvette de 1958, quien, en una jocosa discrepancia con un pepillo que se resistía a aceptarse como cacharrero, porque poseía un Moskovich. Cuando el pepillo le dijo a mi amigo que su carro era un almendrón, término despectivo surgido por la forma redondeada de la parte trasera de los carros norteamericanos, diseño que prevaleció hasta fines de la década del 40 del pasado siglo, cuando la Studebaker introdujo el diseño plano, más aerodinámico. El viejo Cacharrero se limitó a contestarle: El mío será un almendrón, pero el tuyo es una lata de carne rusa con cuatro ruedas. Como se desprende del diálogo, los Lateros son jóvenes, herederos de autos construídos en el antiguo campo socialista.

Esta rivalidad guasona ha nacido del espíritu burlón de los cubanos, pero en el trasfondo lo que hay es una ignorancia, pues muchas veces los jóvenes creen poseer un carro moderno, cuando en realidad, estos vehículos del desaparecido campo socialista son también cacharros, pues, además de contar ya con 29 o 39 años de trajín, sus diseños de fábrica solían copiar modelos ya viejos del mundo occidental.

Lo cierto es que unos y otros, jóvenes y viejos, se afanan por mantener en buenas condiciones unas máquinas que en la mayoría de los países sólo las poseen los coleccionistas o los museos. Sin embargo, aquí en Cuba se han convertido en parte del paisaje urbano de cualquier ciudad, gracias a la magia de estas personas, a quienes el choteo cubano llama Cacharreros.
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