El Cotorro, La Habana, noviembre 27 de 2008, (SDP) Aquella madrugada lo vi alejarse apoyado en el bastón y en el brazo derecho del doctor Ventura, quien le aplicó un electroshock y lo ayudó a levantarse. El impostor quedó en su nicho, mientras el viejo, pálido como un vampiro, escapaba sin despedirse de mi hermana Niurka, ni de los primos de Matanzas. Solo yo fui testigo del milagro.
Supe después que ingresó en un hospital lejano y exclusivo. Mi hermana lloriqueaba, de vez en cuando, sin hacer nada para traerlo a casa. La muy indolente creyó en el dictamen médico y dijo que el viejo estaba en manos de Dios.
Yo también creo en Dios y en Jesús Cristo, pero confío en el regreso de nuestro padre. Ella no cree en nada y habla cosas absurdas.
Si papi hubiera querido dejarnos lo hubiera hecho cuando se separó de mamá, con quien compartió la casa sin muchos problemas. Niurka dormía con ella y yo con él, cada uno en su cuarto, el resto era espacio común. Los viejos apenas discutían. Cuando mami murió yo quise salir de este mundo y hubo que ingresarme. Después me recuperé, obtuve el título de técnico en construcción naval y fui a trabajar en los muelles con mi padre.
Él no volvió a casarse, ni trajo a ninguna mujer al apartamento de La Habana del Este. Quizás tuviera algunas amigas, pero siempre dormía en casa; nos llevábamos bien. En cada ingreso estuvo a mi lado, aunque a veces perdía la paciencia y me gritaba.
Cuando Niurka se fue a vivir con las tías, papi y yo nos convertimos en inseparables. Mi hermana venía dos veces a la semana y nosotros la llamábamos diariamente. Ella se creía la jefa de la familia, mientras yo cuidaba al viejo. A veces papi la regañaba, o le botaba al marido de la casa.
Yo nunca le alcé la voz al viejo. Él era mi dios tutelar; si me enviaba al mercado a comprar cigarros y café, o me mandaba a la costa a recoger piedrecitas, yo iba sin chistar. Compartíamos la comida, la ropa, las medicinas y hasta los sueños. Cuando él se sentía mal, lo llevaba en la silla de ruedas al Hospital Naval. Y si lo ingresaban llamaba y Niurka venía al salir del trabajo. Hubo que operarlo dos veces en el Hospital de Matanzas, donde vivía su único hermano, quien quiso tenerlo cerca.
Mi tío y los primos lo dieron por muerto, pero él siguió en pie, con voz de tenor, andadores y la fractura en la cadera. El general Ernesto, como le decía Niurka, permaneció al frente de la casa hasta el último ingreso.
Después de aquella noche, en la funeraria del Cotorro, volví a verlo en el cementerio de Guanabacoa y en el Hospital de Mazorra. Yo estaba bajo los efectos de un sedante cuando papi me acarició la cabeza. Hablamos de muchas cosas. Lo vi otra vez con el bastón y a pesar de mis súplicas no se acercó.
Quizás no me perdonara lo del espejo, pero fue culpa de las voces que se burlaban de mi. Creo que los demonios escaparon antes de que yo rompiera el espejo del baño y del cuarto. Tal vez se refugiaron en el espejito que el viejo usaba para afeitarse. No he vuelto a verlos, pero escucho sus carcajadas cuando voy a la cocina. Entonces doy unos puñetazos en la puerta del cuarto que da para el mar y las bestias callan.
Si me molestan mucho les caigo atrás con el palo de la escoba por toda la casa, hasta que sube Gladys, la bruja de los bajos, quien cree que lucho con fantasmas o asaltantes nocturnos. Una vez trajo a la policía y registraron la casa. En otra ocasión se atrevió a ingresarme sin llamar a mi hermana.
En mi último ingreso, me dijo Hugo Chávez por el televisor, que papi estaba en un hospital de Caracas. Niurka no pudo ir a buscarlo porque le negaron la visa o el permiso de salida. Eso debe ser un pretexto, pues ella no es médica, opositora, ni la cabeza de un guanajo.
Ahora estoy confundido porque un vecino que vino de Miami dice que vio a papá en una clínica de New York. Yo creo que está en México y que actúa en la telenovela “Decisiones”, pues el actor que interpreta al mayordomo es tan viejo y pálido como papi. ¡Vendrá hoy, o seguirá de viaje!
primaveradigital@gmail.com
Supe después que ingresó en un hospital lejano y exclusivo. Mi hermana lloriqueaba, de vez en cuando, sin hacer nada para traerlo a casa. La muy indolente creyó en el dictamen médico y dijo que el viejo estaba en manos de Dios.
Yo también creo en Dios y en Jesús Cristo, pero confío en el regreso de nuestro padre. Ella no cree en nada y habla cosas absurdas.
Si papi hubiera querido dejarnos lo hubiera hecho cuando se separó de mamá, con quien compartió la casa sin muchos problemas. Niurka dormía con ella y yo con él, cada uno en su cuarto, el resto era espacio común. Los viejos apenas discutían. Cuando mami murió yo quise salir de este mundo y hubo que ingresarme. Después me recuperé, obtuve el título de técnico en construcción naval y fui a trabajar en los muelles con mi padre.
Él no volvió a casarse, ni trajo a ninguna mujer al apartamento de La Habana del Este. Quizás tuviera algunas amigas, pero siempre dormía en casa; nos llevábamos bien. En cada ingreso estuvo a mi lado, aunque a veces perdía la paciencia y me gritaba.
Cuando Niurka se fue a vivir con las tías, papi y yo nos convertimos en inseparables. Mi hermana venía dos veces a la semana y nosotros la llamábamos diariamente. Ella se creía la jefa de la familia, mientras yo cuidaba al viejo. A veces papi la regañaba, o le botaba al marido de la casa.
Yo nunca le alcé la voz al viejo. Él era mi dios tutelar; si me enviaba al mercado a comprar cigarros y café, o me mandaba a la costa a recoger piedrecitas, yo iba sin chistar. Compartíamos la comida, la ropa, las medicinas y hasta los sueños. Cuando él se sentía mal, lo llevaba en la silla de ruedas al Hospital Naval. Y si lo ingresaban llamaba y Niurka venía al salir del trabajo. Hubo que operarlo dos veces en el Hospital de Matanzas, donde vivía su único hermano, quien quiso tenerlo cerca.
Mi tío y los primos lo dieron por muerto, pero él siguió en pie, con voz de tenor, andadores y la fractura en la cadera. El general Ernesto, como le decía Niurka, permaneció al frente de la casa hasta el último ingreso.
Después de aquella noche, en la funeraria del Cotorro, volví a verlo en el cementerio de Guanabacoa y en el Hospital de Mazorra. Yo estaba bajo los efectos de un sedante cuando papi me acarició la cabeza. Hablamos de muchas cosas. Lo vi otra vez con el bastón y a pesar de mis súplicas no se acercó.
Quizás no me perdonara lo del espejo, pero fue culpa de las voces que se burlaban de mi. Creo que los demonios escaparon antes de que yo rompiera el espejo del baño y del cuarto. Tal vez se refugiaron en el espejito que el viejo usaba para afeitarse. No he vuelto a verlos, pero escucho sus carcajadas cuando voy a la cocina. Entonces doy unos puñetazos en la puerta del cuarto que da para el mar y las bestias callan.
Si me molestan mucho les caigo atrás con el palo de la escoba por toda la casa, hasta que sube Gladys, la bruja de los bajos, quien cree que lucho con fantasmas o asaltantes nocturnos. Una vez trajo a la policía y registraron la casa. En otra ocasión se atrevió a ingresarme sin llamar a mi hermana.
En mi último ingreso, me dijo Hugo Chávez por el televisor, que papi estaba en un hospital de Caracas. Niurka no pudo ir a buscarlo porque le negaron la visa o el permiso de salida. Eso debe ser un pretexto, pues ella no es médica, opositora, ni la cabeza de un guanajo.
Ahora estoy confundido porque un vecino que vino de Miami dice que vio a papá en una clínica de New York. Yo creo que está en México y que actúa en la telenovela “Decisiones”, pues el actor que interpreta al mayordomo es tan viejo y pálido como papi. ¡Vendrá hoy, o seguirá de viaje!
primaveradigital@gmail.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario